Dragón Carmesí
- publicado el 10/01/2014
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Prometido para sí
No consideraba que fuera necesaria la felicidad y había constituido un mundo que giraba alrededor de su sentido del deber y de la calma. No se sentía capaz de amar, ni de desear, siquiera. Todo era explicable en términos de necesidades básicas cubiertas.
Pero el equilibrio era frágil. Le daba para vivir su día a día pero no correspondía con nada más. La base de todo era una promesa que inconsciente, pero conscientemente, había roto. Paradójicamente, la base de su “deber por encima de todo” se sustentaba en una ausencia de deber cumplido. Un día, esa promesa se le vino encima; reconoció la felicidad sólo un instante.
Se le rompió, de todas formas, entre los dedos, pero las piezas, a primera vista, parecían encajar y trató de mantenerlas unidas por presión. No obstante, cuanto más las apretaba, más se le quebraba. Y aquella felicidad no buscada, sustituida por una calma marina, ausente de necesidades, de anhelos, deseos, se le volvió una carencia constante.
Después de huir de ella, la felicidad había vuelto para hacerle daño. Ya no era capaz de dejarla atrás y no lo quería. Se había vuelto su deseo perseguirla hasta rozarla con los dedos pero ella era más rápida. La felicidad, digo.
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