Memorias
- publicado el 17/02/2010
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Un señor vaso.
Bizqueaba ante el vaso. Parecía esforzarse por penetrar en la esencia del vaso, desentrañar su misterio. Pero estoy seguro que no, que no pretendía parecer esforzarse. Aun así, yo lo veía con los ojos del viejo fanático coleccionista de situaciones pretenciosas. La objetividad era el propio vaso, que yo, indudablemente, veía desde otro ángulo. Y en el fondo lo sabía, como es natural a todo cerebro relativista, y es que él solo observaba la luz reflejarse y refractarse en eterno jugar con la doble percepción que tenemos los humanos de la luz y que podemos, en cualquier momento, reducir a una o incluso a nula percepción si la disposición es favorable. La única verdad que optamos a conocer es la mentira de lo conformante, que sabemos insuficiente, pero que necesitamos constituir como verdad, a fuerza de no quedar indigente y al descubierto durante la propia precipitación sobre uno mismo.
No recuerdo si estaba convencido o dudaba de la secreta comunicación posible entre nosotros. Solo sabía, que cabía, en esa dirección, la posibilidad de un pensamiento por su parte, de una comunicación inefable sobre el mismo ámbito de dudas y que, sin duda, no se podía dar en ningún ámbito de concreción, sino en el absoluto dudar que, de absolutismo, se conforma en absoluto convencimiento y, de total omnipresencia del conocimiento, es decir, de absoluta duda, se conforma en parcial dudar. Sabía, durante el mismo instante de contrucción de dicha idea, que la propia contrucción de una idea encaminada al relucir del detalle de la posible comunicación, y que yo veía como la simetría total entre mente y mente incluyendo pausas y negligencias, era completamente imposible como es imposible la repetición de un momento del ser o del no-ser o del espacio o tiempo o ambos o ninguno.
El vaso era particular, era completamente incoloro y transparente. Su contexto era extremádamente boscoso. Depositaba todo su peso sobre un viejo tocón de árbol del que ya hacían varios años crecían pequeños proto-árboles que enrevesaban con las opacidades y semiopacidades el vislumbrar de los juegos de la luz con el vaso. Él, acuclillado en desastrosas posturas que debían ser consecuencia de la inconsciencia del propio ser y esta, a su vez, consecuencia de su identificación con los ramajes, omnipresentes menos vaso, fabricaba con su mente (o proyectaba el fabricar de su mente) el vacío, que en sí mismo era el que fabricaba el fabricar del vacío. El tiempo tornose en un estatismo mayestático, del que surgían, en un único y eterno respirar, olas de impermeable pensamiento proyectadas. Vivió todas las vidas posibles en el haz de aquel instante, rodeado del vaso, observando el bosque, adherido, por fuera y por dentro del vaso, a la visión de ubicuidad. Sin percatarse aún del contexto del bosque, éste, desapareció completamente durante un instante tan eterno que tardo aún unos dos minutos en recuperarse del poderoso trance y de su violenta muerte. Se hayaba, increiblemente, sentado en una silla (a pesar del dolor que sentía en las rodillas, consecuencia del largo periodo de tiempo que había pasado acuclillado), su mano izquierda sujetaba un cilindro poliédrico con capacidades de almacenamiento de fluidos y derecha se encontraba deslizada por entre piel y ropajes al interior de algún movimiento repetitivo. Volvió sobre el bosque, que recordó desaparecido y observo la figura de un edificio; un perfil solamente, que ensombrecido en su area interior, podía pensarse se tratase de una figura geométrica proyecctada sobre una lona y que podría ser el comienzo de alguna banal continuidad. Pero en tanto que se proyecta sobre la idea abstracta, confluyente sobre la misma idea que se perpetúa en intemporal nada sobre el presente, acechando, condensandose, y después, precipitando y alimentando las alimañas y árboles parapetadas en la insignificante porción de tiempo, como dirían los pensadores. Sin irrupciones, ni puntos, ni apartes, ni ambos, el coreógrafo tiende conexiones, puentes, y caminos entre las innumerables realidades presentes en dicho momento presente. Predice, en ocasiones, los artículos correspondientes a la palabras exactas que desea utilizar, otras, en cambio, deja que los artículos cobren vida e influyan, con su encanto y existencia y ambos, sobre el aciago concepto, que el compositor solo podrá elegir de entre todos los que tengan el aleatorio género determinado y, así, conviven en la existencia independiente del mundo, que intruído en su propia razón, acaparará los indeseables designios del pan de unas alimañas que, gobernadas por la razón, el infortunio y el cercenado autodomeñe, solo se conservan aglutinadas tras la opaca guarida de la memoria que, depositada en algún estante de ordenación, activado en la mente del espectador de dichos conceptos, no podrá controlar el ángulo de visión con que será observado, con lo que el arquitecto pierde los estribos, olvidando, tal vez, que si no determina lo suficiente la presencia de alguna viga maestra en la memoria, el que observa caerá en la contemplación de la gracia concerniente a toda estructura en su agigantado apocalipsis en pos de la ruina.
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Hmmm…. Te recomendaría que separaras los párrafos, para facilitar la lectura. Por que es una buena histoira… pero al estár toda de corrido se vuelve un poco molesta de leer.
ha de ser arduo
Pienos igual que Zadel. También deberías darle una categoría. Este relato no es basura
cuando digo pienos quiero decir pienso
basura puede ser cualquier cosa
Muy curioso, lo que da de sí el vaso :). Hacía mucho que no entraba a leer nada. Probablemente sea por estilo o porque lo necesitaba la história, pero por si acaso no fuese así hay frases en las que están muy cercanas la repetición de palabras como «absoluto».
Oye que bienvenido (que no te lo había dicho) y que estoy contento de que la sopa se enriquezca con otro estilo más. Nos leemos!
Es por estilo. La repetición es maravillosa, maravillosa, maravillosa.
nos leemos