Me quieren matar.

Las ramas secas de los árboles golpean mi rostro cortándome las mejillas, las plantas de mis pies se agujeran pisando pequeñas y puntiagudas piedras, mi rastro es fácil de seguir ahora, la sangre que desprendo coloca a mis perseguidores muy cerca de mí, tratar de esconderme en este escueto bosque es imposible, la tarde apenas cae y su nublado cielo acelera la llegada de la noche, tal vez la obscuridad pueda ser mi aliada. El horror está acechándome.

Murmullos y cuchicheos crecen detrás de mí, el sonido de múltiples pisadas se acerca ferozmente, me quieren matar, experimento real miedo, no tengo siquiera tiempo de voltear para medir la distancia a la que se encuentran mis cazadores.

Me adentro cada vez más en las entrañas del bosque, alaridos y gritos excitados se acortan tras de mí, aullidos ensordecedores se unen a mi persecución, mi olfato distingue el aroma a madera quemada. Mi vestido está hecho girones, retazos de él se han quedado en las garras de los árboles. Ahora entro a la zona fangosa del bosque, mi andar pierde velocidad pero aun así sigo corriendo por mi vida, no puedo morir de forma tan vil, huele a muerte. Cada vez están más cerca.

Tropiezo constantemente, mis manos y rostro se embarran de maloliente légamo, solo limpio la zona de mis ojos para poder continuar, arrastro mis pasos intentando alejarme de aquellos sedientos de sangre, mis destrozados pies me empiezan a abandonar y a cada tranco que doy un terrible dolor dentro de mis talones me hace trastabillar, una punzada intensa en mi costillar me detiene, respiro agitadamente. Arcadas provocadas por el esfuerzo me doblan haciéndome llevar mis manos al estómago, solo un hilo de baba espesa escurre de mis labios, termino de rodillas sobre la pegajosa superficie del bosque y me dejo ir de lado hasta quedar recostada en posición fetal. Lloro al saber que mis segundos están contados, estoy a nada de morir.

Escucho como se acercan los salvajes, sus voces indican mi posición, bestias enseñado sus amarillentos colmillos les acompañan, siento el calor de la multitud acortando metros hacia mí, estoy muy débil, apenas y mi vista distingue una masa borrosa aproximándose, el terror me rodea, me observa con ojos inyectados de ira, aprieto mis parpados esperando lo peor y me desvanezco.

Todo es obscuridad.

Despierto con suma lentitud, un dolor vibrante golpea las paredes internas de mi cráneo y trato de recordar los eventos que me tienen víctima de esta situación, no puedo movilizarme libremente, hacerlo me lastima, estoy de pie y fuertemente atada a un viejo tronco con alambre de púas; mis perseguidores reúnen ramas secas y rodean mis pies con ellas, una antorcha desciende y toca la corteza consumida de las ramas, un naciente calor trepa desde la planta de mis pies hasta mis pantorrillas amenazando con consumirme completamente, el fuego lentamente crece haciendo más larga mi agonía, mis extremidades inferiores arden, comienzo a oler carne chamuscándose y escucho como el calor del fuego hace burbujear la piel de mis piernas haciéndolas estallar. Desgarro mis cuerdas vocales con maldiciones y alaridos de dolor, mis verdugos me observan con asco, algunos rezan, otros cubren sus bocas y narices, y los perros ladran desesperadamente.

El humo que produce el fuego sobre mis carnes me cierra la garganta, un sufrimiento inenarrable por las brasas me consume, los pueblerinos me aporrean el cuerpo con cualquier objeto que tienen a la mano, mientras gritan endemoniadamente al cielo – “Bruja, bruja…”.

 

 

Pedro
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