El Valle de Todas las Cosas
- publicado el 01/03/2010
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Dale al Dédalo
Había entrado allí persiguiendo una idea. Había pasado sobre una luz ámbar en el suelo.
caminaba entre altos muros, de un blanco hueso mugriento, más anchos en su base.
Lo primero que se le ocurrió fue seguir avanzando con la mano izquierda puesta en la pared del muro, pues recordaba haber oído que así se podía hallar la salida de un laberinto. Pero como si el Dédalo le hubiese leído el pensamiento, esto no le sirvió pues pronto se encontró dando vueltas alrededor del mismo punto, así que decidió atravesarlo en dirección de la suave pendiente del suelo.
Avanzaba despacio en la penumbra tropezando de vez en cuando con lo que se le antojó rocas blandas, disponiéndolas de tal modo que le sirvieran de marca en su camino. Se asomaba con cautela a cada encrucijada.
Ahora, un poco mas seguro, tras no encontrar más que escombros, avanzó hasta que se vio obligado a virar y justo entonces metió el pie en una especie de melcocha pegajosa y oscura. Logró salir de ahí no sin esfuerzo, y se llevó consigo el molesto ruido de su pie pegándose y despegándose a cada paso.
Ya creía que iba entendiendo la estructura del laberinto, que se hallaba dispuesto en forma de cuadricula desordenada cuando el enigmático laberinto le demostró, una vez más que se equivocaba. Un muro a su derecha se extendía más que sus homólogos.
Corrió lo más que pudo a través del corredor pensando en que la salida estaría cerca.
Una especie de piel porosa, gruesa de un intenso olor y color le hizo tropezar señalándole que se equivocaba una vez más.
Esto le llevó a descubrir un nuevo misterio. ¡Los muros no llegaban hasta el suelo! Es más, ¡estaban huecos! Vio que estaban sujetos por un pilar negro con un adorno metálico en espiral como imitando a una columna salomónica. No se atrevió a tocarlo, seguro que la piel que le hizo caer era de uno de los monstruos guardianes de aquel extraño lugar y no quería provocarlos. Después de todo él no disponía de un hilo de Ariadna…
No acabó de pensar el nombre cuando se percató del grueso cabo que tenía a unos pasos de él. Con la emoción, no le importó esta vez el no haber acertado. Siguiendo el cabo pensó que hallaría la salida por fin, salió de debajo del muro y de su error. Lo que vio fue el fin de la cuerda.
No se desanimó, avanzo con la cuerda tres encrucijadas después del gran muro y vio otro charco de esa jalea oscura semiseca y untó la cuerda en ella. Su objetivo, era alcanzar uno de los muros que también difería en forma y tamaño.
Se enganchó a la primera.
Tras escalarlo, un extraño pictograma le planteaba otro enigma más. No lo distinguía bien, parecía una flecha en ángulo. Súbito, la penumbra se disipó y mirando en dirección a donde la flecha señalaba, al resto del laberinto vio claramente su posición en él.
Sobre los muros había unas extrañas runas.
Una sombra descomunal pasó sobre él y cayó con gran estrépito sobre el símbolo de la serpiente. El segundo el tercer golpe pasaron más cerca de él, y así se sucedió una lluvia de choques de esos extraños celestes bloques rosados sobre las runas.
Se quedó petrificado de pavor, el último golpe cayó también en la runa serpiente. Al menos eso pensó.
Ese fue su último gran error.
-Sopa de Relatos.
Enter.
Moraleja: No comas y/o bebas sobre el teclado.
T. Owen
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Gracias a una de Articmasteray he sacado ésta que empezó como un garabato en un papel de 4.5 cm2. me acordé con Mr Pípez.
Prometí un relato breve y nada. A ver si aprendo a quitar paja y a no irme by the Ubeda Hills.
Nada hombre lo que haga falta…aunque este relato es…..es……moola! xDDDDD
Qué fuerte! Preguntándome a lo largo del relato donde se había metido el personaje… en un teclado sucio!!! XDDDD
Consigues convertir un objeto ordinario en el misterio escenario de un relato, bravo!
Estas como una cabra…. jejej
😉