La cumbre de Kioto
- publicado el 07/10/2008
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El diario de Mariana
Mariana:
No sé como aprendimos a vivir con retraso: la conversación inoportuna, el chiste a destiempo o esa media sonrisa que adoptamos cuando se nos hizo tarde para las carcajadas. Pero no te preocupes, no tengo intención de remediar nuestras tardanzas.
También es tarde para reflexionar en cómo mis sospechas luchaban dentro mío por liberarse. Es un juego siniestro: la verdad escondida en la oscuridad mientras la vislumbramos a través de visillos. Hoy sé que sólo jugamos para ganar algo de tiempo, y aprender a movernos en este nuevo orden de cosas que traen las verdades.
Terminé de leer tu diario un poco asqueado. Conmigo. Con tus profusas lágrimas, que hace unos años me estrangulaban y causaban pena. Qué buena actriz señora Mariana. Qué fiel espectador, Roberto Rojas.
¿Sospeché que había otro? Quizás el último año, pero fue menos que un anuncio de lluvia al amanecer, breve y sin evidencias. Lo que me extrañó fue esa especie de tregua con tu cuerpo, como si acarrearlo o lidiar con él te fuera más leve. A veces te encontraba mirándote al espejo, casi disfrutando de lo que veías. Las antiguas quejas, sobre la falta de cintura, las feas rodillas, los lunares en la espalda, dieron paso a nuevas preguntas y afirmaciones ¿Ves Roberto que redondos son mis hombros?/Es lindo tener un cuello largo/ Mis orejas tienen linda forma/¿Te gustan el tamaño de mis caderas? Las encuentro perfectas/¿Te fijaste qué pequeños son mis pies?
Siempre creí en la «mujer pudorosa». Una imagen de revista de cuarta, que por cierto vendías muy bien a quien quisiera comprarla. Y allí estaba yo, el primero en la fila. Además, y muy en el fondo, confié en ese respeto más cercano al temor, de los primeros años de casados: ¡Mariana nunca se atrevería!, sentencié, extirpando de cuajo lo evidente y colaborando con mi propia ceguera. Ahora no quedan más vendajes, leí tu diario hasta el final.
Hace días que observo el espectáculo con los ojos bien abiertos y con un odio que me mantiene insomne. El dolor pasó. No me mires, sigue leyendo. ¿No adoras leer?
El tema de esta carta es la forma y su oportunidad, pero no te preocupes estoy muy creativo. Y muy osado. Si hasta aplaudiste mi invitación a pasar este fin de semana en la cabaña del lago. Ni lo intentes, he cerrado ventanas y puertas, y escondí tu celular. Nadie a tres kilómetros a la redonda. Nadie. Y dentro de un par de minutos hará efecto esa pastilla que tomaste tan confiada de mi mano, para tu jaqueca de ya/no/aguanto/a/mi/marido.
Querida mía el veneno será un poco doloroso, lento, a ratos desgarrador, no muy distinto a cómo han sido para mí estas últimas semanas.
¡Ah! Se me olvidaba, yo no soy ningún «hombre predecible y simplón». Deberías hacer una fe de erratas en tu hermoso y bien escrito diario. Pero ya es tarde.
Tu Roberto.
- El diario de Mariana - 10/03/2014
Me gustó mucho, bienvenida a la competencia, mucha suerte.
Muchas gracias Camila. Estoy de estreno en esta página.