La extinción
- publicado el 20/01/2014
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La entrevista
Llego pronto. Estoy algo nervioso, es la primera vez que Dios concede una entrevista. Y se la dan al becario. “Que pringue el becario, que no hace nada”. En fin…
Llamo y me abre el mismo Dios la puerta. Parece un tipo tranquilo. Mirada profunda, rostro serio.
—Hola —me dice.
—Hola.
—Pasa, pasa.
Le estrecho la mano y paso. Una estancia luminosa.
Le miro. No sé muy bien cómo abordarle. Dios me impone un poco.
—¿Por qué no empezamos por sentarnos? —dice Dios, como si me hubiera leído la mente, señalando con su mano extendida un par de sofás al fondo de la habitación.
Una vez sentados me pregunta si quiero tomar algo.
—Te puedo traer un refresco. ¿Cerveza, quizá?
Niego con la cabeza.
—No se moleste, no es necesario.
—Como quieras, pero tutéame, ¿eh?
—Eh… Claro.
Rebusco entre mis cosas y saco la grabadora.
—Bien —comienzo—. Pues si te parece, vamos a empezar.
—Adelante, hijo.
—Mi primera pregunta es sobre religión. ¿Qué le parece que tanta gente le adule en la Tierra?
—Una gilipollez.
La rotundidad de la respuesta hace que se me resbale el boli de entre las manos. Dios lo recoge y me lo da. Contesto con un gracias.
—Pero…
—A ver, es sencillo. ¿Veis que haya intervenido en vuestra vida en los últimos… No sé…, dos mil años? No, ¿verdad? Pues es porque quiero que me dejéis un poco en paz.
—Entonces… Lo de que haya tantas diferentes religiones discutiendo por y sobre usted.
—Tontunadas.
—Ya, pero…
—Hijo mío, no hay más que hablar. De vez en cuando me da por ver cómo os va y, la verdad, qué asco. De las religiones paso, me empezaron a aburrir hace mucho.
Guardo silencio. No sé muy bien qué decir.
—No tengo nada más que decir sobre este asunto —sentencia—. Si te parece, pasamos a otra pregunta.
—Eh… Sí. Verá, en la Tierra…
—Verás —me interrumpe.
—¿Perdón?
—Que me tutees.
—Claro… Por supuesto —me aclaro la garganta antes de seguir—. Verás, hay mucha gente que se pregunta cómo fue realmente el principio.
—¿El principio de qué?
—De todo. El origen.
—Ah, eso. Fue un gas.
—Un gas…
—Sí. ¿Nunca has tenido acidez? Pues me vino algo así como un gas. Por la garganta, ya sabes. Regurgité un poco, la verdad. Fue un cocido un poco pasado que me tomé. Y cuando me quise dar cuenta, pum, el universo expandiéndose, las moléculas uniéndose, las galaxias formándose, todo eso.
—¿El origen del universo y todo lo conocido fue producto de una mala digestión?
—Algo parecido. Cocido montañés. Se lo recomiendo, pero tómate un protector estomacal antes. Aunque, todo sea dicho, yo suelo tomarme uno o dos chupitos de un licorcito de hierbas después de las comidas que, oye, mano de santo.
Me guiña un ojo. Cambio de tema.
—¿Y lo del Apocalipsis?
—Eso aún no lo tengo organizado del todo, la verdad.
—¿Pero nos puedes hacer un adelanto?
—Bueno, puedo deciros que no será como os imagináis. Nada de llamaradas ni bestias de siete cabezas. Nada dramático, vamos. La verdad es que no tenemos mucho presupuesto para algo demasiado grande. Quizás un par de explosiones… Nucleares, eso sí. Ya que hacemos un Apocalipsis, que se hable de ello. Pero sin pasarse, ¿me entiendes? Algo sencillo.
—Sí, te entiendo, te entiendo. Y, ¿cuándo tienes pensado más o menos que sea?
—En un par de años.
—¿Cómo? —exclamo, perplejo.
—A lo sumo.
—¿Dos años?
—Sí, quizás caiga en otoño, no lo tengo muy claro. Tengo a un par de diseñadores trabajando en ello. —Dios se rasca la barbilla, pensativo—. Aunque, a saber, estas cosas ya se sabe que acaban teniendo sus retrasos. Esperemos que no, ¿no crees?
—Pues no sé qué decirte.
—Hombre…
—Es que dos años es ya, Dios.
He elevado un poco el tono, noto cómo me enrojezco y una gota de sudor me baja por la sien izquierda. Me restriego el dorso de la mano para secarme.
—Mira, hijo —intenta calmarme—, yo creo que no es para tanto. No sé muy bien por qué, pero tenéis un miedo bastante irracional a la muerte. En eso no habéis salido a mí, desde luego. No sé de quién lo habréis sacado.
No sé muy bien qué decir. De pronto me siento mal.
—Creo que lo mejor será que lo dejemos aquí, hijo. Ha sido un placer recibirte, deja que te acompañe a la puerta —dice Dios, dándose cuenta de mi estado, levantándose.
Le sigo, aún consternado. Llegamos a la puerta y salgo.
—Oye —me dice antes de que me aleje—. Que si quieres yo te aviso cuando eso y te vienes para acá o algo.
Le miro, pero no contesto.
—Es que me sabe mal que te lo tomes tan así…
—No… Mira, déjalo…
Me doy la vuelta y digo en un susurro mientras camino hacia mi coche:
—Ya nos veremos, supongo.
Yizeh Castejón. Mayo de 2013
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Dios es un cachondo, ¿eh?
Tu Dios es el Dios que siempre imaginé, vamos bien jaja