La anómala rutina, ¿ein?

– ¿Por qué tengo que  aprender a hacer eso?

La sala permanecía oscura. Las cortinas rojas apenas dejaban pasar un esbozo de espectro luminoso procedente de la habitación contigua. Una luz pálida, sosa y neutra.

– Apaga la radio, haz el favor.

El moderno transistor emitía música pop.

– Es Beyoncé, a mí me gusta.

– Es una puta mierda. Apágala.

– ¿Prefieres que ponga otra cosa?

– No. Sólo apágala.

Apagó la radio.

– Si quieres aprender, necesitas concentración. Trae el mechero.

Extendiendo un largo brazo, alcanzó el encendedor a su maestro, que estaba liando un cigarrillo.

– Necesitas fumar esto.

– ¿Necesito?

No obtuvo más respuesta. El maestro le alcanzó el cigarrillo humeante. Despedía un olor semidulzón.

– ¿Qué es?

– ¿Estás tonto? ¿Tú qué crees que es?

– ¿Siempre fumas lo mismo?

– ¿Qué esperas que fume?

– No sé, pensé que solíais tomar más tipos de… drogas.

– Pero qué dices… ¿Que soy un yonqui de mierda?

– ¡No, no!

– ¡Fuma y calla, hostias ya!

El humo blanco inundó su garganta. Siguieron toses y nuevas caladas. Más toses.

– Eres un blando. Sigue hasta terminar.

Cuando terminó el cigarro, se levantó.

– ¿Adónde vas?

– Tengo que ir a trabajar, papá.

– ¿Ya son las ocho?

– Y media.

– ¡Pues ve, hombre! ¡Ve!

Descorrió el cortinaje y encendió la luz. Tras el mostrador, varios estantes sostenían productos diversos. Más allá, la puerta de cristal separaba la calle del interior. El primer cliente llegó justo al quitar el seguro de la puerta y girar el cartel de «abierto».

– ¡Hola, buenos días!

– Muy buenas, Alberto. ¿Tienes supositorios?

– ¿Pack de doce o de veinticuatro?

– De veinticuatro. Y saluda a tu padre de mi parte, hazme el favor. Dile que sentí no haberle visto en el funeral. A tu madre le hubiera gustado mucho. El funeral, quiero decir.

– Claro, se lo diré.

El cliente pagó y salió, esquivando un estand con multitud de productos de higiene bucal y un gran cartel a tamaño real de un hombre que se mostraba excesivamente feliz y sostenía una caja de un medicamento para la disfunción eréctil. Alberto volvió a la tratienda.

– ¿Quién era?

– Mariano. Me ha dicho que te diga…

– Ya, ya, lo he oído.

Silencio.

– Fúmate otro.

– Pero, papá…

– ¡A fumar, coño!

Yizeh. 29 de septiembre de 2009

Yizeh Castejón
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6 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    En fin, esto es simplemente un cuento sin fin, sin moraleja, sin sentido y sin ninguna conclusión. Simplemente me pusé a escribir y salió esto. ¡Ah se me olvidaba! Tampoco tiene intención.

  2. rantanplan dice:

    cagoenlaputa, me digo a mi mismo: voy a leer el relato del compi, y acabas asi??? menudo chasco me he llevao

  3. Laín dice:

    jajjajaa y tu estarías fumao, también? jejej
    nah…

    es bueno como ejercicio.Menos mal que aclaraste que no hay intención.
    Aunque con la droga, en el realto, todo podría ser.

    salu2

  4. Lascivo dice:

    sip, me he oxidado un poco por esta ausencia veraniega/examinera. Necesitaba estirar los dedos un poco, así que esto fue lo primero que se me fue pasando por la mente

  5. ameliemelon dice:

    lo primero que piensas despues del verano es en drogas para quitar dolor?

    se te presenta complicado el curso? tal vez sea la intencion que ni tu mismo conoces… chanchaaaaaaan!

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