DISTORSIÓN DEL TIEMPO.

SINOPSIS.

Todos tenemos fobias y comportamientos neuróticos. Pero ¿qué ocurre cuando descubres que tu neurosis no es sino una metáfora de un asesinato perpetrado en tu infancia?  Una metáfora de tu propia orfandad… Nadia es víctima de cromatofobia durante mucho tiempo pero encuentra su equilibrio personal al conocer a un joven psicoanalista que, mediante el hipnotismo, logra desterrar un pasado macabro escenario de un crimen perfecto.

 

Nadia es una de estas raras marroquíes rubias y de ojos azules que hacen que los hombres se vuelvan a echarles piropos y a suspirar de ansias por no lograr siquiera una sonrisa.

Con sus 27 primaveras y la carrera de medicina recién acabada, es cada vez más admirada por los hombres y envidiada por las mujeres.

 

Sin embargo, la joven sufre de dos lamentables complejos: tartamudea y tiene fobia al color rojo.

En ocasiones es incapaz de formular una frase coherente y el mínimo matiz rojizo a la vista la deja en un estado asmático.

Esto hace de ella una mujer tímida, marginada e infeliz.

Los especialistas intentaron todos los medios terapéuticos, pero no diagnosticaron ninguna tara psicosomática.

Su madre huyó con su amante a Italia cuando ella tenía apenas tres años y su padre tuvo que casarse con la criada por haberla dejado encinta, por lo que aquellos acontecimientos no significaron nada para ella.

En compensación, su madrastra desempeñó plenamente su papel maternal. Además, pronto la mandaron a la ciudad, a casa de su tío, para poder frecuentar la escuela primaria y jugar con sus primos, cosa imposible de realizar en la aldea donde nació.

Después del bachillerato, obtuvo una beca y se fue a Francia a estudiar la carrera de medicina. Total, nada en su vida que justificara su enfermedad actual.

 

El cielo de Tetuán está nublado, pero aún no empieza a llover.

Nadia sale del municipio donde estuvo solicitando autorización para abrir su consultorio y se dirige ahora a Correos para echar algunas cartas y luego tiene planeado amueblar su nuevo apartamento.

Más tarde, como cada jueves,  le llevará pasteles y otros regalos a su madrastra.

Cruza la calle con paso firme y decidido, pero de repente la asalta un coche rojo que frena con un chillido justo a su altura, rozándole las rodillas, faltando el canto de un duro para que la atropellara. Inconscientemente alarga un brazo para defenderse tocando con la mano el ala derecha del coche. El contacto con el metal rojo le produce un escalofrío y nota que súbitamente todo el paisaje empieza a adquirir tonos rojos que le excitan la retina.

Cierra los ojos para borrar dicha impresión, pero en su mente estalla una inmensa mancha de sangre que se pone a extenderse y a alcanzar proporciones extraordinarias.

Deja caer su bolso y sus cartas y se pone a correr como una loca, arrollando a los transeúntes que se detienen para observarla sin entender. El conductor sale precipitadamente del coche, recoge las cartas y el bolso y se dispone a alcanzarla, en vano. La joven corre con todas sus fuerzas, como si viera a un fantasma. Siente que la repugnante mancha de sangre la está alcanzando por la espalda, para engullirla. Titubea y resbala.

Intenta gritar y pedir socorro, pero solo logra tartamudear con voz de niña una frase incoherente: «No quiero ver a mm…mi ma… má». Finalmente su vida cesa allí, en medio de aquel océano de sangre.

 

Más tarde alguien llama a una puerta y un hombre alto y amable acude a abrir, sin disimular su asombro al ver al visitante.

—Soy el doctor Ubaldía y vengo a devolver sus cosas a la señorita Nadia. Fui primero a buscarla a su nuevo apartamento, basándome en la dirección del DNI y el conserje me dijo que aún no lo ha estrenado y que la encontraría aquí en casa de su tío.

—Soy su tío, sí, pase por favor. No sabemos cómo agradecerle esto, pues en el bolso hay documentos importantísimos para mi sobrina. Vayamos al salón, ¿Qué le apetece, doctor, un café, té o zumo?

—Un té, por favor.

El anfitrión llama a la criada y le da instrucciones. Luego, volviéndose a su huésped, dice en voz amena:

—Me llamo Driss Abadi y soy abogado.

—Encantado, señor Driss. Me siento culpable por haberla amedrentado con mi coche, al frenar a su altura y rozarla. Pero no entiendo por qué se echó a correr tan de prisa, en vez de recriminarme, gracias a Dios no hubo daño físico.

— ¡Muy Curioso! No se acuerda de ningún coche. Nos dijo que sintió un malestar y se desmayó. Por suerte, una mujer la reconoció y la ha acompañado a casa. Dígame, doctor, ¿De qué color es su coche?

—Rojo. ¿Por qué?

—Ahora entiendo. La verdad esto suele ocurrirle de vez en cuando.

—¿De vez en cuando?

—Tiene fobia al color rojo y esto es incomprensible. Solo sabemos que huye por no poder soportarlo. Además tartamudea desde  niña.

—¡Ah!

—Precisamente, doctor, consultamos a muchos médicos para saber la causa de su tartamudeo pero hasta ahora no hemos conseguido ninguna cura. Usted es especialista. ¿Me podría dar una definición para entender mejor el estado de mi sobrina?

—Con mucho gusto. Se trata de una alteración del ritmo del habla, inapropiada para la edad mental del sujeto. Se presentan repeticiones de sílabas, prolongación de sonidos, bloqueos de la emisión o producción de palabras con un exceso de tensión. Puede acompañarse de movimientos incoherentes, como parpadeos fuertes, muecas en el rostro, o espasmos de cabeza. El tartamudeo aumenta la ansiedad del sujeto que lo padece y a su vez el estrés exacerba el tartamudeo.

El inicio suele producirse entre los 2 y los 7 años, con un máximo alrededor de los 5. Suele ser más psicológico que orgánico. Como en el caso de Nadia, aparentemente.

—Entonces los factores psicológicos son fundamentales en la tartamudez —carraspea Driss, ayudando a la criada a poner la bandeja en la mesa. El aroma del té a la hierbabuena  inunda la estancia y los bizcochos, exquisitos.

—Sí. Sabemos que un suficiente nivel de ansiedad precipita la tartamudez en la mayoría de las personas y que los pacientes tartamudean más cuando tienen ansiedad. En el caso de Nadia habrá que saber si tartamudea porque está ansiosa o está ansiosa porque tartamudea.

—¿Es posible tratar eficazmente la tartamudez, doctor?

—Desde la perspectiva psicoanalítica, la tartamudez es entendida no como un trastorno funcional del lenguaje, sino como una metáfora que utiliza el inconsciente, un síntoma, un conflicto psicológico subyacente en la personalidad de quien lo presenta. Puede que su sobrina se sitúe a este nivel.

»Dicho síntoma o metáfora encierra un significado. La tartamudez sirve al sujeto para expresar inconscientemente ese significado, vinculándolo con las relaciones familiares y las vivencias más tempranas.

—Muy interesante, doctor. No sé si tiene tiempo para aceptar ocuparse de Nadia.

—Siento que es mi deber, culpable después de haberla asustado tan cruelmente.

—Pues se lo agradecemos de todo corazón, doctor  —exclama el abogado, complacido, luego añade sonriente, cambiando de tema—: ¿Qué tal el té y los pasteles, doctor?

—Me ha gustado. Toda una exquisitez. Me siento como en mi casa. Gracias por su grata  hospitalidad. Dígame, Driss, ¿recuerda algún hecho infantil anormal o grave que hubiese acaparado su atención en el caso de Nadia? Quiero descubrir el sentido del síntoma. Este me llevará a la metáfora y esta a la causa inicial y fundamental.

—Sí. Creo que sí. Todo empezó con una anodina foto. Nadia estuvo un día rebuscando entre sus papeles de colegiala y se detuvo ante una vieja y amarillenta foto donde aparecen un matrimonio y una niña de baja edad. Intuyó que la niña era ella y que estaba con sus padres. Mi mujer me dijo que tras ese descubrimiento, la pobre dejó de ser la misma.

— ¿Algún detalle raro en la foto?

—Nada. Tres caras sonrientes y alegres. La foto se tomó antes de que su madre emigrara a Europa por su propia voluntad, dejando al esposo la vivienda y la finca. El marido abandonado terminó casándose con la criada que tenían y a Nadia me la mandaron aquí para estudiar en los mejores colegios. Obtuvo luego una beca para Francia donde logró terminar su medicina.

— ¿Qué diagnosticaron los médicos consulados últimamente?

—No detectaron nada anormal. Sin embargo lo que no entiendo es la misteriosa frase que pronuncia desde niña cuando tiene pesadillas o cuando huye del color rojo.

— ¿Cuál es?

—»No quiero ver a mi mamá».

— Muy raro. Hay seguramente una  coma o una pausa después de «No”.

—Difícil saberlo.

—Paradójico, todo un misterio. No tenemos nada en qué basarnos: fobia al rojo, tartamudeo, frase incomprensible. El síntoma es de los más enigmáticos.

—Creo, doctor, que esa frase surgió tardíamente tras descubrir que su madre la había abandonado y olvidado. Expresa una frustración, una rechazo.

—Posiblemente. Si se encuentra bien, quisiera presentarle mis disculpas y proponerle mi ayuda profesional. Me siento en deuda con ella.

—Está aún durmiendo. Pero si quiere, podemos despertarla.

—No, déjela que descanse. Lo necesita. Aquí tiene mi tarjeta. Le  ruego que se la dé en cuanto se reponga.

 

Al día siguiente, sin esperar y muy excitada para conocer a su bienhechor, Nadia acude al consultorio del famoso psicoanalista.

Pero habla con dificultad:

—Le ag…agrade…dezco su a…yuda.

Sin hacer atención al tartamudeo, el médico contempla maravillado el hermoso rostro de la joven y, para disipar su embarazo, dice en voz amistosa:

—Llega justo cuando me disponía a preparar una infusión. ¿Le apetece un té?

—Sí.

—Pues bien. Póngase cómodamente en ese sillón. Para empezar le ruego me perdone por haberla asustado.

—No ha ss…si…do por su cul…pa.

—Para redimir ese gesto, estoy dispuesto a ayudarla en lo máximo. Mientras el médico prepara las tazas de té, ella le mira a su vez con curiosidad y descubre a un hombre atractivo y guapo. Observa que sus dientes son tan blancos como su blusa. Su mirada es profunda y agradable.

—Aquí tiene: Allí está el azúcar. Como le decía, estoy dispuesto a ayudarla pero antes quisiera hacerle algunas preguntas para confirmar o corregir los pocos datos que tengo sobre usted.

—Us…ted di…ga.

—Sé que no recuerda casi nada de su madre y que su padre vive fuera de Tetuán. Quisiera saber si en sus sueños pronuncia frases incoherentes, si las memoriza, si ve imágenes que remontan al pasado, sobre todo los colores y si sabe cuál es el origen de su tartamudeo. Me dirijo al médico.

Ella le contesta que no tiene ni la menor idea de estas cosas y lo único que la atormenta es la dificultad que tiene de hablar.

—Bien. Usted es médico también y sabe que lo que nos atormenta puede a veces estar inhibido y reprimido en el inconsciente. Creo que en su caso, algo la traumatizó en su infancia y ahora le provoca fobias, vértigos y tartamudeos. La hipnosis y la  introspección alucinógena pueden ayudar. Usted sufre no cabe duda de lo que llamamos amnesia disociativa que consiste en la pérdida de la memoria ligada a acontecimientos traumatizantes inhibidos pero que pueden acceder de nuevo a la memoria si usted coopera  en esta terapia.

—He leído al…go sobre la intros…spec… —Nadia explica contrariada que se sometió a varios tratamientos sin que nada hubiese ocurrido.

—Consiste en inyectar un alucinógeno que tiene como efecto retractar y comprimir psíquicamente el tiempo del paciente hasta inmovilizarlo en el momento del trauma donde el paciente revive con exactitud la dolora experiencia. Como en un psicodrama. Al volver luego al tiempo real el mal suele desaparecer instantáneamente. Como si uno naciese de nuevo. No se preocupe por nada. Yo la orientaré y notaré todo lo que diga y memorice.

Viendo en los ojos de Nadia la sombra de una duda, él prosigue con esta explicación muy técnica pero que ella entiende fácilmente:

—De hecho gracias a su reciente gran difusión, la hipnosis está siendo considerada como una herramienta importante dentro de la rama de la medicina contemporánea. Esta enorme popularidad, avalada por investigaciones científicas, ha promovido a la hipnosis como un recurso valioso en los tratamientos médicos y psicológicos, ayudando al diagnóstico y resolución de una gama importante de afecciones.

—¿Abar…ca  las enfermm…medades mm…entales?

—Por supuesto. Las técnicas de la hipnosis, encuentran su campo más productivo en las enfermedades de origen psicológico y resulta altamente efectiva en la eliminación permanente de hábitos perjudiciales como son la adicción al cigarrillo, el alcoholismo y la obesidad. Obviamente todos los trastornos de origen psicosomáticos tienen en la hipnosis una solución práctica y eficaz.

»Sin lugar a dudas, la analgesia hipnótica ha mostrado ser eficaz en la reducción tanto del dolor inducido experimentalmente en laboratorio como del dolor en contextos clínicos. Entonces, ¿está convencida ahora? ¿Está dispuesta a tomar la droga Psm?

—Sí, gra…ciaass…cept…to.  —Pronuncia en susurros entrecortados. El médico ordena entonces a su secretaria aplazar todas las demás citas, por tratarse de un caso urgente.

Nadia descubre luego el brazo izquierdo, lo extiende y presenta la vena para recibir la droga. De pronto siente un pequeño dolor punzante atravesarle el cerebro y tiene la impresión de que tiempo y espacio se le van escapando, como si se torcieran y retrajeran.

 

Todo empieza a dar vueltas, la cara del doctor, el consultorio y su propio cuerpo. Algo así como viajar a las estrellas.

Entonces nota que su edad y su cuerpo se distorsionan y se comprimen.

El tiempo también. Observa que van pasando en su mente escenas de su vida y paisajes como vistos desde un tren que avanza a toda velocidad: la universidad, su estancia en Paris, el instituto Pilar de Tetuán, la casa de su tío.

Comenta estas escenas siguiendo las preguntas premeditadas del médico.

Unas imágenes atropelladas le asaltan la memoria; una maraña de múltiples senderos que bifurcan en figuras indescifrables…

De pronto el tiempo empieza a aminorar su movimiento y se detiene en una aldea remota y aislada. Una finca. Una cabaña. Una cocina campestre. Siluetas. Rostros. Una pelea. Gritos.

 

—Concéntrate, Nadia. Ahora eres una niña. Estás con tus padres. Alguien quiere hacerle daño a tu mamá. Quieres defenderla pero no te dejan. Entonces gritas desesperada y dices: “No. Quiero ver a mi mamá”. Sé que hay una pausa después de “No”. Dime ahora exactamente lo que ves y oyes.

 

Orientada por la voz del médico, Nadia nota que…

                      

                   Ahora tiene apenas tres años y está en su habitación, lista para dormir. Pero no puede porque oye fuertes voces que provienen de la cocina. Sus padres están riñendo. Alguien está con ellos. Es una mujer. Nadia intenta entrar en la cocina para defender a su madre, pero su padre la empuja hacia atrás y le prohíbe acercarse: «¡Noooo! Quiero ver a mi mamá», solloza entonces. Pero de nada le sirve. La encierran en su habitación.

 

El médico se sorprende al distinguir que Nadia le narra ahora todo sin tartamudear porque en este momento habla la niña de tres años y no la adulta. Muy complacido por este afortunado cambio, vuelve a orientarla con preguntas precisas.

—Concéntrate, por favor, Nadia, describe toda la escena y dime lo que está ocurriendo exactamente.

 

                   Nadia sale por la ventana, se acerca de nuevo sigilosamente a la cocina y oye gritar esta vez a su madre:

                 »—¡No dejaré que os caséis! ¡No acepto vivir con una segunda esposa, menos aún una criada! Antes lo venderé todo».

De pronto estalla un ruido tremendo, acompañado de un grito de dolor como si alguien asestara un fuerte golpe a otra persona.

Nadia reconoce entonces la voz de su madre pidiendo socorro. No puede más. Empieza a dar golpes en la puerta, decidida a derribarla.

                »—¡Noooo! Quiero ver a mi mamá, no le hagan daño. Quiero a mi mamá».

La puerta no cede.

Se agacha desesperadamente para mirar por el ojo de la cerradura. Se queda impertérrita e inmóvil.

                 »—¡Oh, Dios mío! ¡Mi padre está estrangulando a mamá! Hay otra mujer, es…es… ¡mi madrastra! Lleva un cuchillo en la mano… Veo una mancha en el suelo. Es sangre. ¡Sangre!

                  »—»En el jardín, rápido», ordena ella, oh….ahora veo que están arrastrando algo muy pesado, es el cadáver de mamá…. ¡Van a hacer desaparecer el cadáver de mi pobre madre! ¡Y vendrán luego por mí!

              Estoy en la oscuridad y sola. Tengo mucho miedo. ¡Frío! Voy a morir…

 

Viendo la agitación física de Nadia y temiendo que la escena traumatizante podía perdurar y causar graves efectos psíquicos en Nadia, el médico procede con cautela a los pormenores que han de devolver a la  joven al estado consciente y al tiempo real.

Le hace un suave masaje en las sienes, luego en los ojos.

—Todo ha terminado, Nadia. Voy a contar hasta tres y te despertarás. Estás ahora a salvo y curada por completo.

La joven nota que de pronto el tiempo empieza a fluir en dirección contraria, es decir, a extenderse hacia el futuro hasta detenerse en el consultorio del médico.

Nota que este le está frotando la frente.

—Has sido muy valiente, Nadia. ¿Te cuento ahora lo que ocurrió realmente en tu pasado?

—No hace falta, doctor —contesta la joven sin tartamudear ahora—. Gracias a usted, acabo de reconstituir el asesinato de mi madre. Nunca creí que me hubiese abandonado. Lo que no entiendo es que los asesinos sigan viviendo felices.

— No por mucho tiempo. Te lo prometo.

 

En el camino rumbo al aduar de Nadia, el comisario aún sin entender la increíble historia del casi crimen perfecto sigue escuchando la versión resumida de la joven:

—Es muy simple, señor comisario: mi madre descubre las relaciones íntimas que mantienen mi padre y la criada. Se siente ofendida, se enfurece, no quiere vivir en poligamia y amenaza por pedir el divorcio y vender la finca y la vivienda. Para impedírselo, la asesinan y la entierran en el jardín. Luego inventan esa absurda historia de emigración, esa huida con un italiano, que es, dicho de paso, una afrenta a la memoria de mi madre, después de muerta. Temiendo que yo recordara algo, me mandan a Tetuán, con la excusa de que allí podría estudiar y tener más ventajas que en el campo.

— ¿Cómo surge entonces todo esto hora, han pasado más de veinte años?

El médico interviene para corroborar los hechos.

—No es fácil explicarlo, comisario. Nadia tenía apenas tres años cuando presenció aquella macabra escena. No podía entender lo que ocurría por aquel entonces ni tenía posibilidades de delatar el crimen. Para ella aquello fue una mera pesadilla, pronto olvidad. Además, al marcharse a la ciudad, luego a Europa, lo olvidó todo con el  tiempo. Hasta que su inconsciente sintetizara los hechos macabros e intentara sacarlos a la superficie de la conciencia utilizando como síntomas el tartamudeo, la fobia a los colores rojos (metáfora de la mancha de sangre que la impactó tanto) y la frase incoherente que pronuncia cuando se desmaya. Son todos ellos unos síntomas que utiliza el inconsciente para recordar aquella tragedia y delatar a los asesinos. El inconsciente de Nadia ha sido el mejor detective de todos los tiempos, comisario.

 

Al llegar al pueblo encuentran a la madrastra que, al ver a Nadia se echa a correr hacia ella para tenderle los brazos, fingiendo cariño, como de costumbre.

Pero esta vez la joven la detiene fríamente y le presenta al policía:

—El señor comisario y sus hombres han venido a deteneros a ti y a tu marido por haber asesinado a mi madre y haberos apropiado su finca.

Incrédula y boquiabierta, la antigua criada no sabe si echar a correr o estallar en carcajadas. Se queda petrificada por un momento, mirando ora a su ahijada, ora al policía, como si temiera caer en alguna trampa. Desconfiada, mira luego hacia la casa como si buscara la ayuda de su marido.

—Su marido ha cantado todo lo que sabía. —miente sin parpadear el policía, implorando al cielo que caiga ella en la trampa, ya que el marido sigue en paradero desconocido.

Y en efecto, la madrastra pica en el anzuelo y estalla como una bomba:

—¡El muy cobarde y sinvergüenza ha confesado! —vocifera, echando chispas—. Le dije mil veces que no bebiera… Le dije que la bebida terminaría con nosotros algún día. Y ya está. Íbamos a vivir tan felices con nuestros cuatro hijos y  la finca. ¡Qué va a ser ahora de nosotros cuando destierren los huesos del cadáver!

—Si no confirma el lugar del entierro, le caerán más años —sigue mintiendo el comisario, en tono grave, temiendo que la mujer no contestara.

Pero muy abatida, ella apunta con rabia y odio hacia un naranjo del jardín. Inmediatamente los agentes se ponen a cavar y momentos después, destierran los restos de un descompuesto esqueleto humano que el médico identifica más tarde ser el de una mujer.

 

Nadia no puede soportar la escena y entra en casa, acompañada del médico.

—Es aquí donde ocurrió todo. Lo veo como si fuera esta mañana: la pelea, el cuchillo de la cocina, la sangre. Me encerraron en la habitación de enfrente, mi dormitorio de aquel entonces.

Viendo que sus ojos empiezan a humedecer, el médico le permite agazaparse en sus brazos y con sus dedos le enjuga las lágrimas.

 

Cuando salen momentos más tarde, encuentran al comisario esperándoles para despedirse:

—Acaban de encontrar al viejo, totalmente borracho. Han sido esposados y llevados al juzgado, bajo la custodia del inspector jefe.  Bueno, todo ha terminado.

—Le felicitamos por aquel subterfugio que utilizó, señor comisario. Sin él se habría necesitado mucho tiempo en hallar lo que quedó del cadáver.

—Le felicito a Ud. también, doctor, por su investigación psicoanalítica, la policía marroquí le estaría muy agradecida si nos diera conferencias sobre el tema, para aplicarlo luego en nuestras investigaciones. En cuanto a usted, señorita Nadia, la felicito por haber recuperado esta magnífica e inmensa finca.

 

Están solos. Ahora la puesta del sol es profundamente púrpura pero a Nadia no le inspira fobia sino una agradable sensación de bienestar.

“¿Será porque la pesadilla ha terminado o porque el médico me tiene otra vez acurrucada dócilmente en sus brazos?” —se pregunta, complacida y feliz.

Él, como si adivinara su pensamiento, le dice con voz cálida y tranquilizadora:

—Prometo no dejarte sola nunca más, querida  —le susurra tiernamente al oído, besándole el lóbulo de la oreja.

Entonces ella se yergue, le rodea la nuca con sus brazos y lo besa sin cerrar los ojos, como si quisiera comprobar que esta vez no estaba soñando…

 

—Llévame a casa, cariño, tengo hambre— murmura después, con una sonrisa juguetona en sus labios.

 

FIN

Ahmed Oubali
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