Notas solidarias

 

 

   El piano de la tía Elvira no era como todos los pianos, tenía notas silenciosas, notas que no podían ser escuchadas por simples mortales.

    Antiguo, lo había traído de Chile cuando vino a dar clases a Montevideo, en la casona del Prado de sus padres; pero su piano se le enfermó, se quedó silente, ella explicaba una y otra vez la desventurada historia de su piano afónico. Yo la escuchaba con la inocencia de mis seis años mientras veía pasar su esbelta mano por las teclas de marfil del infortunado instrumento.

    Algunas noches me parecía escuchar melodías pero ella lo desmentía sistemáticamente. Algunos días, la veía sentada en la butaca, serena, acariciándolo con vehemencia mientras repetía una y otra vez un silencioso concierto que  parecía estar sonando maravillosamente bien pero en una dimensión diferente.

     Una noche siniestra entró  la oscuridad en la casa, botas y fusiles  acusaban a la tía Elvira de sedición, de conspirar con los subversivos, de esconderlos en los enormes cuartos con pisos de madera que crujían en la noche a pesar de la música. La arrastraron por los pasillos hasta la calle mientras tiraban su piano solidario por la enorme ventana de la sala.

Camila
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