¿Y si lo hubiera sabido?

Diana, Dianita:
Saliste de casa hace dos noches, como siempre, ¿por qué lo digo? Porque fui tu sombra, desde la vez en que nos seducimos y enamoramos (o eso fue lo que creí) no me llamaste ni respondías mis mensajes, te buscaba en el bar sin suerte, deduje que me pasaría lo mismo; eras la quinta muchacha que jugaba conmigo para después botarme, exprimido, desconsolado. Por ello, contigo apliqué un método distinto: la vez que te di y aceptaste mi amor (no podrías negar que lo hiciste) fingí despedirnos, cada quien siguió su senda y confié que si el destino nos juntaba se debía por la correspondencia de nuestras auras. Eso decía cada vez que hallaba a la mujer de mis sueños Diana, te seguí hasta tu hogar (que también era el mío) mirando la ventana de tu departamento, quinto piso, lado izquierdo del corredor, tercera puerta y nunca me habías visto, yo habitaba el 2D5.     Encontrarte en el bar no fue casualidad, te seguí como a las otras cuatro muchachas que antes salieron también de mi vida.
Fui ingenuo, pensé que me reconociste y por eso aceptaste mi trago y la pieza de baile, por ello fuimos a una bodega oscura y me complaciste aún cuando me hubiese bastado con prometerme otra velada, nunca pasé de la primera cita.
Hace dos noches (ya no vives el mismo tiempo que yo, pronto tu lápida dirá 1989-2014) saliste, entraste a otro bar y sedujiste a un nuevo extraño, los miré desde el otro extremo de la barra oculto como ente de sombras. Esperé al final de tu cortejo, ya sola, a punto de abordar el taxi que detuve para ti, otra vez ni me reconociste: agitaste la mano y me enviaste un beso cargado de labial rojo que se corría de tus labios por los besuqueos que seguro le brindaste a ese sujeto. Abordé mi auto y llegué antes a casa por el atajo frecuente.
Esperé para hablar frente a tu puerta porque incluso con tus fallos y deslices estaba seguro que teníamos algo, esa conexión mágica en la que intercambiamos más que solo fluidos corporales. Me desaté la corbata para hablar con libertad, mi rosto ensombrecido por no dormir vigilando tus pasos me hacía ver seco, grisáceo, enfermo. No lo supe, lo ignoré hasta que me viste, gritaste horrorizada, por la cuerda en mis manos creíste que te estrangularía, mi cara de muerto (como la llamaste) te hizo correr escaleras abajo, alcoholizada, te seguí y rodaste por las escaleras, me descubrieron ahí parado, jadeante ante el espectáculo de tu piel descubierta.
Los periódicos decían: ¡Embarazada Y Asesinada! Ignoraste tus tres meses, el mismo tiempo en que nosotros… por ello aquí recluido por violación y asesinato (no negué nada, tengo un problema y creo que lo intuiste cuando decidiste no verme más) pienso y pienso en ese bebé, si hubiera sido niña la habría llamado Dianita y solo me digo atormentado por el confinamiento ¿Y si lo hubiera sabido?

Tu demonio.

Carmen Macedo
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