¿Nunca es demasiado tarde?
- publicado el 13/05/2014
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Katrina (1: La pista)
Ficha de personaje:
A qué se dedica: Busca libros valiosos y los vende al mejor postor
Qué aspecto tiene: Rasgos afilados, ojos verdes, pelo castaño que le cae en largos rizos sobre los ojos. Metro sesenta y siete de estatura y complexión mediana. Tiene una marca encima de la ceja derecha que se hizo al tropezar en una librería y caer sobre una pila de libros.
País de origen: Francia
Virtudes y defectos: Una gran creatividad, trabajadora. Siempre llega tarde
Nombre: Katrina
Un suceso de su pasado: Un hombre, un coleccionista cruel y rencoroso, asesinó a su padre al no encontrar para él un códice del siglo XV
Un gesto que siempre hace, un objeto que siempre lleva: En momentos de reflexión deja quieta la vista mirando al vacío. Lleva siempre un amuleto que su padre le dio cuando tenía doce años
Ficha de personaje
A qué se dedica: Licenciado en literatura medieval, renacentista y contemporánea.
Qué aspecto tiene: Ojos grandes y grises, pelo oscuro y ondulado. Metro setenta y cuatro de estatura. Complexión ancha. Cojea levemente cuando camina y más profundamente cuando corre ya que tiene de nacimiento una pierna más larga que la otra.
Virtudes y defectos: Leal y valiente pero confía demasiado en que todas la gente del mundo es buena persona.
País de origen: Italia.
Un suceso de su pasado: Cuando era pequeño, se perdió en el bosque y estuvo una semana a la deriva casi sin comer y sobreviviendo a base de frutos y agua de lluvia.
Objetos: Desde que se perdió, lleva siempre un atlas de bolsillo y una brújula.
——- *——-
Ahí estaba, siempre llegado tarde. Venía corriendo por las calles sicilianas de Palermo. Katrina llevaba un maletín violeta de cuero tintado con estampado de leopardo color piel bajo el brazo. Los rizos castaños le rebotaban en todas direcciones mientras corría. Vestía un jersey blanco y delgado de lana con las mangas largas que contrastaba con su tez morena. Unos pantalones también de lana, ajustados, le cubrían las piernas hasta las rodillas.
Me alegré al ver que no pasaba de largo la puerta del Bar, donde nos encontrábamos. Nuestro cliente también estaba aliviado. Su cara relajada y satisfecha cuando hacía solamente un minuto había estado tensa y él al borde de un desmayo, me lo indicaba. Era normal. Katrina llegaba tarde media hora. Ella se sentó a mi lado en la mesa de aluminio que teníamos en frente, nosotros dos en un lateral del cuadrado y nuestro cliente al lado opuesto.
Tenía entendido que su nombre era Carlo pero se hacía llamar «Lodanno». Con todos los clientes que había tratado hasta entonces, ya era común, pero aún había algunos que me llamaban la atención. Todos se ponían nombres extraños. Cogían el título de un libro que les hubiese gustado y lo modificaban hasta que lo habían remodelado y lo adaptaban a su a su gusto de forma que pareciese un apodo. En verdad, este nombre es una especie de mensaje oculto entre los que frecuentan este mundillo. Es una especie de lenguaje: de comunicación. Se logras descifrar ese nombre, serás capaz de conocer a la persona que lo usa. Conocer sus gustos y personalidad, y para nosotros los que tratamos sus mercancías es una información muy valiosa. Así sabemos como debemos comportarnos ante ellos. Cuando se nos presentó a este hombre que nos solicitaba para conseguir una valiosa obra- su mercancía- que habla de la mitología grecolatina completa, me reí del nombre que se había buscado. Katrina me explicó, sin embargo, que su nombre era derivado de la obra griega de Homero «La Odisea» y de ahí que nos encargase una obra que explica los inicios de la mitología en cuestión.
-Buenos días- comenzó ella devolviéndome a la realidad. Nos miró formalmente, primero a mí y luego a Carlo. Este parecía ansioso por reclamar lo que tanto tiempo llevaba buscando. No pude evitar sonreír para mis adentros. El plan iba según lo esperado.
Katrina colocó el maletín encima de la mesa, introdujo la contraseña numérica y el maletín se abrió con un sonoro y esplendoroso Click que retumbó en toda la estancia del bar en el que nos encontrábamos, haciendo que todo el mundo que allí se encontraba se diese la vuelta observándonos sorprendidos.
El cliente acercó sus manos, lentamente, hacia el maletín. Cuando lo tuvo demasiado cerca, Katrina lo cerró de golpe y esto sobresaltó a Carlo, que dio un respingo. La felicidad y satisfacción que había acumulado durante los últimos momentos, se disipó en un instante. Había recordado. Algo había turbado esa felicidad, y tenía que ver con el dinero.
-¿Cúanto?
-Vayamos fuera a discutirlo- le respondió Katrina-. Estas cosas se tratan en un ambiente más fresco – Acto seguido me dirigió una mirada que solo ella sabe y que solo yo conozco. Ella le direge unas palabras al camarero que la conduce junto al cliente a la puerta. Yo preparo la gasa. Salimos los tres afuera. La calle que nos recibe no es muy diferente de las otras. Hay demasiada gente y muchos coches aparcados
-Negociemos entonces- digo yo posando los ojos sobre los de él.
-¿Cuánto queréis?-pregunta Carlo, sin interés alguno sobre el asunto.
-Nada, realmente nada- dice Katrina- ya sé que no quiere nada, pero no estoy realmente seguro aún de lo que pretede conseguir. Solamente conozco la parte del plan que me toca poner en práctica y no me queda más remedio que confiar en ella, como hago siempre-. Solamente necesito información, solo eso- nuestro cliente la mira, extrañado.
-¿Información?¿Qué tipo de información puedo ofreceros yo?- yo también me hacía la misma pregunta ¿Qué sabe él para que Katrina esté tan interesada?¿Qué pretendes Katrina?
-Con quién te has visto antes- los ojos de él se abrieron como platos. Empezó a sudar.
-¿De qué me hablas?
-Bien lo sabes. El hombre del coche rojo con el que hablabas por la ventanilla…
-Lo siento, no soy la persona que crees que soy.
-Ahora Ángelo
-Bien Katrina- digo yo. Me acerco entonces rápidamente al hombre y le acerco el paño emppapado en cloroformo de forma que le cubra la boca y la nariz.
-Dulces sueños- dice Katrina sarcástica. Los ojos de él se cierran. Katrina y yo lo llevamos hasta el coche y lo tumbamos en los asientos traseros. No es demasiado alto, por lo que no tenemos problema a la hora de introducirlo. Katrina se sienta a continuación en el asiento del conductor y yo en el del copiloto. Nuestro coche es de color negro, pequeño y estrecho, de techo combado hacia arriba. Ka tapicería interior es color crema. Katrina enciende la radio y pone el coche en marcha. En poco tiempo hemos salido de la ciudad. Yo desvío unas cuantas ojeadas a nuestro invitado. Tras veinte minutos fuera de la ciudad, Katrina habla:
-¿Cúantas inhalaciones?- me pregunta severamente.
-¿Qué?- le respondo.
-De cloroformo. Cuántas inhalaciones.
-Tres, y bien profundas.
-Buen, eso nos deja un margen de dos horas antes de que se despierte.
-¿Adónde lo llevas?¿Qué harás con él?¿Qué pretendes catrina?
-Lo llevamos- me responde enfatizando esta última palabra- junto a Ricardo. Él sabrá qué hacer con él para que nos diga lo que queremos saber, en cuanto a lo que pretendo… aún no lo tengo muy claro- al instante siguiente deja la vista fija en un punto muerto, mirando hacia la carretera pero sin ver nada. Sus movimientos son mecanizados y no precisan de ninguna concentración extra. Este es su momento de reflexión y la forma de dejarme claro que no quiere seguir hablando.
Aunque piense que no, yo sé lo que está pensando. Piensa en ese individuo, ese que le arrebató lo que tanto quería, dejándola sola en el mundo y la forma de vengarse. Cree que el hombre que llevamos atrás trabaja para él y no puede soltarlo hasta haber confirmado o descartado esa opción. Intentaría reprochárselo y echarle en cara que no tiene razón… pero no puedo. Esa mirada de reflexión que pone me dice que podría perder la voz hablando, pero ella no me escucharía. Ella conseguiría por todos los medios evitar mis preguntas y no dar más respuesta de la necesaria. El hecho de que ni ella misma sepa qué pretende hacer, me tiene desconcertado. Estoy seguro de que sí sabe lo que pretende, pero no piensa contármelo. Supongo que acabaré por descubrirlo yo mismo y por mis propios métodos.
En cierto momento nos paramos. El cuerpo de Carlo dormido se sacude sobre el suelo de grava y por un momento temo que se vaya a despertar, pero no ocurre nada. Katrina me pide el Atlas, sonrío. Sabe que siempre lo llevo encima desde aquel día en que me perdí y no dudo en dejárselo. También le ofrezco la brújula, pero la rechaza amablemente. Mejor pensado, ella tiene su propia brújula: su amuleto. La primera vez que lo vi, me sorprendió su abstracta y precisa forma, dado el gusto exquisito de Katrina. Su material de construcción es muy especial. Al pender el amuleto de forma recta, paralela al suelo, de forma que penda sobre la puerta, este se ladea ligeramente hacia el norte por alguna razón que hace referencia al magnetismo. Su peculiar forma le permite averiguar de donde sopla el viento en cada momento, que es la razón de su figura abstracta.
Tras varios desvíos por fin llegamos a Alcamo. Aún nos sobra tiempo. Estoy en contra de lo que piensa Katrina. Acude a Ricardo para que le sonsaque lo que quiere a este hombre. Cuando entramos en la ciudad aprovecho el tiempo restante preguntarle a Katrina algo que me lleva intrigando todo el viaje.
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