La habitación de la ira
- publicado el 09/10/2012
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Gafas de pasta
Mi perro me ha robado las gafas y me mira con desdén. Con cierto porte aristocrático, como si el pijama que llevo fuera indecente. Como si las rayas azules y blancas no fueran dignas o mis pantuflas indecorosas. Abre la boca y pronuncia con absoluta claridad las siguientes palabras:
-Los argumentos en contra de la locura caen con un leve susurro.
No deja de tener razón, pero prefiero seguir viviendo como si no hubiera ocurrido. Son las tres de la tarde y es mi hora de desayunar viendo las noticias.
Por ahí asoma la rubia de todos los días, me pregunto cuántas neuronas usará para leer su texto. Me dedico durante la hora que dura el telediario a buscar patrones. Crisis y Cristiano Ronaldo empiezan por “cri”. Alerta naranja por lluvias y guerra justificada me suenan las dos a berrido.
En la cocina doy buena cuenta del salchichón que me sobró ayer para cenar y del café que hice en algún momento pasado. Ahí siguen las cuartillas desperdigadas, como cadáveres o escombros dispersados por un huracán. Las muy desagradecidas siguen rellenas de un galimatías sin sentido.
Envuelto en un pijama blanco de rayas azules y un batín gastado, con el pelo revuelto y encrespado, una figura escuchimizada y encorvada se levanta de una banqueta en medio de una cocina roñosa empapelada por miles y miles de cuartillas, rasgada cada una de ellas por una colección distinta de trazos en tinta negra.
-¡Borregas! ¡Patrañas! ¡Inútiles!
Una mano huesuda y pálida engancha un trozo de salchichón y lo lanza contra la pared, pero sólo consigue un patético rebote.
-«Pluf». –Suena el salchichón contra uno de las cuartillas. Un churretón de grasa subraya una oración: “Los labios de Olga susurraron una interrogación cálida que apenas rozó la oreja de Marcus”.
-¡Todo está escrito! ¡Todo está dicho!
El autor de “Destino aleatorio y los cuervos grises” comienza a dar vueltas por la cocina, ante la mirada silenciosa de los folios pegados con celo sobre los azulejos.
-Lo nuevo es mezclar lo viejo, pero… ¡La fusión ya está muy vista! Jazz-flamenco, rock-folck, electro-clásico, tragi-comedia, prosa-poética…
El hombre de la triste figura da un par de vueltas sobre las sucias hojas de papel y entonces se detiene junto a la encimera atestada de migas de pan y restos de embutido para dar una brusca palmada que resuena como la última campanada de fin de año.
-¡Ya está! ¡Yo les daré algo nuevo! ¡Algo experimental y único! Algo que impacte en sus cortezas cerebrales y desgrane su ego hasta el mínimo exponente.
La figura sale del apartamento con un portazo y una gabardina negra sobre el batín. Un revólver plateado cuelga del bolsillo izquierdo y golpea rítmicamente la vieja cadera del escritor.
Una cuartilla se desprende de la pared rezando: “Un nuevo campeón había nacido para derrotar al gafapastismo y a los esnobs eclécticos que miraban cuántas calorías tenía una ensalada”.
Continuará…o quizás no.
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Hum… Extraño relato. Pero me alegra verte por aquí. Yo diría que fusionar lo viejo es tan viejo que si lo fusionáramos con algo (es decir, fusionar la fusión de lo viejo) lo podríamos renovar. O causar hartazgo, y eso sí que es viejo. Pero en escritura siempre es nuevo lo que se escribe recientemente, ¿no? Has rejuvenecido mis ojos un poco hoy. ¡Surrealismo!
Los argumentos en contra de la locura caen con un leve susurro… Totalmente de acuerdo :).
Y después de asistir a un concierto de modernos gafapastas este fin de semana, en un ataque de psicoticismo,yo también saldría con un revólver a la calle… sólo por si acaso.