Petra Pérez, ciclista

Petra Pérez no era una gran ciclista. No lo era. Era más bien mediocre, de competiciones medias. De hecho, no tenía grandes aspiraciones, pero se dedicaba a ello en cuerpo y alma. Profesionalmente, ojo, eso sí. Entrenaba cada día, a veces sola y otras con sus compañeras de equipo. Y, desde luego, no era una gran conversadora. Más bien tímida. Introvertida, diría su entrenadora, intentando ser correcta. Hacia dentro, con mundo interior, callada. De hecho, esta pocas veces le sacaba una o dos palabras en conversaciones unidireccionales en las que la guiaba e indicaba posibles mejoras en su rendimiento. Sus compañeras tampoco recibían de ella grandes respuestas. La invitaban después del entrenamiento de los sábados, más distendido, a tomar unos chatos con ellas, no sin ciertos miramientos, pues la tenían por una excéntrica, pero ella siempre declinaba con un gesto de la cabeza o con un escueto «no».

En todo caso, la principal preocupación de Petra Pérez no era ni su entrenadora, ni sus compañeras, ni lo que los demás pudieran pensar de su ahorro en palabras. La principal era únicamente su carrera ciclista, la cual, como ya hemos dicho, no terminaba de despegar. En solo una semana, tendría que correr la etapa más importante a la que se ha enfrentado y por la que llevaba meses preparándose, y no quería que nada le distrajera. Iba a dedicar los próximos días a aumentar la intensidad de los entrenamientos. Y así hizo, para sorpresa de su equipo. Mejoró sus tiempos y logró ser la más rápida del conjunto. Su entrenadora estaba bastante contenta.

—Venga, Petra —dijo sonriendo—. Descansa un par de días y concéntrate bien para la competición, ¿vale?

El día esperado, Petra Pérez se mentalizó especialmente. Estaba en racha y sus compañeras le empezaban a mirar mal. Sabía que iban a esforzarse más de lo normal, lo que suponía un especial reto para ella. Casi podía decirse que le importaba más quedar por delante de todo su equipo que de sus competidoras.

La carrera iba a empezar. Montó en la bici y, junto con todo el pelotón, empezó a pedalear. Tenía varias horas por delante, con tramos muy largos de subidas continuadas.

La ruta transcurrió con casi todo su equipo en cabeza, aunque muy igualado entre sí. Estaban compitiendo de forma casi insana y se notaba. Los adelantamientos se iban sucediendo unos a otros, variando las posiciones casi de manera constante. Ya en la última subida, la más larga de todas, Petra Pérez iba en tercer lugar, y estaba completamente absorta. Su concentración era tal, que apenas era consciente de su alrededor. No veía mucho más allá de la rueda delantera, ni oía mucho más allá de su propia respiración.

Empezó a murmurar. Estaba adelantando a la compañera que iba en segunda posición, la cual la miró por un instante y puso cara de extrañada.

—Pero, ¿qué coño dice esta? —dijo la compañera, entre jadeos.

Petra Pérez no paraba de murmurar. Parecían frases coherentes y con sentido, pero en un volumen tan bajo, que eran inapreciables.

Se puso a la misma altura de la que iba en primer lugar. Petra Pérez seguía murmurando. Su compañera la miró e intentó ignorarla. Finalmente, Petra Pérez la adelantó y se mantuvo en cabeza hasta el final, ganando la carrera.

Era la primera carrera que ganaba. Su entrenadora la felicitó, sus compañeras la felicitaron, pero ella dio la callada por respuesta. Un reportero del periódico local quiso entrevistarla, pero Petra Pérez se negó.

—Son solo unas preguntas, hombre. Dígame, al menos, qué es lo que estaba diciendo. ¿Rezaba?

Petra Pérez puso cara de sorpresa.

—Vamos —insistió el periodista—, lo que decía usted en la última subida. Estuvo un buen rato diciendo algo. Parecía la misma frase repetida muchas veces. ¿Tiene usted un mantra? ¿Le da suerte? ¿Le ayuda en sus entrenamientos?

Petra Pérez estaba empezando a agobiarse. Le dio la espalda al periodista y, con el trofeo en la mano, se fue.

 

Eventos y competiciones se fueron sucediendo, cada vez más difíciles y cada vez más importantes, y Petra Pérez lograba buenas posiciones en todos ellos, aunque aún no tenía la categoría suficiente como para ser una ciclista relevante a nivel nacional. Tras cada carrera, la comidilla de público, competidores y medios de comunicación locales era siempre la misma: qué murmuraba Petra Pérez en los últimos tramos de las etapas. Siempre la misma sucesión de palabras, siempre imposibles de descifrar. Ella siempre callaba ante las preguntas.

La expectación fue subiendo de tono a medida que seguía compitiendo. Pronto, fue conocida como la ciclista habladora. La gente en los pueblos de la zona no paraba de elucubrar teorías sobre qué podía estar diciendo Petra Pérez. Y sus silencios cuando se le preguntaba no hacían más que aumentar la expectación.

En las siguientes carreras, el público ya sabía que Petra Pérez empezaba a murmurar en los últimos kilómetros, sobre todo en las subidas, por lo que la gente se repartía principalmente en esos tramos y mantenían un silencio atronador para poder escuchar sus murmullos. Pero nadie lograba descifrar ninguna palabra. Un vecino, incluso, se trajo un micrófono profesional, de esos que se ven en los platós de televisión, con una vara extensible, y logró colocarlo muy cerca su cabeza cuando pedaleaba camino a la meta. Registró el murmullo, pero nada distinguible.

Pronto, Petra Pérez y sus murmullos se hicieron virales. Alguien habló de ella en redes sociales y la expectación subió. Aún no era la ciclista que quería ser y ya tenía una fama que ella consideraba inmerecida. Siguió entrenando y compitiendo para poder estar a la altura de la imagen que estaba empezando a proyectar.

Recibió en pocos días invitaciones a programas de televisión y radio, peticiones de entrevistas en periódicos de tirada nacional y participaciones en coloquios en podcasts especializados. Rechazó todo. Petra Pérez, la ciclista habladora, seguía siendo la mujer tímida, callada, introvertida que había sido siempre. Solo pensaba en preparar su siguiente competición. Y la siguiente, y la siguiente.

Las redes ardían. Vídeos de Petra Pérez murmurando en los momentos más duros de sus etapas circulaban sin parar. Teorías de qué podría estar diciendo formaban parte de foros e hilos. Los debates se volvían cruentos y su popularidad creció hasta llegar al ámbito nacional. Alguien fue a un plató de televisión asegurando ser un familiar lejano, señalando su carácter taciturno e introvertido. Otra persona decía en radio ser un vecino y que jamás le había oído hablar.

No mucho más tarde, la prensa se hizo eco de una competición muy importante. Sería próximamente y Petra Pérez, junto con ciclistas de bastante mejor nivel que ella, participaría en ella. Muchos ponían en duda que Petra Pérez pudiera estar a la altura en esta disputa, y sus detractores, pues todo aquel que alcanza cierta fama los tiene por una razón o por otra, aseguraban que había accedido a la misma solo por lo conocida que había terminado siendo.

No obstante, el tiempo pasó, la expectación creció y llegó el momento de competir. Petra Pérez pedaleó, junto con un número enorme de ciclistas profesionales, callada como siempre. Un coche con el logo de la cadena de televisión más importante del país la seguía en todo momento, pese a que desde el principio el pelotón le dejó atrás. Un operario estaba asomado por la ventana trasera, colocando un micrófono al lado de Petra Pérez, quien lo ignoraba todo, mirando al suelo y sin decir palabra.

Los debates televisivos habían invitado a los tertulianos más ruidosos, y en alguna había hasta conspiranoicos elaborando teorías exóticas sobre los miles de secretos que Petra Pérez debía de conocer y se guardaba para sí. Los directores de dichas tertulias hacían malabares con cambios de conexión en directo desde la carrera y el plató. Petra Pérez seguía pedaleando y todos los medios ignoraban a los ciclistas que iban en cabeza. Grupos dispersos pero numerosos de personas se agolpaban en las lindes de la carretera por la que subía con gran esfuerzo. Algunos gritaban su nombre y otros portaban carteles, en uno de los cuales se podía leer “Petra, queremos saber”. Otro grupo coreaba con ritmo de protesta: “No se te oye, no se te oye”.

Fue entonces cuando el operario de micrófono del coche que la seguía lo notó: Petra Pérez había empezado a murmurar. Cada programa de tertulias cambió a su conexión en directo y cada programa de radio se silenció para retransmitir sus murmullos.

Nadie entendía nada. Un tertuliano explotó en gritos: “¡Petra Pérez nos oculta la verdad!”. El público agolpado en los márgenes de la carretera enmudecía ante cada murmullo y cuchicheaba cuando Petra Pérez callaba. “Qué dice, qué dice”. Era el mismo murmullo de siempre. Cada seguidor de la trayectoria de Petra Pérez lo identificaba sin problemas, pero nadie sabía distinguir sus palabras.

El coche de la televisión estaba lo más cerca que podía, con el operario nervioso, sudando, colocando el micrófono casi pegado a la cara de Petra Pérez. La carrera estaba llegando a su fin. El grueso de los participantes ya la habían acabado, con toda la prensa ignorando al ganador y los finalistas. La meta estaba muy cerca, pero eso era lo de menos. Petra Pérez volvió a murmurar.

Público, periodistas y tertulianos enmudecieron. Este último murmullo había sido mucho más alto. Aún imposible de interpretar, pese a que los asistentes a los debates se encendieron en una calurosa discusión. Petra Pérez acababa de pasar la línea de meta, pero siguió pedaleando, sin bajar el ritmo. El coche seguía a su lado. Emitió un nuevo murmullo, casi se le podía entender.

—Pero, ¿¡qué dices!? —dijo indignado el agotado operario de sonido.

—¡Odio el ciclismo! —gritó Petra Pérez.

Claramente esas tres palabras se correspondían perfectamente con la estructura del murmullo tantas veces repetido. Nadie en los debates televisivos dijo nada. El coche de la televisión paró y dejó que Petra Pérez se alejara, gritando:

—¡Odio el ciclismo, joder!

Yizeh Castejón
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2 Comentarios

  1. Mi máxima ilusión es que Victoria Permuy también comente mis relatos. ¡Victoria, dónde estás! ¡Dime que te gustó!

  2. Victoria Permuy dice:

    ¡Te lo juro!, no me has dado tiempo a terminarlo, JAJAJA, me has adivinado el pensamiento, eres un mago, no hacía falta que me lo pidieras porque me hizo mucha ilusión que «aparecieras» y fué verte y ya me vine a escribirte, además, para hacernos reir que es lo que ahora nos hace falta ¡Y MUCHA!. Me alegro de volver a leerte, echo de menos a muchos de vosotros. Me he acostumbrado a vuestra sopa y ya no me hago ni las de sobre, jajaja.
    Terminaré de leerla pero ya te puse el punto de me gusta porque para mí hay «enchufados» que se lo pongo al momento porque sé que me va a gustar y sino… ¡pues también!, jajaja, Me alegro de saludarte un montón. Saluda a ese equipo de mi parte que ya procuro no meter la pata en ortografía para que no me echen el rapapolvo «uno» que me tenía acribillada, jajaja. Porque asoméis la patita soy capaz de poner alguna muy gorda para que no se pueda callar y aparezca por «aquí» a ponerme colorada.
    ¡Felices fiestas a todos, aunque éstas sean tan distintas…!, espero que a ninguno de vosotros os haya afectado el bicho ni a vuestros allegados, sólo pido que se acabe y podamos vivir tranquilos y mi recuerdo siempre, siempre, para los que este año no pueden disfrutarlas, sufrí mucho por ellos en la primera, estuve dos meses y veintiséis días con una depresión como en mi vida, pensando en todos los abuelitos que íban desapareciendo, no dejaba de llorar… Un domingo me levanté y sorprendentemente me encontré bien y hasta hoy, creí que no saldría del pozo, lo pasé francamente mal, no podía soportar el sufrimiento y sobre todo que nadie de los suyos pudiesen estar en sus últimos momentos, no podía con eso. Esperemos que se pare, no creo en muchas cosas pero esto tiene que ser un milagro, venga de donde venga… Un fuerte abrazo y gracias por acordarte de mí, jajaja. Besos a todos y gracias por seguir manteniendo la cazuela al fuego.

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