Teresa

 

Teresa, esa mujer silenciosa de cabello oscuro…

 

Nadie sabía qué escondía tras esos ojos secos, tras su imagen quebrada, tras su expresión marmórea.

 

Como cocinera era, sin duda, la mejor de las profesionales. Independiente, diligente, creativa, cuidadosa… Teresa se crecía conforme aumentaba su carga de trabajo. Pero fuera de su territorio, Teresa era huidiza, melancólica, débil… algo la transformaba por completo más allá de su cocina.

 

Eran tantas las buenas recomendaciones que avalaban su profesionalidad, que los señores aceptaron su particular rareza: «Los críos nunca deben entrar en la cocina. En la medida de lo posible, preferiría no tener que relacionarme con ellos. Nadie puede entrar en mi habitación”. No les importó, después de todo ellos tenían su propia niñera y profesora, y por supuesto, no les interesaba para nada entrar en los dormitorios de las criadas.

 

Lo que no podían imaginar es que la presencia cercana de uno sólo de los pequeños provocaría aquellas extrañas reacciones en Teresa, que siempre huía, dominada por un extraño horror instalado en su mirada.

 

Se hablaba de que, aquellas tardes primaverales, cuando los niños jugaban tranquilamente en el jardín junto a su madre, Teresa, ya bien concluidas sus tareas, permanecía horas con la cabeza pegada a la ventana, como si el cristal y la distancia le protegieran del extraño miedo que le despertaban aquellas inocentes criaturas. Se hablaba también de que sólo en esos momentos alguien la vio sonreír.

 

Contaban también, que por las noches, se oían cantos desde su habitación, emitidos con la tonalidad y dulzura de una canción de cuna.

 

Quizá tendríamos que buscar a otra persona”, le comentaba algunas noches Marina a su esposo. Es muy buena, y yo le tengo un especial cariño, pero ¿es tan rara? ¿has visto cómo ha reaccionado hoy cuando se acercó Pedrito? Parecía que hubiera visto un apestado. Y ¿te has fijado que soy la única persona a la que nunca mira a los ojos? Me tiene un respeto excesivo, a veces tiembla cuando le hablo, hasta he visto cómo se erizaba su piel cuando me he acercado más de la cuenta… ¡deberíamos buscar alguien más normal!”.

 

A los pocos meses de esta conversación Marina murió en un accidente de tráfico. Cuando lo supo, Teresa sufrió una crisis de pánico, se desmayó y despertó dos días después en un sanatorio del que no volvería a salir.

 

Dicen que pasó el resto de su vida con la cabeza pegada a la ventana, con su expresión marmórea aún más endurecida.

 

En su habitación encontraron un muñeco, ropa de bebé, cuna, un chupe, biberón…

 

Nadie llegó a saber que a los dieciséis dio a luz una niña que sus padres decidieron entregar a una familia en adopción; que nunca había dejado de hacer investigaciones para averiguar dónde se encontraba; que dormía cada noche abrazada a aquel bebé imaginario de cuya separación nunca se había recuperado; que deseó volver a ser madre con todas sus ansias hasta que el deseo frustrado se transformó en aversión; que había perdido a su hija por segunda vez.

 


bertcarfer
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2 Comentarios

  1. Yizeh dice:

    Madre mía, Bertcarfer, tú tienes talento. Aunque me ha gustado mucho más el de Edelweiss.

    Este relato lo veo algo más facilón. Quizás porque se me ahce corto, quizás porque llama a los sentimientos demasiado rápidamente, sin que el lector se haya terminado de introducir en la historia.

    No obstante, el argumento es muy bueno.

    Un saludo de Lascivo (ahora Yizeh), desde ahora un admirador 😉

    1. Bertcarfer dice:

      Muchas gracias Yizeh. Eso de tener talento no es mala cosa ¿no? 😉 ojalá lo pensara también algún editor 🙂 jeje

      Este relato lo escribí hace unos meses para un concurso que se llamaba «ilusión por ser mamá», y lo resolví rápido pensando en los plazos… pero al final no me convenció y presenté otro. Estoy de acuerdo en que el final quizá se precipite demasiado, quizá el relato queda demaisado cerrado, no sé… yo también tengo mis dudas…

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