El Titiritero Capítulo 2 Parte II

Las hojas caídas, crujían bajo los pies desnudos de Telis, aunque intentaba ser lo más silenciosa que podía. No sabía si animales salvajes habitaban en el bosque, pero prefería no descubrirlo. Le dolían los ojos de tanto entornarlos. Era extremadamente fácil perder de vista el camino por el día, así que la oscuridad de la noche sólo agravaba la situación; se desviaba cada poco, aunque se daba cuenta a tiempo y volvía rápidamente sobre sus pasos.

Pronto Maltar se encontró con un pequeño claro. Los árboles gruesos y altos dejaban espacio a una pequeña pradera, de forma circular. El camino seguía cruzándola, por la izquierda.

Justo en medio, un pequeño árbol se alzaba solitario. Casi todas sus hojas estaban esparcidas por el suelo, y las pocas que aún se mantenían en las ramas, habían adquirido un color amarillo. Era el árbol que había visto cuando había tocado la marioneta.

Así, Telis confirmó que la visión le marcaba el camino hacia la carreta del titiritero. Indudablemente extraño. Nunca antes había sufrido nada igual, y le asustaba.

Haciendo acopio del poco valor que le quedaba, atravesó el claro siguiendo el sendero y se internó de nuevo en el bosque.

A cada paso, los árboles eran menos frecuentes y, poco a poco, fueron sustituidos por arbustos, haciendo que el camino fuera más visible y evidente.

A los pocos minutos de abandonar la pequeña explanada, se encontró de golpe con una que triplicaba en tamaño a la anterior. Un río bastante caudaloso bordeaba la estepa por el lado opuesto al que Telis se encontraba.

Una pequeña colina se elevaba casi invisible, bastante lejos de donde ella estaba. Y en la cima observó la carreta, con los dos caballos, como ella antes lo había visto.

Su corazón le latió con más fuerza, y una ligera sensación de nauseas la invadió.

Empezó a correr, apretando el muñeco contra su vestido. No disminuyó el paso cuando el frío empezó a cortarle la cara, ni cuando la colina resultó ser más empinada de lo que pensaba, ni cuando sus pulmones y su corazón le rogaban que parara.

Cuando finalmente se detuvo, fue justo delante de la puerta de la carreta. Jadeaba de forma alarmante. Se llevó la mano al pecho y giró la cabeza, hacia los caballos. Ambos estaban durmiendo.

Una vez de recuperó, llamó a la puerta con fuerza. Nada más hacerlo se llevó las manos a la cabeza y dio una patada al suelo. Ni se le había ocurrido pensar qué decirle o cómo presentarse. Tan sólo le quedaba aguardar a que abriera la puerta. ¿Le arrancaría el muñeco de las manos y le cerraría la puerta en sus narices sin decir ni una palabra? Esperaba fervientemente que no fuera así.

Pasaron unos segundos y la puerta no se abrió. Llamó otra vez. Nada.

Con cuidado acercó su oreja a la madera e intentó escuchar cualquier movimiento en el interior, sin éxito.

Telis suspiró. Con cautela posó su mano en la manilla. Tras unos segundos, la giró y abrió muy lentamente la puerta. Asomó la cabeza por la rendija en cuanto le cupo.

Más que un sitio para vivir parecía un almacén. Un pequeño candil encendido colgado del techo le permitió ver que pilas de muñecos y crucetas se amontonaban sin mucho orden por toda la sala. La habitación estaba casi desprovista de muebles. Sólo una mesa de madera bastante desvencijada se mantenía más o menos de pie. Abrió un poco más la puerta y descubrió que había un taburete casi en el mismo estado que la mesa, en la que un cuenco de sopa medio vacío estaba derramado. A un lado del carromato vio unos pocos papeles rotos, rasgados o enrollados de los que sólo uno estaba intacto, a punto de caer al suelo.

Telis se atrevió a abrir la puerta por completo. En efecto, a simple vista, pudo comprobar que en la pequeña habitación no había nadie. Entró y se acercó al cuenco de sopa con ojos hambrientos. Hacía ya bastantes horas que no se llevaba nada a la boca, y aunque el color de aquel líquido no era muy apetitoso lo sorbió con avidez, sin quitar los ojos de la puerta. Mientras comía, posó el muñeco sobre la mesa, que mantenía esa expresión de sorpresa.

Cuando dejó limpio el cuenco, lo soltó y se acercó a la pila de marionetas más cercana. La mayoría tenían caras anodinas y eran bastante toscas, aunque le llamó la atención un muñeco a medio hacer, que estaba encima de todas ellas. Todavía tenía virutas de madera clara a su alrededor, así que Telis supuso que el titiritero aún estaba trabajando en él. De su cuerpo sólo pudo identificar una pierna y el círculo de la cabeza, en la que sólo había dibujado un ojo de color amarillo. Aquella marioneta parecía importante, ya que la calidad de la madera parecía superior a las demás, aunque parecía como si se le hubiera escapado una pequeña pincelada en el rabillo del ojo, como si fuera rasgado. Observó una en particular que le llamó la atención. Profundos ojos azules, rizos marrones y una sonrisa encantadora.

Telis dejó a los muñecos para dirigirse al montón de papeles. Cogió el que más legible y menos roto estaba. La caligrafía era limpia y firme, mientras que la tinta era de color negro. El papel estaba ligeramente amarillento, quizás debido a que tenía algo de tiempo. Telis empezó a leer:

Valeur, sácame de aquí. Ahora. No tengo ni la más mínima idea de dónde estoy, pero estoy encadenado y hace frío. ¿No has querido siempre saber dónde está el pueblo de tu estúpida historia? Es tu momento, chaval.

Elzahir.

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