Fantasmas en París (I)

Bryan era un chico normal, de los de hoy. Moreno, con el pelo engominado y un pendiente en la oreja derecha. Un chico al que no le gustaba estudiar y que pasaba los recreos castigado en la biblioteca todos los días. Las horas que no estaba en clase jugaban en casa de alguno de sus amigos a la Wii o a la Nintendo. Las noches, sin dormir apenas, se entretenían hablando por Messenger. Pero tras pasar sus vacaciones de verano en Torrevieja cuando volvió a su casa todo era distinto.

Una mañana como tantas otras, mientras estaba desayunando se dio cuenta que las cosas en casa habían cambiado. La noche anterior su madre había llegado de trabajar muy tarde y su padrastro llegaba en ese momento. No salió una palabra de ninguno de los dos. Ni su madre ni su padrastro se dirigieron tan siquiera una mirada. Siguió desayunando como si no se hubiese dado cuenta de nada y subió a su habitación. Estuvo chateando con sus amigos por Messenger recordando los días en la playa.

Su madre entró por la puerta y le dijo que apagara el ordenador. Tenían que hablar. Habían despedido a Juan Carlos, su padrastro, del banco donde llevaba quince años trabajando, y con la pensión de viudedad de su madre no les daban para mucho. Debían dos meses del alquiler del piso y la nevera empezaba a quedarse vacía. Habían tomado la decisión de irse de España y probar suerte en la ciudad de Juan Carlos, Paris.

Las preguntas se le amontaban en la cabeza y no sabía por dónde empezar. Él estaba bien en Madrid. No quería empezar, quería seguir. Seguir con sus amigos, no quería dejar el colegio. Le había costado hacer nuevos amigos desde que llegó de Galve de Sorbe, dos años antes. Iba a ser su último año en ese colegio antes de ir al Instituto.

-Pero yo no sé hablar francés.

-Por eso no te preocupes, ya aprenderás. Es muy parecido al español.

Su madre intentaba convencerle de que era lo mejor para todos pero también sabía lo que costaba a su hijo adaptarse a situaciones nuevas.

Sólo le quedaba una semana en Madrid para despedirse de todos sus amigos y allí no había nadie. Todos estaban de vacaciones. El día antes de marcharse no había podido dormir. De ahí, que se quedara dormido mientras esperaban a que el vuelo saliera. Le despertó su padrastro. Era hora de irse. Durante el vuelo ninguno habló más que lo necesario. Sabían que se dejaban demasiado.

Tras una hora de viaje llegaron al aeropuerto francés. Todo era extraño para Bryan, quien entre el cansancio y la tristeza sentía que ese no era su lugar. Había mucha gente y hablaban en otra lengua que le resultaba aún raro para sus oídos. Cogieron un taxi para llegar a la casa que habían alquilado.

Era un apartamento con un cuarto de baño y dos habitaciones. La cocina y el salón eran el mismo. El olor a cadáver de la última persona que había estado viviendo allí aún se podía respirar en esas paredes. ¿Cómo era posible que su madre le hubiera llevado aquel sitio? Pensaba mientras dejaba las maletas en su habitación. Al sentarse en la que sería su cama a partir de entonces por poco se le cae encima un trozo del techo. La habitación estaba fría. Echaría de menos la calefacción de su casa. Se estaba tan calentito.

Los primeros días que pasaron en París Juan Carlos le enseñó la ciudad mientras buscaban un colegio para el chico y un trabajo, tanto para su madre como su padre. Su madre acabó encontrando un trabajo cuidando a dos niños franceses durante cinco días a la semana pero Juan Carlos seguía sin trabajo. Unos días antes estuvieron practicando francés para que Bryan empezara a manejarse sólo en clase, pues le quedaba una semana para empezar.

Escrito por Beatriz Hernando

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