La luz en la oscuridad puede ser más oscura (1 de 5)

Ser escritor es un oficio hermoso, pide corazón, un buen vocabulario y mucha disposición. Sin embargo, la inspiración, maestra de ceremonias de las palabras puede ocultarse ocasionalmente. Con el escenario adecuado, como una cena romántica de ideas, puede regresar en corto o mediano plazo, pero en algunas ocasiones es necesario acompañarla en el camino y demarcarlo para asegurar su pronto retorno.

Para algunos escritores como André Geant (era su pseudónimo…”para vender más libros” le dijeron sus editores, pero su nombre como trataba de que fueran sus obras, era muy colombiano, Carlos Alberto García), el camino estaba marcado por los libros de su escritor favorito, al menos hasta la publicación de su décima novela, la cual había sido el resultado de un esfuerzo casi sobre humano. No la había disfrutado mucho y había dudado más que sobre cualquier otra cosa que hubiese hecho en su vida.

Al tratar de buscar su musa, que se escondía en libros desde la primera vez que se había ausentado, se vio perdido al no encontrarla en los tres últimos tomos (devorados en dos semanas) del creador del pistolero. Era su paracaídas de emergencia y había fallado. Seguía cayendo al vacío y la velocidad aumentaba, el movimiento de sus brazos no evitaba la caída y seguía sin encontrar un punto de apoyo. <¿Acaso hay un punto de apoyo a 3500 metros de altura?>, había pensado con amargura sintiendo que esa distancia se reducía a una velocidad considerable y no sabía qué hacer al respecto.

Escribir lo que había estado pasando en su cabeza los últimos diez minutos, le habría servido pero las ideas se iban tan rápido como llegaban y al estilo de los mejores ladrones, no dejaban ningún rastro. Si las ideas no se esfumaban de manera voluntaria, una persona mirándolo detenidamente era el disparo que ahuyentaba las aves más extrañas y amorfas que pudiera observar. Y era la tercera vez en ese día, en ese sitio, que alguna persona, en principio con la reacción de “es una persona famosa, pero ¿Quién?”, seguida de “¡es un escritor!, pero ¿de qué?” y diez segundos después (había contado el tiempo entre el cambio del rostro de la última persona) “¡novelas de terror!”, terminando con “algo extraño le pasa, lleva así mucho tiempo” y retirándose de un modo nervioso.

La pila de libros no había cambiado desde que había llegado y saludado a su amigo Mauricio, quien sabía hacia donde se dirigía. Los libros de Stephen King escaseaban y los que había disponibles ya los había leído, los que menos, tres veces. La última mirada que ahuyentó sus ideas fue una frase en principio lejana.

– … que desconfianza no, usted sabe que le reservo su copia y lo llamo cuando llega algo nuevo, pensé que después de tres años lo sabría-.

Sonrió sin voltearse y con el mismo tono de voz dijo lentamente –Así son algunas personas… primero entregan todo y uno les retribuye con su vida pero desaparecen sin previo aviso-.

Estrechando con camaradería (como siempre) la mano de Roberto, dijo mientras suspiraba con melancolía – o eso le pasa a mis ideas y no sé donde están las desgraciadas.

La risa no se hizo esperar y continuó hasta rendirse ante los gestos exagerados y ruidosos de su mejor amigo. Sin embargo había hablado muy en serio, estaba pasando por un bloqueo que lo hacía sentir como un pequeño hámster. Podía moverse y su esfera se movía pero no avanzaba, las ideas simplemente habían desaparecido y si fuera un juego de escondidas, habrían ganado con mucha ventaja.

– Cómo raro está buscando libros de Stephen King… por qué no mira otros autores, como Dean Knootz, Peter Straub, Horace Walpole, Clive Barker, Guy de Maupassant, Richard Matheson? o quizás… YA SÉ!!!

Dijo en un grito que aunque Carlos no estaba perdido en su mente, hizo que se sobresaltara de una manera considerable.

Roberto se notaba muy excitado, pasó su lengua por sus labios como un perro hambriento al oler un pedazo de carne fresca- Tengo…justo…lo que necesita…venga-. Aunque Carlos había entrado en repetidas ocasiones a la bodega de la pequeña librería del norte de la ciudad, casi siempre los días en que llegaban los pedidos de las diferentes casas editoriales, esta vez y sin mucho cuidado, algo muy extraño en Roberto, movía pilas de libros de un lado a otro a gran velocidad. En el proceso su desespero aumentaba considerablemente y un extraño miedo lo embargaba.

– A usted le gusta inventarse cosas raras, ¿no? – le había pregunta sin darse la vuelta y haciendo malabares para evitar tirar los libros que mantenía entre sus manos.

– A mucho orgullo sí. Contestó Carlos sonriendo pero sus palabras y su sonrisa se perdieron como un disparo en una guerra, Roberto estaba recorriendo con sus ojos y manos todos los estantes una y otra vez, sus movimientos no eran de una persona buscando sino un animal guiándose por su olfato.

– NOOOO MIERDA… Mauricio… MAURICIO. Los ojos de Carlos se mostraron extrañados al oír decir una mala palabra a quien lo había calmado en repetidas ocasiones, situaciones que implicaban por lo menos un rosario de groserías y propiciaban la creación de nuevas.

– Dime Roberto.

– El libro… el libro que tenía guardado en una bayetilla roja y una caja de madera oscura. La caja que hice yo, estaba por aquí, ¿verdad?, ¿verdad?

Carlos no sabía hacia dónde mirar. El rostro de Roberto mostraba un sentimiento que se había disparado sin previo aviso y por la saliva resbalándose de su boca, llevaba reprimida mucho tiempo. Era una persona tranquila y nunca había visto su expresión como ese día, menos cuando hablaba con la persona más importante en su vida, el resto de su familia. Como contraparte estaba Mauricio, un hombre de 61 años que había pasado la mayor parte de vida leyendo libros (sus gruesos anteojos eran fieles testigos) y manejando la modesta librería junto a su hermano menor, su rostro lo mostraba preocupado y culpable.

(Parte 2 aquí)

—Diego Rodríguez. 2009—

rodriguezda
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6 Comentarios

  1. Champinon dice:

    Este relato me ha gustado mas, en cuanto a la escritura, obviamente al ser parte 1 de 5 todavía no se ha revelado mucho de la trama, aunque prace que los protegnoistas son de nuevo los libros y los escritores.

    Creo que debes leerte los capitulos en voz alta, de verdad, porque te faltan algunas comas. Aparte de eso el resultado en cuanto a la expresion escrita me gusta mas en este que en el otro.

    Lo decía por seguir la crítica.

    Has empezado fuerte, espero que no bajes los brazos!!!

    1. rodriguezda dice:

      Super buen concejo la lectura en voz alta!!! creeme que lo haré!

      De nuevo gracias por tus críticas.

  2. newowen dice:

    Me gusta, las metáforas y cómo ordenas y escoges las palabras.
    He de admitir que la metáfora del paracaidas me despistó XD «eh! cayendo? Ah!, su último recurso, jeje»

    y continuando con lo que dice Champiñon, si bajas los brazos, sólo para seguir escribiendo más eh? jeje.

    1. rodriguezda dice:

      Jejejeje claro que si, muchas gracias por tus comentarios. 😀

  3. Lascivo dice:

    Este me gusta más, y creo que es por lo que te he dicho en «El último relato». Al ser un relato por capítulos, no te has dado prisa en llegar al final. ¡Aún no hay final! Así que voy a leer la siguiente parte.

  4. Champinon dice:

    Siento decirte querido lascivo, que por mucho que tu hayas escrito el 4 de agosto un buen consejo como el que le diste, y el hecho de que el 4 de agosto leyeras este relato, justo despues de dar tu buen consejo. No quita que el relato que atiende a estos comentarios estuviera o estuviese escrito el dia 1.

    😛

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