La micro infinita.

Fue un día cálido aquel en que subí a la micro infinita. Llevaba un libro conmigo y no sé si después de minutos o de años, la lectura me había hecho olvidar mi paradero y mi hogar ya era distante. Con todo el tiempo que contaba había memorizado cada verso de mi lectura y aprendí a compartir con los transeúntes etéreos. Aprendí a robarles, exento de tribulaciones e indecisión, buscaba en su equipaje palabras sueltas e ideas muertas.

Ya había olvidado como lucía mi parada, la ciudad de los sueños había engullido a otro de sus habitantes.

Tristan Gramsch
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