MARVIN
- publicado el 22/10/2008
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Sjisma, el duodécimo. Capítulo 2. Dos hermanos para una profecía
Sjisma, el duodécimo. Capítulo 1. Un encapuchado para una misión
Sjisma, el duodécimo. Capítulo 2. Dos hermanos para una profecía.
–Caminad.
Éndivion podía seguir el paso de Balgan sin dificultad. Tenía poco más de diez años pero tenía el tamaño de un hombre. Sus piernas eran muy poderosas y cargaba sin dificultad con dos fardos de equipaje. Había heredado el físico de su padre. Tenía su mismo pelo rubio, sus ojos azules y una anacrónica mandíbula cuadrada. No le pasaba lo mismo a su hermano Ácelg. Hacía rato que el resuello no le era suficiente y sus piernas le dolían y temblaban. Durante su infancia había encadenado una enfermedad tras otra y esto no le había permitido desarrollarse correctamente. Éndivion cargaba todos sus bultos pero eso era insuficiente. No tardó en quebrarse y cayó al suelo. Balgan se acercó y le palpó el cuello. Su pulso era acelerado y débil y tenía la boca completamente seca; apenas podía abrir los ojos. Balgan decidió cargarlo hasta llegar al torreón de Hart.
Ácelg recuperó la consciencia en los hombros de Balgan, pero el encapuchado no lo bajó al suelo para no decelerar la marcha. Desde ahí arriba, tomó valor y le comentó a su montura lo que había escuchado en la casa.
–Balgan… ¿puedo preguntarle algo?
–Que sea fácil –respondió el caballero.
–¿A qué se referían usted y mi madre cuando hablaban de algo imperdonable que había hecho?
Balgan calló durante un rato. La respuesta podía hacer que los dos pequeños se pusieran violentos y hacer que el viaje al torreón fuera más complicado. Lo sopesó por un largo rato y decidió no contestar. Enfrascado en mantener su silencio, aceleró su paso tanto que Éndivion no pudo mantener el paso y quedó alejado.
–¿Es por mi padre?
–Sí –respondió instintivamente–, ¿cómo lo sabías?
–Bueno, no estaba seguro pero madre sólo se pone tan hostil cuando se acuerda de él. Y dijeron que llevaban diez años sin veros.
–Yo fui quien le quitó la vida a tu padre.
–Ah. Está bien.
–No pareces molesto –se sorprendió.
–De eso hace diez años. Si mi padre hubiera seguido vivo probablemente yo estaría muerto. Además, ¿qué obtendría de enfadarme? Usted es más grande que yo, y mi hermano le atacaría sin pensárselo… Probablemente, ambos acabaríamos muertos.
–Tiene sentido –afirmó.
–¿Por qué lo mató?
–Es algo complicado… –rezongó Balgan pero Ácelg no le dio la oportunidad de evitar responder.
–Lo comprenderé.
–De una forma simple, tu padre y yo defendíamos dos causas opuestas. Tu padre apoyaba al usurpador Jiofante y yo soy seguidor de Hart, que es el legítimo heredero al trono. Cuando tuve la oportunidad, le quité la vida.
–Eso sería demasiado simple. Vi cómo miraba a mi madre.
–Hablas demasiado. Aprende de tu hermano que camina en silencio con todo el equipaje sin abrir la boca.
–Mi hermano tiene diez años y no sabe nada de mujeres.
–¿Y tú sí?
–Sé que mi madre no es atractiva pero quizá lo fue en algún momento. Esta noche, tú seguías viendo ese momento.
–Cállate –gruñó de nuevo Balgan.
–He acertado, por lo que veo. Por lo que sé la historia podría ser que usted amaba a mi madre, mi madre se fue con mi padre y usted mató a mi padre. Sin embargo, en ese caso parece un poco absurdo que usted no matara a mi madre también o que matara a mi padre con antelación. Usted lo mató en ese momento preciso y de ese modo por alguna razón.
–¿No te enseñaron el significado de estar en silencio?
–He pasado demasiadas horas con mi madre ayudándola a tejer, encerrados en casa mientras mis hermanos mayores labraban el campo. Hablar es lo que mejor se me da. Podría hablar durante horas y horas –continuó poniéndole un tonito a la frase.
–De acuerdo. Responderé una última pregunta pero después te mantendrás callado el resto del camino. ¿Trato?
–¿Por qué mató a mi padre?
–¿Trato?
–Trato.
–Tu madre era una espía de Hart enviada para vigilar las acciones de tu padre, pero antes fue mi esposa –por primera vez, Ácelg se sorprendió–. Como súbditos leales, no pudimos negarnos al deseo de nuestro Señor y tuvimos que conjurar nuestros votos matrimoniales. Tu madre vigiló por veinte años al general Verde, transmitiéndonos todas sus maniobras. Arena era una amante prodigiosa y no le costó obtener la información. Pero cometió un error, se enamoró de él y para protegerle del devenir de la guerra sin tener que traicionar a Hart, lo convenció de que abandonara el ejército y se dedicara a labrar la tierra.
–Y ya no había razón para seguir espiándolo. Pero Hart no lo entendió así y ordenó la muerte de ambos.
–Justamente –se tomó dos segundos–. ¿Ahora callarás?
–¿Y no mató a mi madre porque…?
–La última pregunta, dije.
Ácelg calló y Éndivio consiguió alcanzarles. No dijo ni una palabra ni presentó ninguna queja por haber sido excluido de la conversación. Estaba muy excitado porque iba a entrar como escudero a la orden del legítimo rey. El trayecto duró casi una semana y tomaron los caminos más ingratos, pero no tuvieron ningún contratiempo real. Tan pronto como llegaron al torreón de Hart, Balgan se presentó con los duodécimos hijos.
A Hart no le convenció que Balgan trajera dos niños para cubrir la profecía. Consideraba que ese tipo de decisiones no le correspondían a él y que le distraían de lo esencial de su rebelión. Cuando llegara el mago de la Torre Roja él sería el encargado de elegir.
–De momento, ambos seréis tratados con todos los privilegios. Cuando Akou vuelva de su peregrinación escucharemos su consejo. Ahora, idos a vuestros aposentos. Balgan, acompáñalos y después regresa aquí –el rey torció su gesto y lanzó al encapuchado una mirada gélida–.Tenemos un tema que tratar.
Ácelg y Éndivio fueron llevados a la habitación con celeridad. Balgan sabía que el tono del rey dejaba poco espacio a la especulación. Sólo la impertinente voz de Ácelg le sacó de su estado de concentración.
–¿Quién es Akou?
–Un mago de la Torre Roja.
–Un mago es un hechicero, ¿verdad? –Ácelg no le dio tiempo a Balgan a contestar y continuó preguntando–. ¿Qué es la Torre Roja?
–Los magos son mucho más que hechiceros. Ellos comprenden los conjuros.
–¿Y los hechiceros?
–La magia fluye por ellos pero no saben controlarla. Son simples aficionados que apenas manejan sus poderes innatos.
–¿Y qué es la Torre Roja? –repitió el niño.
–Las torres de magos de Filn Gisault son los lugares donde los hechiceros aprenden a controlar la magia. La torre Roja es famosa por sus magos videntes. Realizan premoniciones y son afamados consejeros en todo reino que los pueda pagar.
–Esta fortaleza no parece muy opulenta, ¿el Señor Hart puede pagarlo?
–Akou es adepto a la causa de Hart. Ese bárbaro se asentó bajo la protección de nuestro señor y si, finalmente, Hart accede al trono, se beneficiará largamente de su servicio.
–Creo que ese tal Akou puede ser alguien muy interesante.
–Acéptame un último consejo, Ácelg, cuídate de los magos. Son tan poderosos como ladinos.
Ácelg no se amedrentó con la frase lapidaria de Balgan, todo lo contrario. Sonrió con suficiencia pensando que por fin había encontrado algo interesante por lo que servir a Hart.
Éndivio entró en su habitación y quedó sorprendido por cuanto le rodeaba. Dejó caer su pesado fardo y se puso a correr por la habitación que compartiría con su hermano hasta que ambos fueran declarados adultos por las leyes del reino. Ácelg fue directamente a la cama a descansar del largo viaje.
–Akou dijo que Arena es la madre de esos niños… ¿es aquella Arena? –el tono de la pregunta no permitía esquivarla.
–Me temo que sí, mi señor. Cuando me encomendó la misión y Akou me dio los detalles, comencé a sospecharlo.
–Espero que tengas una buena explicación de por qué sigue viva –concluyó, dejándose resbalar por el trono.
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