Locura de amor infiel (parte 3 de 3)

Parte2

En el bar, Jacob fumaba un puro habano, acomodado en un rincón, tras la barra. La noche comenzaba a tranquilizarse gradualmente. Muchos clientes iban abandonando el local a medida que avanzaba el tiempo y disminuía el caudal de sus bolsillos. Las chicas se agolpaban en las hediondas duchas de los camerinos incapaces de soportar más humillaciones. Y él se abstraía en la imagen y el sabor del humo del tabaco.

Cerró los ojos, y escuchó algo. Venía de arriba.

Al principio sonó como una canica rebotando contra el suelo, luego como una corriente de aire que cierra repentinamente una puerta, y finalmente, se dio cuenta de que alguien estaba dando una paliza a una de sus chicas.

—¡Joder!

Salió despedido hacia las escaleras que conducían al piso de arriba. Al ver su reacción, dos de sus guardaespaldas le siguieron sin mediar palabra. Cuando llegaron al pasillo escucharon nítidamente unos gritos de socorro y vieron que varios inquilinos habían salido de sus habitaciones, algunos desnudos, pero que nadie se había acercado hasta el lugar de la sospecha.

—¡Mierda! ¡Tirad esa maldita puerta abajo! —gritó Jacob.

Para cuando llegó al dormitorio, exhausto, los alaridos habían cesado, y en el interior de la habitación no se oía el latir de ningún corazón. Jacob comprobó que la puerta estaba cerrada por dentro. Hizo un guiño a uno de sus guardaespaldas, y éste se lanzó contra el enorme bloque de madera. La puerta cayó con un estrepitoso golpe. Una humareda de polvo se levantó… y luego… Silencio.

Jacob dio un paso al frente. Lo que vio en el interior del dormitorio hizo que su alma se cobijara detrás, en el pasillo. Abrió de par en par los ojos, consumido por el espanto. El aliento se cortó en el fondo de su garganta. Y el mundo, tradicionalmente negro, se volvió aún más tenebroso.

—¡Dios mío!

El cuerpo de Sara estaba tendido en el lecho. Tenía las piernas separadas y los ojos abiertos de par en par. Las cuencas estaban inundadas de un rojo espeso. Los labios rotos. Y la nariz… ya no le quedaba nariz.

Junto al cadáver de Sara reposaba la cabeza y el brazo de un hombre. El cuerpo restante asomaba tras el colchón. Estaba arrodillado frente a la cama, como si hubiese querido rezar un padrenuestro antes del amén definitivo, antes de cortarse las venas con un trozo de cristal, antes de suicidarse.

Ambos estaban muertos, tanto Sara como Tom. Jacob lo observaba todo estupefacto, pero pronto recuperó la compostura y el raciocinio. No había mucho más que hacer en la escena del crimen.

—Chicos, libraos de los cuerpos y limpiad todo esto —dijo Jacob a sus guardaespaldas, sin mostrar el menor ápice de resentimiento.

Luego se dio la vuelta, ya había visto suficiente.

—¿Quién es ella? —le preguntó uno de sus guardaespaldas.

—Una de nuestras putas. Sara, la pequeña Sara.

En los ojos del guardaespaldas, se conjuró una lágrima

—¿Y él? ¿Quién coño es él? —preguntó el otro, enfurecido.

—Ahora poco importa. Está muerto —hizo una pausa—. Arreglad este desorden cuanto antes.

Luego volvió la vista atrás, y aquella fue la última vez que vio a Sara y a Tom.


Las mesas estaban repletas de colillas y de vasos sucios. Olores desagradables se aunaban en la atmósfera del local. Los clientes habían desaparecido tras una nueva aurora y las prostitutas abandonaban poco a poco el burdel. Jacob estaba apoyado contra la pared, en la esquina más oscura del recinto. Tenía las manos en los bolsillos y los ojos cerrados.

Pensaba…

No era la primera vez que una de sus chicas sufría maltrato psicológico y/o físico por parte de un cliente. Solía ocurrir muy a menudo, por desgracia; incluso, de forma brutal. Sin embargo, no era tan común que las asesinaran. Deshacerse del cadáver y ocultar las huellas del crimen no era difícil. Lo más difícil era mantener a las putas a raya y evitar que se rebelasen por el miedo y la desolación. Necesitaba una buena puta que conociese lo que había hacer, y que no se dejase avasallar por el cliente. Una que supiese como dominar a los hombres, pero que al mismo tiempo, pudiese ser dominada por él.

Jacob sonrió; de repente había encontrado la respuesta.

Sacó el teléfono móvil y llamó.

—Teresa, soy yo, Jacob. Siento despertarte a estas horas.

Al otro lado del aparato se escuchó un murmullo de disculpa y unas palabras de ternura.

—Cariño, siento llamarte tan tarde —susurró Jacob—. Una pregunta… sigues sin un empleo, ¿verdad?

Una palabra de asentimiento.

—Genial, Teresa. Pues tengo un trabajo para ti, uno que desempeñarás a la perfección. Empiezas mañana.

Iraultza Askerria

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1 Comentario

  1. zadel88 dice:

    A eso se le llama un giro de la trama.
    Muy buenala historia.

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