LA APUESTA
- publicado el 27/10/2021
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La pesadilla de Carolina
Aquella mañana, recién levantada, al mirarse al espejo vio que el gesto de su cara indicaba que aquella noche había enloquecido un poquito más.
Dejando el espejo a un lado, se estiró y miró el reloj. No era demasiado tarde ni demasiado temprano pero para nada era la hora que ella se había marcado para levantarse.
Bostezando arrastró los pies a la cocina aprovechando que no había nadie que le reprochase que iba arrastrando los pies.
En la cocina alargó su brazo hasta la estantería y cogió la primera taza que alcanzó con la mano. Al lado del microondas, estaba el termo que tenía pegado un post-it que ponía: “hay café”. Cogió la leche del frigorífico, la vertió en la taza y puso el temporizador del microondas en un minuto.
Intentó sacudirse aquel sueño mientras removía el café intentando que el azúcar no se quedase, como siempre, en el fondo.
Lo que consiguió fue de hecho el efecto contrario, como si el remolino formado por los giros que realizaba su cuchara fuese una potente técnica hipnótica que le transportaba al recuerdo de esos sueños que al final se tornaban en pesadillas.
Quería encontrar el principio para poder descubrir el final y adelantarse, frenarlo o empezar a asumir. Pero sólo era capaz de recordar el mal sueño que había tenido en el tránsito de “ayer a hoy”. Y aquello no era el principio, ni si quiera era el final. Era un capítulo más que pasaba a engrosar la lista de cosas que le amargaban la existencia y le quitaban el sueño.
Estaba en un sitio cualquiera, de hecho, en la historia, poco importaba el lugar.
Estaba embarazada. No sabría responder por qué motivo, no había nada que le preocupase; iba paseando, con su bombo, feliz, sin saber muy bien qué hacer con las manos, con unas ganas irresistibles de llevarlas apoyadas sobre su enorme tripa todo el tiempo.
En la siguiente escena se encontraba con una amiga del barrio, embarazada ella también. Las dos juntas parecían dos intentos de luchadoras de sumo compitiendo por ver quién tenía la sonrisa más amplia, a pesar de las molestias del embarazo.
Se iban a tomar algo juntas y en la cafetería en la que entraban se encontraban con una fiesta sorpresa para las dos organizada por muchos de sus amigos.
Y sin saber cómo ni cuándo se encontraban en el hospital. Compartía habitación con su amiga que estaba con su novio que le apoyaba en el dolor de las contracciones mientras que ella, extrañamente, estaba sola. No le dolía nada. Aquello era como ver una película.
Seguía extrañada porque nadie fuese a hacerle compañía, aquel bebé no debía tener padre reconocido y sus allegados deberían de estar muy ocupados pero eso no le preocupaba. Tenía ganas de ver la carita de aquella personita.
Como salida de un trance, lo siguiente que recordaba era estar en una sala con demasiada luz. Ella estaba postrada en una cama y al mirar a su izquierda vio a su amiga, convertida en una feliz mamá, dándole de comer a su pequeño.
Cuando se incorporó buscando a su criatura, se le acercó una enfermera y le dio una bolsa transparente, parecida a una bolsa de congelación con cierre, con esa pieza de plástico que queda encajada para conservar mejor los alimentos que van dentro, muy grande.
Dentro de la bolsa había un bebé, con los ojos cerrados, vestido con un pijamita de dos piezas rosa, con un gorrito de dormir. También había un biberón. Parecía un juguete pero ella sabía que era su hija.
Con una angustia infinita abrió la bolsa separando el cierre, rápidamente pero con mucho cuidado. Introdujo la mano. En su mente sólo había una frase: Por favor, que no esté muerta.
Sacó el cuerpecito, menudito y al borde del llanto tocó su cara. Estaba fría.
Se levantó arrancándose las vías y se dirigió al baño. Desnudó a la pequeña y la metió en agua tibia.
– Por favor, no te mueras. Por favor…
Rezaba mientras acariciaba a su bebé como si así fuese a abrir los ojos. Abrió un poco más el grifo para que el agua que corría sobre el tronco del bebé estuviese más caliente.
De repente el bebé empezó a llorar.
Sonó el teléfono.
Se encontró desorientada, en su cama, con las sábanas revueltas, cubierta de sudor.
Hacía horas que Tomás se había ido a trabajar.
Se alegró de que no estuviese; últimamente sus pesadillas le despertaban a mitad de la noche. El pobre la miraba preocupado, sin saber qué hacer, abrazándola, diciéndole que no pasaba nada, que él estaba allí. Pero él sabía perfectamente qué pasaba. No hacía ni un mes.
Carolina estaba embarazada de siete meses, tenían todo listo. Eran felices y Carolina estaba radiante. Ya tenían elegido el nombre de la niña y cada vez que se movía, Carolina le decía a Tomás que su niña sería bailarina y que estaba ensayando los pasos de baile.
En la última ecografía el ginecólogo les dijo que el feto tenía un problema. Se llevaron a Carolina al quirófano sin explicarles gran cosa.
Lo único que Carolina sabía era que aquel día, ella había entrado embarazada en el hospital y al salir, tenía un motivo menos para vivir.
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Hmmm, me ha gustado. Me ha parecido bueno el salto desde la pesadilla hasta la realidad. Pero me parece un poco duro el simbolismo, que supongo intencionado, de que la criatura del sueño careciera de padre. De hecho, me parece muy ruin el culpabilizar al pobre Tomás por parte de Carolina, más aún cuando es a nivel inconsciente.
Es verdad que su sufrimiento es mayor por ser la madre y haber llevado al niño dentro, pero él probablemente también esté sufriendo… ¿O lo culpabiliza porque piensa que no sufre lo suficiente la pérdida del niño?
Muy bueno. Si le pongo algún «pero» es que falta alguna coma o fallan en su posicionamiento.
Opino como Khajine, con la adición de que me ha dado un poco de mal rollito. Pero eso es bueno, significa que me he sentido inmerso en el relato. Así que mi enhorabuena 🙂
Ya, es mal rollero, lo se…
No me había planteado la ausencia del padre ni su dolor, la verdad… No creo que Carolina le culpase a él… En todo caso culparía a los médicos.
Ya sabes Khajine, que las «futuras mamás» a veces «pierden el norte»… como mis comas 🙂
No había leído tu contestación a mi contestación. Las futuras mamás deben ser conscientes de que son personas y como tales serán juzgadas. Aunque sus psicosis hormonales puedan servir como explicación no justifican en absoluto el uso antisocial.
De forma general, las madres piensan que son ellas madres y nada más.