Que el cielo lo juzgue

¡Que el cielo los juzgue!

Una vez, Alá alcanzó la frontera del conocimiento. Al otro lado, Dios, lo miraba con desprecio.

Caminó muy solemne, contemplándolo por encima del hombro. Dios lo imitó.
Esto lo enfureció aun más, y aproximó su rostro en tono amenazador a apenas unos centímetros. Dios hizo lo propio sin ceder una décima.

Alá se mantuvo durante largos minutos; Con la mirada desbordada en reto y el cuerpo erguido. Esperaba que su oponente se cansara. No sucedió así. Cuando ya no pudo más, que hasta el cuerpo le temblaba, cedió. Pero cual sería su alegría. No fue vencido del todo; Dios cedió al mismo tiempo mostrando sinónimo agotamiento.

Alá sonrió para hacer suya la victoria. Pero, ni antes ni después, si no al mismo tiempo, Dios hizo lo propio. ¡Ahora lo comprendía! ¡No era una coincidencia! Lo estaba imitando. ¡Era pura burla!

Pensó, Alá que era el momento de dar un final a tan grotesco gesto. ¡No había lugar para los dos!

Erizó sus bigotes de pura rabia. Dios plagió el gesto…
Asomó sus garras preparado para atacar… Pero la voz de una niña lo secuestró del momento:

– ¡Alá! ¿Dónde estas?

Corrió hacia la voz olvidándose de Dios por completo.

– ¿Otra vez peleándote con el espejo? ¡Ven, gatito lindo!

Y la niña lo abrazó besando su lomo.

¿Qué otra cosa, que no fuera el amor, podría evitar un enfrentamiento entre Alá y Dios?

Porque yo, no los entiendo.

Jesus Cano

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