La novia

Estoy borracho. Me duele la cabeza. Aparte de estas certezas, no consigo disipar las nieblas de mi mente por más que lo intente. Bebo otro trago de vodka, pero el dolor no remite. Intento ponerme de pie y caminar desde el sofá hacia el centro de la sala, pero a mitad de camino me derrumbo y doy con mis huesos en el suelo. Pierdo el conocimiento de nuevo.

     Cuando despierto, lo primero que noto es que tengo en la boca un curioso sabor a tiza. Al forzar mis turbios ojos y medio incorporarme contemplo unos extraños dibujos que parecen extenderse por todo el suelo. A mis oídos llega confusamente una voz. El televisor está encendido y un locutor de noticias habla de un accidente de carretera con una víctima mortal. De repente, como un relámpago en un cielo cubierto de nubes negras, recuerdo un rostro de mujer, un nombre. Laura. Mi corazón parece romperse con un dolor lacerante y me desmayo sobre la estrella de cinco puntas trazada con tiza en el suelo.

     Al despertar, me pongo de pie trabajosamente y me dirijo rápidamente hacia las botellas del mueble bar. Un largo y ansioso trago de ron da al interior de mi cabeza una lúcida claridad interior. El dolor ha desaparecido. Poco a poco, lentamente, comienzo a recordar. No. No pude mantener el control del coche al pincharse la rueda. Dimos varias vueltas de campana y la novia salió despedida por el destrozado parabrisas. Laura. Un prolongado gemido de desesperación y dolor desgarra mi alma. Blasfemo a gritos y sin darme cuenta comienzo a vociferar en una lengua desconocida que, intuyo, ya era antigua antes de que la humanidad habitase el planeta. Enmudezco bruscamente. Dios mío. El conjuro. Como en un diabólico rompecabezas, todo empieza a encajar. ¿Qué has hecho?, trona una voz en mi mente. Ahora lo recuerdo todo.

     Con un escalofrió, contemplo el libro encuadernado con piel humana abierto sobre el pentagrama del suelo del salón y a mis oídos llega de nuevo la voz del locutor de televisión hablando de la misteriosa desaparición de los recién casados que ocupaban el vehículo siniestrado. Sí, todo está claro ahora. Con paso firme a pesar de las telarañas de alcohol que oscurecen mi alma, me dirijo al dormitorio y allí está ella, tan bella como siempre, esperándome para la noche de bodas. Resucitada por el poder de las tinieblas. Mía para siempre, por el poder de mi amor.

Alex Bremdon
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