Fortuna nada despreciable
- publicado el 08/10/2008
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Una noche sobre el metal
Aquel lugar estaba muerto. La tierra donde La Madre de La Máquina despertó de su letargo de cinco milenios, presentaba el mismo aspecto de vacío y artificialidad que la mitad del mundo conocido, ahora controlado por ella.
El aire estaba contaminado y el suelo recubierto de inerte metal negro y gris debido al efecto de la terraformación. Tres décadas atrás allí hubo frondosos bosques llenos de vida y ciudades y poblaciones que bullían de actividad incesante. Lamentablemente ahora toda una generación de personas sólo recordaban una sola cosa; La guerra.
-Es suficiente por hoy-anunció el General Serghei Angreal.-. El sol desaparecerá en pocos minutos.
Sólo habían pasado unas horas desde que se habían adentrado en lo más profundo de la línea en la que La Maquina poseía un mayor control y poder, pero incluso para la élite de Dravenor, mantener un avance a ritmo constante con la polución que envolvía aquella baldía tierra, era del todo imposible.
Los hombres tomaron sus posiciones de guardia y vigilancia. Sólo eran media docena y no auguraban que las noches y los días que pasasen allí llegasen a ser agradables, y menos conforme se acercasen más y más al centro neuralgico desde donde La Madre ejercía la comandancia de sus legiones de carne y metal desprovistas de emoción.
Se abstuvieron de encender una hoguera a pesar de las bajas temperaturas que se iban a alcanzar durante la noche. No podían arriesgarse a que los sabuesos del enemigo detectasen una fuente de calor tan elevada. Ellos estaban protegidos, sus armaduras habían sido imbuidas con la casi totalidad de las reservas del terriblemente escaso Hielo Negro, que permitía ocultar la temperatura corporal de los miembros frente a los rastreadores enemigos. El General Angreal era el único que no lo necesitaba, el podía ocultar su energía para resultar indetectable ante esos radares. El General vestía ropas anchas y negras bajo una austera gabardina blanca que producía un contraste extrañamente inquietante. Su aspecto era del todo desatendido, tenía el pelo enmarañado y barba de varios días junto a unas profundas y oscuras ojeras.
Los brillantes ojos azules del General se posaron pensativos en el horizonte viendo el sol desaparecer. Sus hombres creían saber que lo hacía intentando esclarecer el futuro, si tendrían éxito o no, pero en realidad el escuchaba.
Hacía muchos años que había dejado de prestar atención a las voces de los muertos, pero cada vez que se adentraba en un lugar como aquel volvía a ellos muy conscientemente. Tenía la firme convicción de que si escuchaba y sentía el miedo de los que fueron masacrados y asimilados por La Máquina, obtendría así una mayor voluntad para continuar, pero tan paulatina e imperceptiblemente tanto para él como todos los que le rodeaban, una ira y un incontrolable deseo de destrucción se iba apoderando de su mente.
-Señor, Orvarar dice que ha visto algo-la voz de uno de sus hombres le sacó sus cavilaciones. Con él no habían viajado novatos recién salidos de la instrucción, así como tampoco había traído a nadie que pudiese asustarse por cualquier alucinación pasajera. No, eran soldados, de los mejores que había además.
Se levantó y se estiró, tenía los músculos entumecidos a causa del frío, pero ninguno de sus hombres daba muestras de notarlo. Orvarar estaba de pie, varios metros por delante de la que debería haber sido su posición de vigilancia.
-Algo se ha movido por allí señor-dijo con voz temblorosa mientras apuntaba hacia la oscuridad con su espada larga.
-No uses tu arma como puntero. Está hecha para matar-le replicó.
-S… Sí, señor.
Una tenue luz azul brilló a decenas de metros en la dirección a la que el vigía había señalado. Luz que, en la casi total oscuridad que envolvía el territorio una vez el sol había desaparecido, deslumbró y alertó a la totalidad del grupo, que desenfundaron armas y las sujetaron en ristre. La luz avanzó hacia ellos y de improviso surgieron a su alrededor incontables más. Sin previo aviso, un disparo tronó y su sonido recorrió kilómetros a la redonda en meros segundos.
-¡No!-gritó Serghei, pero ya era demasiado tarde. De entre la oscuridad surgieron una veintena de figuras humanoides de casi dos metros de altura con la piel tan blanca como la nieve de invierno y de expresión igualmente congelada. No tenían pelo e iban ataviados con ropajes retorcidos y ceremoniales fabricados en cuero y metal por igual. Tecnócritas, los guerreros de élite de La Máquina. Cada uno de ellos era tan poderoso como uno de los suyos. Serghei desenfundó su mandoble y se interpuso entre el ataque psíquico del primero de ellos que se dejó ver dirigido hacia el vigilante. Serghei se lanzó contra él y antes de que su enemigo pudiese percatarse de su movimiento, le asestó un golpe vertical y descendente que lo quebró por completo. Acto seguido el General extendió su aura y evitó que los Tecnócritas se comunicasen entre ellos mediante su innata telepatía y que convocasen sus ejércitos de Drones. Serghei miró a su alrededor y vio como sus hombres se veían superados por el enemigo cuando tres más salieron a su paso. Estaban perfectamente coordinados. Uno protegía a los otros dos con su escudo de energía, mientras estos se dedicaban a asestar poderosas descargas mentales sobre el General. Las descargas mentales y telequinéticas se disipaban o perdían fuerza al entrar en contacto con el aura de anulación de Serghei. El General comenzó a cargar magia mientras ponía sus esfuerzos en defenderse. Cuando tuvo el sortilegio preparado lo liberó tomándose a él como epicentro. En su área de efecto, la gravedad se invirtió aplastando a los tres tecnócritas que le enfrentaban y a otros cinco que se sumaban en su contra en ese preciso instante.
Con un rápido recorrido de vista vislumbró la totalidad del campo de batalla. Vio los cuerpos sin vida de sus compañeros dispersos por todo el campo de batalla, sin heridas y sin sangre, lo que hacía la escena aún más perversa para él.
-Medio día-masculló entre dientes mientras una decena de ellos le rodeaban.-. Sólo hemos aguantado medio día.
El General Serghei Angreal se puso en guardia y volvió a acumular magia, dispuesto a vender muy cara su derrota.
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