«Por cierto, lo que sientes son celos.»

«[…]

Cuando Mike vio salir a Belle, le pareció que el ruido de la cafetería aumentaba.

-Vaya, vaya, compadre… –dijo Juan, mirándole con burla- Es la primera vez que te veo tan callado delante de una mujer.

-Chorradas –replicó el rubio, con el ceño ligeramente fruncido- Lo que pasa es que tú no cerrabas el pico y yo no he podido decir nada.

-Ya, ya… –dijo su amigo, malicioso- Te he visto, te estaban brillando los ojos.

-Serán las luces –Mike se encogió un poco de hombros, sólo lo justo para que su amigo captara el gesto, pero no tanto como para hacerse daño.

-Claro, las luces… –dijo Juan, asintiendo con ese aire de quien sabe algo que el otro ignora; bebió un trago de su bebida, y pareció cambiar de tema- Es una chica guapa, desde luego…

El rubio asintió inconscientemente, mientras apuraba los últimos sorbos de su refresco. Ese adjetivo se quedaba corto; Belle no era guapa, era preciosa. Tenía el encanto especial de las mujeres que ignoran su propia belleza.

-Tiene unas bonitas piernas –continuó diciendo «El Mexicano», haciendo como si no le estuviera mirando, aunque en realidad vigilaba todos los movimientos de su colega, que seguía absorto en sus pensamientos- Me pregunto cómo será estar entre ellas.

Pasaron un par de segundos hasta que Mike entendió el sentido de aquellas palabras, y entonces le dirigió a Juan una mirada cargada de reproche, pero también de un odio irracional.

-¡Lo sabía! –exclamó entonces su colega, con una risotada- ¡No te atrevas a negar que te gusta, hermano!

-¿Y a ti? ¿Te gusta? –preguntó Mike, sabiendo que había caído en la trampa; estaba intentando tranquilizarse, pues no comprendía por qué había tenido ese acceso de ira repentina al imaginarse a Juan y a Belle juntos.

-Nah, es simpática, pero no es para mí –contestó su colega, con una sonrisa triunfal- Las prefiero rubias y tontas.

El rubio suspiró, profundamente aliviado de repente. Se hizo una coleta otra vez y se levantó de la mesa; era hora de echarse un par de carreras, y, ya que no podía entrenar como los demás, al menos no perdería la forma física. Aún tenía tiempo de sobra antes de ir a rehabilitación, y necesitaba despejarse.

-Me voy al gimnasio –anunció, levantándose y cogiendo su bolsa de deporte- ¿Te vienes?

-Acabo de salir de allí, pero vale –contestó Juan, imitándole- ¡Ah, por cierto! Lo que sientes son celos.

-No digas tonterías –repuso Mike, ligeramente molesto. Ya había tenido celos antes, y no se parecían en nada a lo que acababa de experimentar; esto era mucho más profundo… Quizás sólo fuera la inactividad, aunque la posibilidad de que fuera una enfermedad mental, como la esquizofrenia o algo así, también se le pasó por la cabeza… Todo era demasiado raro, demasiado nuevo, para él.

-Si no quieres admitirlo, vale, pero luego no se te ocurra decir que no te avisé.

[…]»

Sarah Havok
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