La cadenas del tiempo

Tu muerte repentina y violenta me hizo repensar sobre mi vida: decidí terminar con el alcohol. Y la vida se puso jodida desde que lo dejé hace un mes, con sus noches infernales que no se las deseo ni a mis peores antagonistas; pero tengo Lorazepam que es lo mejor que la ciencia ha inventado. Es increíble como las sustancias pueden hacerte ver el cielo en el infierno pero, también al revés algunas veces. Duermo mucho. Y cuando no duermo veo. Veo cuando éramos niños, cuando no éramos lo que somos ahora. A veces me veo a mí mismo. Pero viejo, más viejo que vos, más arrugado, más oscuro; oscurecido por la vida con su manera tan particular de apagarte de a poco. Y sí –bueno–, también sueño con esa vez que en la que te moriste. ¿Te acordás?

Fue antes de año nuevo. Yo te había dicho que no iba a tomar mucho. Tras verlo al gordo teníamos tanta falopa como para drogarlo a Maradona. Y si vas a ser un adicto, sé adicto a la cocaína. Ese es mi consejo para la juventud. Padres: enseñen a sus hijos a drogarse. Ajá. El problema no es la droga sino la ignorancia que existe sobre el tema. Pero bueno, esa noche habíamos puesto todo sobre la mesa, me acuerdo que había en la pared un reloj que no andaba.

Te acordás de esa vez que ese reloj se paró. Creíste que el tiempo se había detenido, y cuando saliste afuera había sol. Ese reloj dejó de andar para siempre como tu corazón. Como a mí también me va dejar de funcionar algún día, espero que dentro de mucho.

Tomamos todo el santo día. Era esa la idea. Alcohol y falopa, así de simple. Vos no estabas bien de salud. El Sida, el puto Sida, loco. Pero hay algo bueno del sida: es que no te agarra insomnio; tenés la sangre con tan pocos glóbulos que te dormís pronto. ¿Era tu segundo o tercer tratamiento ya? Ah no importa. Vos estabas mal pero a nadie se le ocurría, pero ni a mí, que te faltaba poco para cruzar la línea.

“¡De este año no paso!” Me dijiste. “¡Vos sos mi amigo, te aviso desde ya que en mi funeral nadie llore!”

“¡Te está pegando mal eso! ¡Tranquilizate!”

Hablabamos a los gritos.

“¡Sabés que ahora pusieron un boliche en donde era la placita donde jugábamos a la pelota cuando éramos pendejos!” Le dije. “Eran otros tiempos”

“¡No me acuerdo!”

Yo sí. La primera vez que nos conocimos. Jugábamos a los cuadros, sobre el asfalto, y el que perdía tenía poner la muñeca par que le den un dedazo cada uno de los que jugaban. Vos jugabas muy mal al fútbol, re mal. Perdíamos siempre cuando hacíamos equipo por eso siempre los otros te elegían al último para armar los equipos. Los dedazos en la muñeca dolían mucho. Yo me acuerdo que a vos te hacían sangrar, y me dolía a mí también, entonces te pegaba menos fuerte. Las cadenas del tiempo me sujetan a ese momento, como si fuera un lugar importante. Siempre que salgo a la calle durante una tarde calurosa me acuerdo de ese momento en la plaza jugando a cualquier cosa. Me quedo un rato parado, fumando. Pero mi cuerpo no está ahí. Casi nunca estoy.

“¡Hugo, tomemos de nuevo!”

“No será mucho” dije. “Mirá que no conozco primeros auxilios.”

“¡Que importa! ¡Dale nomás, yo estoy bien”

“¡Feliz año nuevo!”

Y ahora te veo, sentado justo ahí enfrente de mí, pasándola bien y de pronto… te pusiste de pie, y ¡pum! te caíste sobre el piso, de bruces, como un muñeco de juguete. Me sentiría sentido menos mal si hubiera podido hacer algo para evitarlo. Que no daría por haber cambiarlo. Pero sólo me quedé quieto nomás, asustado.

Gaston Espeche
Últimas entradas de Gaston Espeche (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada