Haikus del manicomio
- publicado el 21/03/2014
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Construyendo un Ángel. Capítulo 1
(Bueno, este es el primer capítulo de la precuela de mi relato «Ángel». Espero que os guste. ¡Disfrutadlo!)
Juan Luis era médico. Ginecólogo para más señas. En esos días estaba atendiendo a una joven pareja. Ella estaba embarazada, lógicamente. Muy jóvenes ambos, no llegaban a los veinticinco años. Ella, de constitución delgada, estaba en su primer mes de gestación, era auxiliar en una farmacia muy céntrica. Él, moreno y alto, trabajaba en una empresa de componentes informáticas. En aquella época ese tipo de empresas eran escasas y exclusivas, por lo que Juan Luis pensó que alguien tan joven, o bien era muy brillante, o bien tenía buenos contactos. Se decantó por lo segundo, aunque el hombre parecía muy avispado.
Muy pronto la pareja congenió con el médico. No era la primera vez que le pasaba esto a Juan Luis, una pareja de pre-padres primerizos siempre vienen con mejor humor y más esperanzados que el resto de sus pacientes, es decir, rezumando simpatía. Quisieron que Juan Luis hiciera el seguimiento de todo el embarazo, a lo que éste no se opuso. Cada dos semanas visitaban su consulta, y cuando ella estaba por el segundo mes, Juan Luis les comunicó que iba a ser una niña.
Curiosamente, fue el padre el que más se alegró. Raro, pensó Juan Luis, acostumbrado al típico rol masculino-femenino de aquellos años. De hecho, notó una leve, levísima, mueca de disgusto en la cara de ella. Pero no le dio importancia. Al final los dos parecían tan contentos que quisieron invitarle a cenar. Esa misma noche, en casa de ellos. Él aceptó encantado, y comunicó que traería un vino que tenía ganas de probar desde hace tiempo. Ellos se fueron manteniendo esa aura de felicidad, tras entregarle a Juan Luis un papel con la dirección de su hogar.
***
La joven pareja vivía en una urbanización muy moderna, lo cual indicaba un poder adquisitivo inusual para alguien de su edad. Juan Luis pensó que rayaba lo elitista, y concluyó que probablemente estuvieran relacionados, quizás familiarmente, con alguien de la jet set. También se sintió avergonzado al ver que su vino probablemente dejara mucho que desear, visto el ambiente en el que vivían los futuros padres. Sus paladares estarían acostumbrados a algo mucho más exquisito que un Château Pavie de seis años. Bueno, se dijo, qué le vamos a hacer.
Después de pasar treinta y cinco minutos buscando aparcamiento, miró el reloj y respiró aliviado. Menos mal que había salido con tiempo, pensó. Leyó la hoja con la dirección y comprobó que estaba delante de la puerta correcta. Un enorme portón de acero con portero automático. Llamó y se oyó una sintonía clásica en lugar del clásico dindong. Sonó un chirrido, por lo que Juan Luis empujó la puerta, que cedió.
En la entrada principal, tras atravesar una zona ajardinada, le recibió el joven marido.
– ¡Ah! Le estábamos esperando. ¡Pase, pase! Espero que no le haya costado mucho encontrar la casa.
– No, no, en absoluto. – Contestó Juan Luis, mientras entraba a un enorme recibidor. – No vivo demasiado lejos.
– Mi mujer vendrá enseguida, lleva toda la tarde en la cocina. ¡Ya sabe, preparándolo todo!
– ¡Oh! Espero no haber causado demasiado trajín.
– ¡No, no, por Dios! ¡Estamos encantados de que aceptara nuestra invitación! – Pasaron al salón, repleto de trofeos de pesca y cuadros que pudo reconocer como excelentes copias. – ¿Quiere beber algo mientras? Pero siéntese, por favor. ¿Un puro?
– No, no, muchas gracias. – Dijo mientras se sentaba en un comodísimo sofá de cuero – No fumo. He traído un vino para acompañar la comida, como les dije. – mostró la botella.
– ¡Vaya, qué detalle! Iré a dejarlo en la mesa. Y de paso avisaré a mi mujer. Vengo enseguida. ¡Ah! Y está usted en su casa.
– ¡Muchas gracias! Le esperaré aquí.
Juan Luis vio como el joven abandonaba el cuarto, a lo que aprovechó para levantarse y ojear una elegante estantería de madera negra. Había libros muy interesantes, de diversos temas. Le llamó especialmente la atención uno muy gastado, con un extraño símbolo en su lomo. Cuando fue a tocarlo, una voz diferente le sorprendió, y dio un respingo.
– ¡Caballero! – era un hombre bajito y extraño, que Juan Luis no conocía, y desde luego, no esperaba.
– ¡Oh! ¡Oh, disculpe! Sólo estaba echando un vistazo.
– No, no se preocupe. ¡Ja, ja, ja! No pretendía asustarle. Mi nombre es Manuel Bayón. Soy un gran amigo de la familia, y me temo que les acompañaré en la cena. Tenía muchas ganas de conocerle. Me han hablado mucho de usted.
– Vaya. Me siento halagado. Descuide por el susto, debería mirarme más a menudo la tensión. Mi nombre es Juan Luis. – le tendió la mano – Es un placer.
– El gusto es mío, doctor. ¡Vaya! -le alertó el ruido de pisadas de dos personas – Parece que ya vamos a cenar, permite que le guíe hasta el comedor.
– Muy amable, le sigo.
***
La cena transcurrió sin mayores incidencias. La conversación se centró en el trabajo y en las anécdotas de consulta de Juan Luis. Manuel Bayón apenas abrió la boca, parecía tener un aire muy pensativo, y Juan Luis notó que le observaba de reojo. Pese a eso, parecía una persona muy afable, por lo que le cayó bien.
La pareja también se mostró alegre durante la cena. Al final el vino pareció ser un acierto, pues se deshicieron en elogios hacia Juan Luis. Por parte de ellos, hablaron acerca de lo mucho que esperaban una niña, y que ya estaban preparando todos los detalles relativos a su cuarto, cuna, juguetes… Preocupaciones típicas de cualquier pareja en esa situación, y que Juan Luis había oído ya tantas, tantísimas veces.
No obstante, en un momento de la cena, el joven marido quiso saber más detalles sobre la vida de Juan Luis, a lo que respondió gustoso, salvo por la mirada cada vez más concentrada de Manuel Bayón.
– Y dígame, ¿está usted casado? Y si es así, ¿cómo es que no nos ha acompañado su mujer?
– ¡Oh sí! Lo estoy, desde hace varios años. Pero me temo que mi mujer no está con muchas fuerzas últimamente. – Intentando ser discreto, pero quizás algo achispado por el vino, les contó que su esposa acababa de superar un cáncer, y que debía guardar reposo durante mucho tiempo, aunque ya estaba bien.
– Vaya, – contestó el futuro padre – siento que haya tenido que pasar por una experiencia así, pero me alegro de que haya quedado atrás. ¿Puedo preguntarle cómo se llama?
– Por supuesto, su nombre es Claudia.
A lo que Manuel Bayón contestó:
– Claudia, qué nombre tan exquisito.
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Bueno, me ha quedado un pelín largo, así que perdonadme si queda un poco tedioso.
En breves días, el capítulo 2.
Bueno, parece más largo de lo que es, luego leyendo se te hace corto y todo… me ha gustado, si señor, me parece que vamos a tener Manuel Bayón para rato, espero!
A mí también me ha gustado, tiene un buen equilibrio entre descripción de los ambientes y progreso de la acción, cosa que se agradece. Pensé que era largo también, pero me lo he leído del tirón, sabes captar bien la atención del lector!
uhm… reconozco que al principio estaba reacia a una segunda parte, pero me gusta que al final te hayas decantado por una precuela. creo que es mas acertado 😉
esta introduccion me ha gustado, pero espero que entres dentro de poco en algo mas profundo y nos soprendas a todos ^^
amelie…