Sabía hacer demasiado bien su trabajo.

Pero lo odiaba, odiaba su trabajo y que se le diera tan bien.

Ella siempre atraía a los clientes más jóvenes y los envolvía en una vertiginosa espiral de risas.

Ellos siempre querían más.

Volver a montar a la de rubia cabellera y balancearse arriba y abajo.

Volver a esa trepidante espiral donde hallaban por unos minutos la felicidad.

Las demás le tenían envidia y Ewah tenía que aguantar las miradas de ésos ojos vacíos y exageradamente pintados.

Le hubiera encantado decirles a todas que se podían quedar con todos los clientes.

Sobre todo con Buddy, el más gordito. No lo aguantaba, además siempre la manchaba con comida.

No podía más.

Esa noche lo haría.

Cuando la luz del sol languideció y las sombras lo cubrieron con un mágico manto, a la voz de un conjuro a la luna, Ewah rompió con las cadenas que le ataban con su pasado y huyó lo mas rápido y lejos que pudo.

A la mañana siguiente las demás yeguas del tiovivo no lo podían creer,  igual que el dueño del mismo, que no salía de su asombro.

-“Esos gamberros me las pagarán”- dijo mientras atizaba un puntapié a una de las astillas que habían quedado.

Ewah halló un campo fértil donde pacer en paz.

Un día, un príncipe que cazaba por los alrededores la vio.

¿Una yegua de madera con blonda cabellera?

¿Será la que he encontrado la que me quite hablar con pareados?

En cuanto la acarició, el hechizo se deshizo

Pasando a ser el narrador el que habló como rimador

El príncipe feliz la hizo y comieron kilos de chorizo.

¬¬T.Owen

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