El valor de un recuerdo
- publicado el 09/05/2014
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La última historia
-Cuéntame una historia- digo entre los espacios de los cada vez más acelerados «Bip» del electrocardiograma.
-No- dice mi padre, con una voz tan afónica y cargada de dolor disimulado, que me desgarra el corazón. Es símbolo del poco tiempo que le queda- La última historia me la contarás tú a mí. Cuéntame sobre tu vida, tu familia, tu pasado, tu presente. Dime ahora todo lo que no me has dicho en todos estos años.
-Está bien, si es lo que quieres…
«Todo comenzó en el momento que conociste a mamá. Nunca me habéis dado demasiados detalles de como sucedió. Si fue un flechazo o la fuiste cortejando poco a poco. Solamente sé que el tres de abril del sesenta y dos nací yo, en el hospital de la ciudad de Vigo mientras estabais de viaje.
Al principio crecí feliz en el piso que teníais en la ciudad, pero por falta de los fondos necesarios nos…- hago una pausa. Una pausa incómoda, una pausa dolorosa ya que tanto mi padre como yo sabemos lo que voy a decir. Aún así noto una mirada exigente que me incita a seguir- nos lo quitaron- un suspiro que le hace bajar la mirada- y nos vimos en la necesidad de irnos a vivir a casa de mis abuelos en la aldea. Allí estuve por fin feliz hasta mi adolescencia. Siempre había sido un niño problemático. No había día que no me metiese en peleas. Me acuerdo que mamá me había echado una bronca por hacer alguna que otra travesura en el baño de las niñas, sin embargo tú viviste a pedirme detalles- Bien, se ríe. Sabía que esto le haría gracia.
«Todo era ideal hasta que los abuelos murieron. Siempre he pensado que eran unos desagradecidos. No nos dejaron ni una peseta a cambio de nuestra compañía y cuidados, y el tío nos echó de allí en cuanto tuvo ocasión. Creo que toda su vida te ha tenido envidia porque él no puede tener hijos- me dedica una mirada que solo yo se interpretar, y lo entiendo. Es su hermano y no tengo derecho a hablar así de él-. Comenzamos a vivir donde podíamos: A veces de alquiler, otras en la calle, pero siempre como una familia unida… Unida hasta que me harté. Me fui echándoos la culpa de todo y os dejé solos- Una lagrima. No puedo evitarlo, fue el día que cometí el error que nunca me atreví a enmendar-. Comencé a trabajar en la construcción, pues hubo un momento en que este tipo de trabajos se dispararon por completo. Entonces aproveché»
«Un día conocí a una chica, radiante como la luz del sol de mis días y fui feliz hasta que nació mi hijo: Iván. No porque él nacieses sino porque su madre me dejó para no hacerse cargo de él- De repente advertí un matiz inquisitivo en su mirada-. Nunca te lo he presentado porque sentía vergüenza- Pareció entenderlo- En ese momento pensé que si se fuese cuando se hiciera mayor, me arrancaría el alma y me di cuenta de lo importante que es una persona cuando técnicamente procede de tu propio cuerpo.
La verdad es que no me dí cuenta del todo hasta que decidió irse, y me dejó solo igual que os hice yo. Pero no adelantemos acontecimientos. Tras la partida de mi mujer me encontré sin saber qué hacer. No sabía qué debía darle, no sabía cómo hacer que se durmiese, pasaba noches en vela hasta que la encontré»
«Quizás mi verdadero sol: Alicia. Estaba sola e iba a tener una niña fruto de una agresión. La conocí cuando mi hijo Iván tenía dos años. Estaba allí cuando lo dejé en la guardería. Ella acababa de coger una baja ya que el nacimiento de la niña que estaba esperando era inminente. Tuve la suerte de coincidir con ella a la salda. Ya la había visto alguna vez dentro antes, pero nunca tan de cerca. ¿Qué podía hacer yo si no entablar una conversación? Y comencé a hablar de Iván. Ella por su parte me confesó que era un nió adorable y que ya le había cogido aprecio en ese tiempo que llevaba viniendo a la guardería. Fue entonces cuando me contó todo sobre la niña de sus ojos. Estaba convencida de que la sacaría adelante ella sola.
Lo primero que conseguí de ella, fue que me enseñase a cuidar mejor a los niños. Yo ya había aprendido algo peros se ofreció a venir a mi casa para aplicar sus conocimientos y transmitírmelos a mí. Así acabamos juntos y comimos perdices que duraron cinco años.»
«El día de nuestro «Encuentro por primera vez», fue a una tienda que quedaba más lejos de lo normal, una tienda especial para comprar algo aún más especial de cena. En el camino de vuelta cruzó un paso de cebra. Justo en aquel momento, un conductor ebrio conducía por la carretera en ese mismo punto. Media hora más tarde sonaba mi teléfono mientras trabajaba. Los receptores de la noticia fueron Iván y su hermana: María, que tendrían siete y cinco años respectivamente.
Desde entonces nunca volví a ser el mismo. Había perdido mi sol, el sol de mis días y me había quedado a oscuras.
Pasaron los años y conseguí olvidarlo, superarlo, pero demasiado tarde. Iván llegó un día a casa diciéndome que quería irse, que estaba harto de aguantar mis noches en vela llorando y mis días en silencio apartado del mundo, y se fue y me dejó allí solo, aunque al menos tenía a María. Se parecía tanto a su madre… Dos años más tarde también me dejó.»
«Fue entonces cuando llegué al auge de la depresión. Perdí las el interés por las cosas y dejé de disfrutar de la vida, no quería vivir. No era capaz de ir al trabajo o hablar con nadie sin hundirme aún más. Decidí entonces intentar volver con vosotros. No estaba seguro de so me perdonaríais, ya no estaba seguro de nada, pero quise intentarlo.
Así fue que un día cogí el coche y puse rumbo a la aldea. Me había enterado por unos antiguos vecinos nuestros que habías conseguido al fin, la casa de los abuelos. En la lejanía veía vuestra casa acercarse.
En cuanto llamé a la puerta saliste tú apoyado en en el bastón que tienes guardado en la esquina de tu habitación. Me quede quieto y mudo de asombro, sin saber cómo reaccionarías. Pero en cuanto supe que me habías reconocido, corrí a tus brazos y llorando te supliqué perdón, que me concediste al instante. Había vuelto a casa, pero como todo en mi vida muy tarde. Me di cuenta cuando te pregunté por mamá. La lápida con el nombre de tu mujer, mi madre, se había colocado recientemente- Llora ¿Qué esperaba? Yo también lloro al acordarme de que mi madre había preguntado por mí antes de irse de este mundo-. Durante los dos últimos meses, me contaste todo lo que habíais vivido. En aquel momento no me atreví a contarte mi vida, no podía. Fue todo felicidad hasta que descubrí aquel documento, aquel parte médico que encontré e informaba de tus dos semanas de vida restantes y recaí y me enfadé con la vida por ser tan injusta.»
«Un día caíste enfermo y llamé a la ambulancia, sabía lo que pasaba, no respirabas bien y tu corazón se estaba parando. Vivíamos en un pueblo demasiado pequeño y no conocían la entrada, así que tuve que llevarte en coche hasta el siguiente pueblo. Te acompañé todo el viaje y nos dejaste tres veces durante el camino. Nunca dejé de sostener tu mano, y llegamos al hospital. Dormí aquí dos noches seguidas cuidándote hasta que despertaste y solicitaste verme. Me pediste que te contase una historia, la próxima historia, la última sobre mi vida, y aquí estoy.
Sólo quiero que no te vayas ¡No me dejes solo!- Entonces me doy cuenta del constante pitido que emite el aparato, el infernal aparato llamado electrocardiograma. Dos enfermeras te apartan de mí en una camilla, y un una sala próxima con estrechos ventanucos por los que observo, te practican reanimación, pero no hacen nada. Te has ido de mi lado dejándome solo en este mundo infeliz, sí. Te has ido, te quiero y lo siento.
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