El náufrago humillado

                Despierto. Me duele la cabeza y tengo los ojos secos. Borroso. Todo lo veo borroso. Delante tengo lo que parece ser el mar y debajo de mis nalgas noto la cálida arena de lo que parece ser una playa desierta. No sé cómo he llegado hasta aquí ni cuánto tiempo llevo desmayado.
                El Sol está cada vez más alto y mi moral cada vez más baja. Noto como los rayos del sol me golpean en la cabeza con fuerza, friéndome los sesos por dentro. Mi mirada se pierde en el horizonte tratando de escrutar cualquier tipo de señal que me pueda decir qué demonios hago en este lugar. Finalmente mi cabeza empieza a dar vueltas hasta que caigo desmayado.               
                Vuelvo a abrir los ojos. Ha atardecido. Tengo sed… ¡Tengo mucha sed! Miro a mi alrededor y no veo más que arena y el oleaje del mar. Arena y mar. Mis párpados se vuelven a cerrar. Parece ser que lo único que puedo hacer bajo este sol abrasador es desmayarme.        
                Empecé a soñar que estaba en una bañera blanca algo sucia, junto con un patito de goma amarillo y unas gafas de bucear. Al intentar coger al patito, éste me sonríe y grita:           
                – ¡Heeeelados! ¡Patatas! ¡Cooooocacolasssss!     
                Me despierto sobresaltado. Es obvio que mi imaginación me la está jugando, pero aun así alzo la mirada y busco en la dirección de donde parecía estar gritando el patito. No hay nada. Tan sólo me acompaña el anaranjado tono del atardecer y la salada brisa marina. Me miro las manos y… ¡Oh Dios mío! ¡Está todo borroso! Ahora soy consciente de que el sol ha debido de derretir mis retinas.      
                Empiezo a llorar de desesperación. Me estoy quedando ciego en una isla perdida. Pero las lágrimas no acuden a mí, por lo que la única forma de consolarme es gritar.           
                – ¡¡Ahh!! – trato de gritar, pero no me escucho… ¡Oh Dios mío! ¡Estoy sordo también!    
                – ¡¡Hijo de puta!! – Le grito a Dios. Levanto el puño zarandeándolo amenazadoramente mientras sigo blasfemando.               
                – ¡¡Baja aquí grandísimo hijo de puta!! – Intento levantarme, pero me caigo de culo.     
                No da resultado. Dios no baja a ayudarme. Me llevo las manos a la cara. Las tengo tan secas y ásperas que me hago daño en las yemas de los dedos al tocar mi barba. Intento levantarme otra vez, pero sólo logro ponerme de rodillas. Me tiro al suelo y empiezo a dar puñetazos a la arena. Esto es una maldición, una maldita maldición.       
                De repente un instinto suicida se apodera de mí. Me tumbo en el suelo y empiezo a tragar arena con las dos manos. Prefiero morir rápidamente antes que esperar a morirme de sed en esta isla desierta.   
                Trago arena rápidamente mientras lloro. O mejor dicho mientras me aflijo, ya que las lágrimas no acuden a mis ojos.               
                Para mi sorpresa noto como algo me agarra de hombro. ¿Un oso? Noto que me agarran también de los dos brazo y que tiran de mi hasta inmovilizarme. ¿Caníbales? Forcejeo todo lo que puedo y logro librar mi brazo izquierdo. En mi desesperación por suicidarme lo más rápido posible empiezo a palpar el suelo con la mano libre en busca de algo con lo que poder matarme.              
                Arena… arena… arena… mi mano sólo toca la arena de la playa… un momento… parece que acabo de tocar algo parecido a… ¡mis gafas!               
                Me pongo rápidamente las gafas. Al hacerlo recupero la vista, y veo como tres personas están intentando inmovilizarme. Las tres personas abren la boca constantemente como si estuvieran pidiendo auxilio, mientras más personas acuden a su llamada para tumbarse encima mía. Algunos de ellos me miran con cara de preocupación. Son todos gente normal vestidas con trajes de baños. No parecen caníbales.      
                No logro entender de donde han salido estas personas… ¿Serán compañeros de mi desgracia? ¿Vendrían en mi mismo avión cuando estrellamos? ¿O tal vez nuestro barco encalló cerca de esta isla y el oleaje nos trajo hasta aquí?     
                Noto como unas manos hurgan en mis orejas hasta meterme algo por el oído, y al instante escucho un jaleo. Alguien me ha puesto mi audífono.        
                – ¡Abuelo! ¡Deja de tragar arena! – Me grita una chica sollozante. Reconozco esa voz… ¡es la voz de mi nieta!            
                De repente, en unas milésimas de segundo, mi cerebro lo recuerda todo. Yo vine con mi familia a Benidorm y bajamos a esta playa turística. Me debí de quedar dormido y me desperté bajo el calor del sol. Lo que parecía una isla abandonada no es más que una playa para turistas. Y no estoy solo, sino entre un bullicio de gente que me mira con ojos alarmados. Duele. Me duele mucho la tripa.

Pequadt
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5 Comentarios

  1. Pequadt dice:

    Para más risas del lector, recomiendo que leas el relato otra vez, pero imaginando ser la nieta.

  2. Lascivo dice:

    Es que SOY la nieta. Eres un monstruo!

  3. champinon dice:

    JAJAJAJ,… increible… me sorprendes con cada relato corto… eres bueno tio, eres muy bueno (voz de robert de niro)

  4. Pequadt dice:

    Jeje.
    Bueno, ya he encontrado la solución para poner las letras normales (porque en este y en anteriores relatos la letra salía mas grande de lo normal).
    Si alguna vez os pasa esto, avisadme y lo cambio 🙂

  5. Pequadt dice:

    He reeditado el relato ya que al releerla no me ha gustado mucho como quedaba. Tanpoco estoy muy satisfecho con el resultado final… pero bueno. ¿Qué os parece a vosotros? Creo que hay algunos párrafos que deberia eliminar o modificar para hacer la lectura más amena :S

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