El reloj de sol

   Cada atardecer la estatua del soldado la observaba leer en el jardín. Durante unos minutos proyectaba su sombra para acariciarla. Se deslizaba por su cuerpo, despacio;  después el tiempo se la arrebataba de nuevo. Nadie percibió nunca cómo caían sus lágrimas pétreas los días nublados.
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