Maldita la hora
- publicado el 07/01/2019
-
Ontología poética
(O de la tautología)
Cuando comienzas poesía
aparece rima fácil
y todo verso que nace
parece, en verdad, tan grácil.
Y para alcanzarla hacemos
gala de todo recurso.
A veces parece imposible
la base de nuestro discurso.
Luego descubres que la rima
es un recurso más del tempo
¡que puede ser rápido!
o lento
que modifica al lector
que es quien regula los textos.
Y juegas con versos largos
y cortos.
Con narraciones completas
y aforismos inconexos.
De tanto jugar percibes ¡dios tuyo!
que es innecesario el tempo.
Y que lo único que es poesía
es consecución de versos.
Llegas a ver la poesía como colección de instantes estéticos,
como razón en sí misma,
como discurso vital
y gimes contra el yo infantil que trataba de rimar versos
(y de buscarlos sentido).
Piensas, entonces, que la belleza del verso no es más que una de tantas expresiones de lo estético.
Quiebras el ritmo, la rima, el verso, dejas de buscar lo bello y, por fin, hasta abandonas el impacto.
Quedáis, para la poesía, escritor, lector, mensaje y texto.
Y el vacío.
Y entonces, y sólo entonces,
vuelves a buscar lo estético
y con la perfección estilística
te acercas de nuevo a lo bello
y con ritmo cadencioso
lo vas componiendo versos…
¡Que hasta riman!
Y has vuelto de nuevo al comienzo.
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