Te devolverán las olas a mí
- publicado el 03/07/2019
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El principio de un final (Cap. 1.3/3)
CAPÍTULO I
3ra PARTE
Después de tener todos los palos tuvimos que poner la lona, mientras uno aguantaba los palos el otro tenía que meterse en la tienda y ponerla bien… a mí me tocó esta última tarea.
– ¿Puedes?- me preguntó, mientras yo buscaba el agujero correcto.
– Sí, un momento.- justo en este momento puse el agujero de la lona en el palo de la tienda, y luego tuve que hacer lo mismo con el otro extremo.- Ya está.
Salí de la tienda, para ayudarle a colocar la última lona… y finalmente clavar los clavos al suelo, tensándola…
– Cuidado.- me cogió de la mano que sujetaba la roca que había encontrado, me quedé perpleja, y me volví a dar cuenta que no me gustaba que me tocara… pero me quedé de piedra al ver que lo había hecho porque el clavo que iba a intentar clavar estaba saliendo de él un escorpión de color negro… y mi reacción fue rápida.
– ¡¡¡Un escorpión!!!- chillé, apartándome de allí al menos hasta cinco metros de distancia, mientras miraba el bicho con expresión de asco y miedo.
– Los escorpiones negros son los menos venenosos… claro que no teniendo un hospital cerca tampoco creo que sea buena idea que nos pique…
Lo cogió de la cola, ante mi estupefacta mirada, mientras el escorpión se intentaba resistir moviéndose con movimientos raros y elásticos… y lo soltó a unos metros lejos de nosotros. Lo miré recelosa… y me dirigí de nuevo hacia la tienda.
– Quizás deberíamos cambiarla de sitio.
– Claro, porque ha salido un escorpión de entre la arena. No viajan en manada, puedes estar tranquila.- siguió clavando clavos con total indiferencia, sin mirarme.
– ¿Lo próximo que será? ¿Una serpiente de cascabel?
– Podría ser, al fin y al cabo estamos en su hábitat, lo raro sería que no nos encontráramos ninguno.
– Pues mira, yo prefiero no encontrarme a ninguno.
– Si te picara sería un descanso para mí, la verdad, eres una histérica y una quejica.
– ¡No soy ninguna histérica, ni una quejica!- volví a chillar, ofendida, frunciendo el ceño y dándole un golpe en el hombro.
– ¿No? ¿Y ahora qué haces entonces?
Tanta calma me ponía de los nervios, casi era imperturbable, a su lado era normal que pareciera una histérica, ¡pero no lo era! Al menos no lo era hasta que lo conocí, aunque estas palabras podían parecer vacías, teniendo mi estado de amnesia total.
Observé cómo clavaba los clavos lentamente mientras yo me quedaba allí de pie, empezando a notar el frío de la noche del desierto… levanté la mirada y la clavé en el cielo, el sol ya estaba a punto de empezar a desaparecer por las dunas del horizonte… era un paisaje bello.
– Nena, la tienda ya está lista.
Me giré, sin creer lo que acababa de escuchar. Una rebelión de pensamientos me chocaron contra mi cabeza, me había gustado y no me había gustado a la vez, estaba enfadada, y el corazón me había empezado a latir con fuerza al escuchar aquel “sobrenombre”, pero no me iba a recochinear, y menos un chulo piscinas como él.
– ¿¡Me acabas de llamar “nena”!?
– Sí, ¿algún problema?- sin más, cogió ambas mochilas y las metió dentro de la tienda.
– ¡No soy ninguna nena! ¡No me vuelvas a llamar así!
– Ya, pues a menos que quieras dormir fuera, será mejor que dejes de chillar. Nena.
Sonrió antes de meterse en la tienda agachándose… no pude evitar mirar su trasero. Era… pequeño, bueno, estaba… bien, y parecía… duro. Y… cuando me di cuenta en qué estaba pensando yo misma me di una bofetada.
– ¡Es un capullo!
– ¿Qué dices?
– Nada, Musculitos, nada que te importe.
Me agaché para entrar en la tienda… era más pequeña de lo que parecía por fuera. Se me quedó mirando mientras entraba… y silbó. Bajé mi mirada hasta mi canalillo… y me sonrojé totalmente al descubrir que se veía todo.
– Eres un cerdo. Y no me sueltes la parida de antes. Me das asco.- cogí una bolsa de comida y cuando fui a abrirla, una vez más, me cogió de las manos, lo miré inquisitivamente- Más vale que tengas un buen motivo.- me solté de sus manos en un movimiento brusco, con la caja en mis manos aun.
Me enseñó el paquete que él había abierto ya.
– Me da a mí que será mejor que lo racionalicemos, cabeza de chorlito, o nos vamos a quedar sin comida mañana mismo.
Puso la bandeja en medio de los dos, una lata de sardinas, dos latas de garbanzos y una bolsita con un pan que parecía más duro que… miré al chico de reojo… que una roca. Dejé la bolsa de nuevo en la mochila y cogí una de las mantas que había, empezaba a hacer frío y me cubrí con ella, por eso bajé también la cremallera, tras ver que el sol ya estaba escondido casi completamente.
Observé como abría las latas, y como, sin más, cogía una sardina con los dedos y se la metía directamente en la boca. Me miró, con la boca llena.
– ¿Y ahora qué te pasa? No tenemos cubiertos.
– ¡Qué asco! ¡No voy a comer con las manos!
No vaciló.
– Pues muérete de hambre, así no tendré que racionalizar comida
Hasta aquí. Fruncí el ceño y le tiré la otra manta a la cara.
– ¡Vete a la mierda!
Tenía hambre, pero este tío se estaba pasando, aun cubierta con la manta, me tumbe al suelo, y cerré los ojos. Prefería morir de hambre antes que verle el careto al imbécil éste.
– Vamos… ¿te has enfadado? No lo decía en serio, ya sabes, ¿con quién me pelearía si la palmas?
– Que me dejes en paz.
Escuché como suspiraba y como recogía la bandeja con sonidos de latas y demás… y seguidamente se tumbó en el suelo también, a mi lado. De espaldas a mí, diría… intenté cerrar los ojos, para dormirme… pero el hambre y el hecho de que él estuviera a mi lado no me tranquilizaba en absoluto, y mucho menos cuando hacía algún movimiento o… algo, incluso podía empezar escuchar su respiración en el silencio de la noche.
Se cambió de posición, ahora estaba girado hacia mí, sentía su aliento en mi cabello… ¿estaba tan cerca? Bueno, la tienda era pequeña… aun me ponía más nerviosa… quería girarme a la vez que asesinarlo en este instante. Intenté dormir. Pero era imposible. ¿En qué estaría pensando él? Era un pervertido, seguro que estaba pensando lo mismo que yo… y de repente, un ronquido. Creo que dejé de pensar durante dos o tres segundos mientras la vergüenza me corroía.
– Imbécil.
Cerré los ojos y esta vez sí, me dormí.
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