El Titiritero Capítulo 2 Parte I

Maltar se despertó ya bien entrada la noche. Estaba acostada boca arriba, en medio de la plaza, ahora desierta. Se incorporó y notó que el aire frío de las montañas soplaba con fuerza. Tiritó con ganas, sensación incrementada por los recuerdos de lo anteriormente pasado, que volvieron rápidamente a su mente.

Miró a su alrededor. Todas las luces estaban apagadas, y las ventanas y puertas cerradas. Ahora tenía que pensar dónde podía dormir. Suspiró y se puso en marcha.

Dio un paso y sonó un crujido debajo de sus pies descalzos. Por un momento imaginó que había aplastado a un bicho, pero no era así. Se agachó y encontró lo que a primera vista y a oscuras parecía una muñeca. Le extrañó que nadie se la hubiera llevado, pero se dispuso a cogerla.

Nada más rozar al muñeco, lo sintió. Sus ojos empezaron a ver formas y sonidos que no se correspondían con lo que la rodeaba.

Por un momento pensó que se había quedado ciega, ya que rápidamente una oscuridad absoluta se instaló delante de sus ojos. No podía gritar, respirar o moverse. Parecía como si su cuerpo hubiese quedado hipnotizado por aquella negrura.

Sin previo aviso, unas formas confusas empezaron a surgir de la oscuridad. Comenzaron a aparecer colores parpadeando y girando. Al principio el verde era el color dominante, pero el marrón, el amarillo y el blanco fueron cogiendo poco a poco protagonismo, rellenando las siluetas que habían empezado a definirse.

Tras unos segundos, Maltar descubrió sorprendida, que el color marrón comenzaba a tomar la forma de un pequeño cubo, mientras que el negro se dividió en dos, yendo una parte hacia arriba y otra hacia abajo, convirtiéndose la inferior en un bulto con cola y cabeza. ¿Podría ser un animal?

El verde se instaló en la parte baja de la imagen, al mismo tiempo que el amarillo se aclaró y copió la forma marrón, situándose a su lado.

Instantes después, la pintura se volvió realidad y descubrió ante sus ojos, una colina, y en su cima, un carromato con una puerta con dos caballos durmiendo a su lado.

Maltar no lo entendía, pero no podía hacer otra cosa que observar la visión que se le mostraba.

Entonces de la abertura, salió el hombre pelirrojo que anteriormente había visto, que miraba extrañado el campo, como si hubiera alguien fuera.

Una luz fortísima iluminó la imagen, moviendo rápidamente los colores, formando enseguida el retrato de un pequeño árbol con las hojas amarillas, cayendo sobre el suelo. Podía percibir la fragancia de la hierba mojada y de las flores.

Tras esto, rápidamente otra imagen relevó a la del árbol; un camino que Maltar sí reconoció, la salida oeste del pueblo, que estaba desierta.

Con otro flash, Maltar volvió a la realidad. Y soltó el muñeco al suelo, inconscientemente.

Cayó hacia atrás, sudando en frío, con una respiración frenética.

No se creía lo que acababa de pasar. ¿Le había parecido que las imágenes le mostraban el camino hasta la carreta del titiritero? Todo era muy extraño.

Miró al muñeco, todavía agazapada, con miedo. No sin dudar antes, lo cogió por un brazo.

Su tacto era áspero, como de madera y pudo notar que tenía una mata de cabello fina y espesa, y le tapaba el lado derecho de la cara.

Acercó la suya a la del muñeco hasta que casi quedó bizca. Descubrió que a modo de ojos tenía dos puntos verdes y que la boca era una pequeña rendija en forma de o, con las cejas levantadas, a modo de sorpresa.

Compartía un cierto parecido con el titiritero. Más bien era idéntico.

Con todavía cierta conmoción se levantó y miró a todos los lados. Le echó una mirada al muñeco y suspiró. ¿Sería sensato devolverle al titiritero su marioneta? No estaba segura. Pensó en que si lo hacía recibiría una pequeña aportación económica, ya que visto lo visto, el dinero le sobraba. Aunque al marcharse el hombre la miraba asustado, tenía la sensación de que no sería peligroso y que no intentaría manipularla de nuevo.

Aunque en verdad, la curiosidad la carcomía por dentro, ¿cómo se las habría ingeniado para que de sus dedos salieran cuerdas? Con tan sólo pensarlo se echaba a temblar.

¿Y cómo era posible que nadie se diera cuenta de que estaba siendo robada? ¿Y por qué ella pudo hacerle frente? Eran preguntas que necesitaban respuesta. Y Maltar las ansiaba.

No aguantó más. Se puso en marcha, en dirección oeste, con el muñeco bien agarrado de la mano. Iba a paso ligero, decidida a encontrar a aquel hombre, y devolverle su títere, a cambio de unas pocas respuestas.Las calles del pueblo estaban oscuras, frías y completamente vacías. En su trayecto sólo había oído a un perro ladrar a lo lejos y a un mujer cerrar apresuradamente la puerta de su casa al pasar delante Telis. Se empezaba a dar cuenta de que Sennia no era tan acogedor como ella creía. Sus habitantes eran poco hospitalarios y excesivamente desconfiados.

A lo lejos veía el final del pueblo, marcado por una línea invisible en la que las casas y los caminos medianamente adecentados acababan de golpe. Los árboles crecían casi sin control a escasos metros de la salida. Sólo un pequeño camino, formado por piedras y pisadas le indicaba por dónde tenía que dirigirse.

Se mordió el labio inferior y cada vez menos segura de sí misma, se adentró en el bosque.

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