El callejón

EL CALLEJÓN

Una vez me dijeron cual es la sensación que deja la muerte. No es exactamente dolor… Es la ausencia de esperanza.

Andrés penetró en el inhóspito callejón, quería recuperar su balón perdido. Miró al fondo para divisar un frió muro, pues aquel canino no llevaba a ninguna parte, tan solo era la enemistad entre dos edificios.

Algo le llamó la atención, se aproximó al solitario muro para admirar con asombro el esbozo de una silueta femenina. A pesar de ser incompleta se intuía perfección y belleza.

Pasaron algunos días. Andrés recordó la silueta del muro y corrió hacia ella preso de la curiosidad.
Ahora la obra comenzaba a tener rostro. Trazos rápidos que daban pistas de dulzura, sus manos también estaban definidas.

Poco a poco la pintura avanzaba. El muchacho se apresuraba cada tarde hasta el callejón. La incompleta mujer transmitía sentimientos desde su viveza de colores. Andrés se sentía abrazado por ellos. ¡Era tan dulce! ¡Tan bonita!

Aquella tarde pasó horas disfrutando de la anónima señora. Creyó que la pintura alcanzó su término. Su expresión era viva y sus ojos sonreían a pesar de que la rodeaba un aura melancólica.

Marchó triste, contagiado por la dama que dulcemente se tapaba los labios con los dedos de la mano.

Aquella noche despertó sobresaltado. Dándose cuenta de lo entrada que estaba la noche, escapó de la casa a hurtadillas para correr al callejón. ¡Al píe de la pintura, en el suelo, yacía un anciano! No respiraba, en su puño aferraba un pincel y estaba rodeado de retorcidos recipientes de pintura. Andrés alzó la mirada para asombrarse ante el rostro de la dama. Las últimas pinceladas del anciano dibujaron lágrimas en aquella enigmática faz. Al niño lo invadieron las ganas de llorar. Pero se repuso, limpiando las lágrimas de fresca pintura con la manga de su pijama. “No llores, ya no tienes por que. Ahora él está con tigo” Consoló mirando al anciano.

Jamás volvió al callejón. Más por mucho que intentó ser coherente, juraría que tras los dedos que cubrían aquellos cálidos labios, vió a la dama sonreír.

Pero si alguien es capaz de encontrar esperanza donde no la hay… Seguro que es un niño.

Jesus Cano

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