Paciente número 214
- publicado el 26/04/2013
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La sonrisa del diablo
El comandante de las SS a cargo del campo de concentración era conocido como “La Sonrisa del Diablo”. Y el Diablo estaba especialmente sonriente aquella mañana del 25 de diciembre.
Los trabajadores del campo formaban en perfecto orden en el patio central mientras caía indiferente la nieve.
-Como os he dicho –se dirigió a todos el comandante- se trata de una sencilla ceremonia. Premio y castigo. Castigo para el fracaso, premio para el éxito.
-Este centro de trabajo se enorgullece principalmente de su pequeño pero productivo taller de montaje de pistolas precisas e eficientes como esta –dijo levantado el arma que portaba en la mano derecha. Pero no es así siempre. A veces se cometen errores. Errores como este- dijo mostrando su mano izquierda, en la que blandía una pistola aparentemente idéntica a la anterior- Y los errores deben ser castigados- Aquí la siniestra sonrisa se acentuó.
Un gélido silencio siguió a las palabras del comandante. Todos los presentes en el patio, SS y judíos, parecían estatuas de hielo.
-Trabajador 666, un paso al frente-Tronó serenamente la voz del comandante.
El aludido obedeció, tembloroso por el miedo y el frio.
– ¿Reconoces esta pistola? Deberías, la montaste tú.
El comandante penetraba con mirada de halcón los opacos ojos del número 666.
Súbitamente, el comandante apuntó con la pistola al trabajador y apretó el gatillo. Un seco chasquido, acompañado de un apagado grito, resonó por todos los rincones.
-Enhorabuena, judío. Tu ineptitud te he salvado la vida.
La sonrisa del Diablo pareció menguar un instante.
-Trabajador 999, un paso al frente- Se oyó decir al comandante con gélida calidez.
El número 999 dio vacilante un tímido paso al frente.
-Te felicito, judío. Tus obras son dignas de una recompensa- dijo ofreciendo el arma de su mano derecha al inseguro obrero.
-Y ahora, 999, mata al número 666 y serás libre.
El trabajador, con lentitud, apunto a la cabeza de su compañero y tras un instante que pareció una eternidad, disparó.
El estampido no logró apagar del todo el sonido del cuerpo al derrumbarse sobre el nevado suelo del patio. Los ecos del disparo se fueron disolviendo poco a poco el aire, mientras el tiempo pareció congelarse.
-Abran la Puerta Principal- Ordenó el comandante. Como ya te dije, judío, eres libre. Puedes abandonar el centro de trabajo. No temas, la muerte por congelación es muy dulce. Te lo aseguro.
La tormenta invernal arreciaba sin piedad en torno al campo.
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