Melancolía

– Dios, como te he echado de menos.
– No me mientas.
– ¡Te lo juro! No podía esperar el momento de que volvieses.
– Los seres humanos no echamos de menos a las personas o a las cosas. Eso es una chulería más de nuestra especie. ¿Acaso sentías un vacío en la boca del estómago al pensar en mí? ¿Falta de aire en tus pulmones? ¿Sentías… Ese agujero en el pecho con el que seguro no podrías seguir viviendo?
– ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso es justo lo que sentía!
– Eso, amor, es melancolía. Melancolía por los momentos vividos conmigo.
– Pero tú siempre dices que eres un melancólico…
– ¡Ah, claro! Ahora imagina ese sentimiento que dices sentir. Ese profundo dolor insaciable… Y asócialo… Asócialo a todo. Imagina sentir eso todos los días de tu vida, cada mañana. Cada instante. Por cualquier cosa. Por cada buen momento, en cualquier parte, con cualquier persona. Ahogando el resto de sensaciones. Dejando ese profundo vacío.
– Pero entonces tú no eres melancólico. Tú eres feliz, no hay más que mirarte.
– ¿Qué es? ¿La constante sonrisa? ¿Las carcajadas por casi cualquier cosa? ¿Sabes que es lo que más ansía un melancólico? Revivir sensaciones. Revivir esos momentos que no le dejan vivir. Y los busca. Aunque por dentro esté muriendo… Los busca.
– Entonces… ¿No sentís nada?… ¿No me amas?
– No, cariño. No es eso. Sentimos… Vaya si sentimos. Muchos creen que no, porque la melancolía tapa las demás emociones. Aunque al revivir esos momentos que parecían tribales lo hagamos con ansia de revivirlos. Sentimos tanto que confundimos emociones, por raro que suene. Vivimos tanto los momentos que incluso cuando estamos con la persona con la que hemos vivido esos momentos… O en ese lugar donde ocurrieron… Somos capaces de disfrutarlos mientras el recuerdo del pasado nos atormenta. Algunos no lo aceptan y sencillamente se hunden en la oscuridad, pero otros estamos condenados a amar muriendo por el amor perdido… Que aún poseemos.

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