"UNGÜENTOS CASI IMPOSIBLES"
- publicado el 04/10/2016
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La gema del dragón: Columnas de humo, I
Kallack´nas era una pequeña ciudad encajada en un valle rodeado de altas colinas y bosques. Se hizo famosa en tiempos del Rey Maldor I, cuando un famoso alquimista itinerante se desplazó a la ciudad en busca de una seta autóctona con interesantes propiedades medicinales. Según se cuenta en los anales de los boticarios de entonces, la fungusina tenía la capacidad de aclarar la garganta de los tenores antes de las funciones y de incrementar notablemente la virilidad de los consumidores durante las noches de luna llena. Tal fue el éxito de la fungusina, que los ciudadanos de todo el reino de Krynn se trasladaron a Kallack´nas para disfrutar de las propiedades del hongo o simplemente para dedicarse al negocio de la crianza y venta de setas. Sin embargo, todo lo que sube tiene que bajar, y cuando se descubrió que todo era un fraude, el famoso alquimista itinerante hizo honor a su adjetivo acompañante y desapareció de Krynn en un visto y no visto. Por otro lado, en la ciudad quedó un triste testimonio urbanístico de los excesos del pasado. Las casas que se habían construido como setas apiñadas contra las colinas quedaron abandonadas y los grandes edificios estatales fueron reciclados para desempeñar nuevos usos. Así por ejemplo, el Gran Archivo Fúngico pasó a ser utilizado como sala de ferias de ganado ovino.
En los siglos venideros, la ciudad recuperó la tranquilidad y su condición de capital de provincia. Pero de nuevo, el destino le tenía reservada una sorpresa de mal gusto.
Kallack´nas, bueno, al menos lo que quedaba de ella, parecía gemir en medio de la quietud impuesta por la llovizna. Desde la ladera de uno de los montes aledaños parecía prácticamente derruida. Los muros de las casas se habían derrumbado como barajas de naipes. El humo negro ascendía en espesas columnas de humo aquí y allá. El Gran Templo se había convertido en una Gran Montaña de escombros. Los muros defensivos, junto con sus orgullosas almenas y torres, no eran más que montoncitos de piedra calcinada o derretida. Hacía varios días que los habitantes del pueblo se habían retirado con su ganado y sus pesados carruajes atiborrados con sus pertenencias. Los únicos habitantes que quedaban eran un puñado de gallinas fugitivas que se habían escapado del redil y picoteaban por las callejuelas.
Dos siluetas dispares observaban el panorama desde una ladera, protegidos de la lluvia por un roble centenario. Uno de ellos estaba embozado con una capa y escribía rápidamente en un rollo de pergamino y una gran pluma. El otro, bueno, apenas medía un palmo de altura y parecía enfrascado en representar el panorama sobre un lienzo sostenido en un minúsculo caballete.
La regia ciudad de Kallack´nas se prepara para un nuevo día de contienda y resistencia, en la guerra contra el Innombrable y pérfido enemigo de Krynn. Éste ha azotado sus murallas y torres, con su ira, fuego y ahínco, pero los ciudadanos de Krynn siguen decididos en oponer una firme resistencia. El Comendador real pasa revista a la variopinta pero decidida tropa de voluntarios. Su discruso ha incenciado el ánimo y los corazones de…
—¿Cuánto falta?—La pluma continuó impertérrita con la crónica, guiada por la diestra mano del embozado.
Hombres y mujeres de toda índole lanzan pétalos de rosas al paso del destacamento de voluntarios…
—¡Conchis! ¿Cuánto te falta? ¿Eh? ¿Eh?—Apenas un temblor reflejó la perturbación del escritor. El rabito de una ele se desvió sutilmente.
—¡Conchis! ¡Conchis! Despieeertaaaa. —Una vocecita gruñó por lo bajo en un idioma extranjero. — ¡Saert´n khalsk und sterhen! ¡Maldito zampabollos analfabeto! ¡Despierta!—La pluma continuó con su rápida procesión, impertérrita.
En mitad del improvisado desfile, una pequeña niña interrumpe a la comitiva para enganchar una flor blanca en el guantelete de uno de los caballeros. La multitud responde al gesto con vítores y entusiasmo, y el ardor del combate comienza a…
—Maldito alcornoque endemoniado, tú lo has querido.—La misteriosa y pequeña silueta lanzó el caballete por los aires. —Fiuuuu… ¡PLOCK!
—¡AUH! Eso… ¡AH!… ha dolido. —Conchis se frotó la frente para aliviar el dolor y cogió con delicadeza el pequeño caballete que Bernal le había lanzado con muy malas intenciones. El propietario del minúsculo caballete le observaba con aire mohíno desde lo alto de una roca recubierta de musgo. Tenía los bracitos cruzados y los labios fruncidos, y le miraba con una intensidad capaz de intimidar al inquisidor más impertérrito. A pesar del tamaño de aquella criatura que le miraba fijamente, la piel verde-oscura y los ojos carmesí característicos de los goblins hablaban de peligro. Y si ambas cosas hablaban, desde luego no era para irse por las ramas. Se decía que aquellas criaturas habían nacido de la tos de la noche y de la mirada aviesa de un cobrador de impuestos que había sido rechazado del Salón de los Dioses en mitad de un festín de despilfarro. Así se explicaba la increíble capacidad de estas criaturas de buscarle el lado malo a cualquier hecho, por inocente que pudiera resultar a primera vista, y de caminar a hurtadillas sin que ninguna criatura de este o cualquier otro mundo lo percibiera. Los druidas y los académicos coincidían, aún cuando eran aficionados a discrepar hasta el punto de golpearse con sus bastones, en que los goblins eran las criaturas más inteligentes después de las cucarachas intermitentes de Blizzrt. Generalmente eran muy apreciados en puestos de contabilidad y banca, ya no solo por su habilidad contando monedas sino también por su permanente mal humor, ya que resultaba muy oportuno en bancos y oficinas de prestamistas.
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