"Dibujos en la nieve."
- publicado el 28/09/2014
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Entrevista con el Escritor
—Y, dígame, a usted ¿por qué le gusta escribir?
—Vaya, ésa es una buena pregunta.
El escritor se mantuvo meditabundo unos instantes. Miraba intermitentemente su taza de café y la del entrevistador.
—Supongo —contestó finalmente—, que es algo que me conecta con el mundo. En mi caso particularmente, ya que me considero una persona bastante asocial. Escribir es algo que me acerca a los demás, ya que si escribo es siempre con el fin de que me lea otra persona.
—¿Nunca ha escrito por el mero hecho de escribir?
El escritor se mostró pensativo otra vez. Parecía, por cómo las miraba, que las tazas de café tenían todas las respuestas. Finalmente volvió la vista a su interlocutor.
—Sí. Cuando empecé a escribir, en mi adolescencia. Pero debo decir que era bastante infructuoso. Sobre todo cuando empecé a mostrar mis primeros relatos a la luz. Al principio escribía para mí, como una forma de desahogarme, o de liberar mi mente de las historias que allí se forjaban, y así poder pensar en nuevas historias. No mostraba mis escritos a nadie por vergüenza. Pero entonces escribí uno del que estaba especialmente satisfecho. Era un relato de apenas mil palabras, y se lo enseñé a mi hermana menor. A ella le encantó, y me animó a que lo distribuyera de alguna forma. Ese pequeño éxito me maravilló tanto que el hecho de escribir por escribir se me quedó pequeño. Desde entonces necesito de la satisfacción de llegar a los demás. Para bien o para mal, siempre busco crear cierto desconcierto en el lector. No dejarle indiferente, ¿me entiende? Me gusta pensar que yo nutro a los demás de historias y ellos me devuelven el favor con estas pequeñas satisfacciones, que para mí son inmensas.
—Entiendo —el entrevistador parecía estar aún procesando toda la información. Estaba tan concentrado que el ruidillo que hacía la grabadora mientras registraba la conversación bien podría decirse que venía de su cabeza—. ¿Y afecta eso a su forma de escribir?
—Explíquese.
—Sí. Me refiero a que si su forma de escribir cambió cuando empezó a escribir para los demás. O si por el contrario era igual que cuando escribía sólo para usted mismo.
Esta vez el escritor dejó de buscar soluciones en las tazas de café y se quedó mirando directamente al entrevistador con aire interrogativo. Parecía estar procesando la pregunta con especial minuciosidad, como repasando cada una de las palabras y extrayendo su significado.
—Oiga —el entrevistador estaba inquieto, y nervioso ante la inescrutable mirada del escritor.
—Sí, sí, le he oído —una nueva pausa cruzó sus rostros. El entrevistador ya no sabía dónde mirar. El escritor cogió aire y expulsó la respuesta tanto tiempo pensada—. Verá, en realidad nunca había pensado en lo que me ha preguntado usted. Pero tiene razón. Al principio escribía de manera totalmente diferente. No sólo mis escritos eran diferentes, sino que los hacía con un proceso totalmente distinto. Pero no empecé a escribir de otra forma de golpe, ni sólo porque empezara a publicar mis obras. Fue más bien un proceso escalonado y regular. Piense que no he aprendido de nadie, sólo de mi observación.
—¿Es usted autodidacta?
—Sí, podría decirse así. En cuanto empecé a interesarme por la escritura me fui fijando cada vez más en todo lo que leía. Me fascinaba cómo escribían diferentes autores, y cómo estaban escritos los diferentes géneros. Me fui fijando en las estructuras y empecé a idear cuál sería la mejor forma de escribir diferentes relatos, incluso novelas. Por supuesto, esto me ayudó muchísimo, y reforzó mi empeño de ser autodidacta, de no recibir influencias externas, al menos no demasiado evidentes. Quería tener mi propio estilo.
—Pero no me negará que tiene usted sus influencias.
—Por supuesto. Como le he dicho, me fui fijando en cómo escribían diferentes escritores, pero nunca nadie me dijo cómo escribir, ni cómo no hacerlo. Fueron influencias indirectas, y lo siguen siendo —hizo una breve pausa para respirar y prosiguió—. En fin, como le decía, mi forma de escribir fue cambiando con el tiempo, y espero que siga evolucionando y optimizándose.
—¿Cómo escribía antes de empezar a publicar sus relatos?
—Lo hacía del tirón —respondió tajante el escritor. Miró al entrevistador buscando una respuesta, pero no la tuvo—. Me sentaba frente al ordenador y tecleaba hasta desfallecer. Todo de golpe. Al finalizar, leía muy por encima lo que había escrito. Por lo general no hacía demasiados cambios, pensaba que tenía que dejarlos sin pulir, que de esa forma el relato tenía toda la esencia de la idea que quería plasmar. Ahora que lo pienso, estaba muy equivocado, ¿no cree?
La pregunta pilló por sorpresa al entrevistador.
—Eh… Sí, supongo.
—Más tarde —continuó el escritor, ignorándolo—, cuando la gente empezó a leerme, escribía relatos más largos y consistentes, lo cual requería cierta planificación. Además, empecé a tener miles de ideas para nuevas historias. Como la mayoría se me olvidaban, me hice con una libreta que llevaba a todas partes y donde apuntaba todo lo que se me ocurría.
—Hábleme de la planificación. ¿Cómo ideaba las estructuras de sus primeras novelas y relatos largos?
El escritor volvió a dirigir la mirada a las tazas de café. Alargó la mano, asió la suya y se la dirigió a la boca. Tras tres cortos sorbos contestó, mientras volvía a dejar la taza en la mesa con sumo cuidado:
—Al principio apenas hacía un breve esquema de los acontecimientos principales del relato. Algunas veces empezaba por el final, o casi por el final, e iba desarrollando todos los actos de manera muy generalizada. Por ejemplo, imagine una historia de acción, de aventuras. Lo típico es que el protagonista gane o acabe de la mejor manera. Yo parto de eso. Luego creo un antagonista y los motivos de sus actos. Entonces decido qué información doy al principio del relato y cuál voy mostrando a lo largo del desarrollo. De esta forma doy al lector motivos para seguir leyendo.
—¿Siempre sigue esta estructura?
—Oh, no, ni muchísimo menos. Como le he dicho, es sólo un ejemplo. Y algo que hacía antes. De hecho, otro método que solía seguir era el de realizar dicho esquema desde el principio y guiarme por pura improvisación o inspiración. Es parecido a cómo escribía mis primeros relatos, sólo que esta vez se trataba del esquema, del esqueleto que sujetaría todo el relato más adelante. Tras terminar este esquema, lo intentaba pulir y, guiado por él, me ponía a escribir el grueso de la historia. Sin embargo, es un método que deseché pronto, pues mientras escribía era común que cambiara aspectos esenciales de la historia, por lo que el esquema se volvía inútil.
—Es decir, que a día de hoy lo que hace es seguir el primer método, empezar por el final.
—Sí y no —dijo el escritor sin mirar al entrevistador. Su mirada estaba fija en la taza de café, y jugaba con la pequeña isla de espuma que quedaba atravesándola con la cucharilla o removiendo el líquido hasta formar un remolino—. Me explico: a día de hoy empiezo por el final, sí, pero hago un trabajo tremendamente más minucioso. De entrada, suelo invertir varias semanas, a veces meses en desarrollar los personajes. Principalmente, sus personalidades. Suelo tener siempre unos cincuenta personajes preparados antes de siquiera pensar en la idea de mi próxima novela. Una vez empiezo a hacer el esquema, pienso en qué personajes se adaptan mejor a la historia, cuáles encajan mejor con cada rol. Rara vez creo nuevos personajes, ya que interrumpe bastante mi dinámica de trabajo. Una vez que estoy escribiendo la novela, me molesta mucho volver atrás y centrarme en detalles que ya tendría que tener más que preparados. En definitiva, que preparo las historias a conciencia.
El entrevistador asintió.
—De hecho, usted es famoso, sobra decirlo, por la minuciosidad con la que prepara sus historias.
El escritor, exaltado, levantó la cucharilla de golpe, salpicando de café todo a su alrededor.
—¡Por supuesto que soy minucioso! ¡Soy el escritor más detallista del mundo!
El entrevistador, que tenía manchas de café en la camisa y la corbata, miraba asustado al escritor. Éste, que parecía no haberse percatado de su estropicio, tenía la miraba tensa y fija en el primero, que se había levantado y limpiaba con una servilleta como buenamente podía las manchas de la corbata.
—¡Pero bueno, oiga! —protestó—. ¡Mire cómo me ha puesto hombre!
—Vaya, disculpe…
—Y ha empapado su mono también.
El mono naranja del escritor también tenía pequeñas manchas a la altura del pecho, justo bajo su número de identificación. Pero no mostró intención de limpiarse.
—Oh, lo siento mucho —más tranquilo, depositó con cautela la cucharilla en su taza—. Por favor, sigamos con la entrevista.
El entrevistador refunfuñó y comprobó su grabadora a regañadientes. Parecía bastante molesto. Sin embargo, se colocó en el asiento y siguió con su trabajo.
—En fin… Como iba diciéndole, es usted un escritor bastante minucioso.
—Así es, así es.
—Pero —continuó el entrevistador— sabrá usted también que no es una fama muy envidiada.
El escritor puso una expresión a medio camino entre el enfado y la aceptación, clavando su mirada en la mesa, evitando, como si tuviera cierta vergüenza, la del entrevistador.
—Ya… —La voz del escritor era apenas audible—. Sobre ese tema…
—Ha de saber que, a día de hoy, tiene tantos seguidores como detractores, y no son pocos, en ambos casos —interrumpió el entrevistador, que seguía visiblemente molesto.
Arrastrando hacia atrás su silla, el escritor se levantó y empezó a andar alrededor de la mesa, con la cabeza gacha y la mirada perdida. Más que andar, arrastraba los pies. Cuando se situó tras el entrevistador, que le seguía con la mirada e inquieto, bajó su cabeza hasta estar a la altura de la de éste.
—Oiga —susurró el escritor al oído de su interlocutor.—, no sé si me está gustando el cariz que está tomando esta charla. —Su voz era calma, sosegada, aunque sus ojos indicaban lo contrario, y su rostro estaba contraído, casi constreñido.
Una voz metálica y distorsionada irrumpió en la sala, haciendo que el escritor pegara un brinco.
—Preso 214, vuelva a su asiento —indicó la voz. Venía de un pequeño altavoz situado en una de las esquinas superiores de la habitación.
El escritor obedeció y regresó raudo a su sitio, se sentó y se quedó mirando al entrevistador, quien se mostraba aliviado.
—Por favor, continuemos con la entrevista.
El entrevistador se repuso, revisó sus notas, levantó la cabeza, miró al escritor a los ojos, y dijo con contundencia:
—Es usted un asesino. Está condenado por el asesinato de al menos trece personas, pero afirma haber matado al menos a veinte más, aunque no hay pruebas concluyentes.
El escritor abrió mucho los ojos y fijó la mirada en los del entrevistador, que parecía nervioso pese a la rotundidad de sus afirmaciones.
—Usted, como muchos otros, no lo entiende. Mi escritura, mi prosa, depende por entero de cómo me prepare. ¿O cree que una novela se escribe sola? ¡No! —El escritor se levantó y golpeó la mesa con la palma de la mano—. Es necesaria una preparación exhaustiva. Saber cómo tienen que actuar los diferentes personajes. Cómo deben pensar. ¿Sabe usted lo difícil que es eso?
El entrevistador se quedó callado, mirando al escritor.
—¿Es usted consciente de lo perfecta que fue mi última novela? ¡Del éxito que ha tenido!
—Soy plenamente consciente. Su apología a los asesinos en serie ha sido tan polémica que el éxito que ha tenido no conoce precedentes.
—¿Y cómo cree que he podido escribir algo tan preciso?
—Desde luego, hay quien afirma que su novela es incluso autobiográfica.
El escritor se sentó de nuevo.
—Reconoce entonces que mi preparación ha dado sus frutos adecuadamente.
El entrevistador se pellizcó suavemente la barbilla con el pulgar y el índice, pensativo.
—En absoluto. Creo que la principal baza de un buen escritor, además de una preparación obvia, es su imaginación. Su capacidad para imaginar escenarios y situaciones.
—¡Por supuesto! —gritó el escritor—. Pero no es perfección. La perfección requiere rigurosidad, amigo mío.
—Claro, no se lo niego. Es más, gracias a su libro y al detalle en las descripciones de los asesinatos, usted pudo ser arrestado. De hecho, ha sido la más contundente de las pruebas en su contra.
El ceño fruncido del escritor manifestaba que a éste no le gustaba lo que oía.
—¿Acaso ha venido usted a recordarme mis errores? Sepa que no me importa estar encerrado. Mi máxima aspiración era escribir la novela perfecta. Y lo he hecho, usted lo sabe. —Se pasó la mano por la frente perlada por el sudor—. Además, ¿para qué periódico trabaja usted? —El escritor iba levantando la voz, cada vez más enfadado—. ¿Qué clase de entrevista es ésta? ¿Qué clase de periodista es usted?
—¿Periodista? —escupió el entrevistador con voz aguda— Yo no soy periodista. Ni trabajo para ningún periódico. Yo sólo estoy recopilando información. Y es muy interesante.
Los ojos del escritor tenían las pupilas totalmente contraídas, y las patas de gallo parecían pequeños rayos, describiendo erráticas formas, fruto de la ira. Su ceño estaba lleno de irregularidades, como olas, y vibraban, al igual que sus labios y manos, de puro nervio.
—¿Que no es periodista, dice? ¡Pero qué pantomima es esta! ¿Cómo me hace una entrevista sin trabajar para ningún medio? ¿Cómo, sin ser periodista?
El entrevistador, que seguía apuntando notas, levantó la cabeza.
—Muy sencillo —añadió con media sonrisa—, soy escritor.
Yizeh. Noviembre de 2012
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Hola Yizeh, una vez más pedirte por favor si puedes decirme los pasos a seguir para poder entrar para escribir, sigo intentándolo desde el 15 de noviembre del 2.015 y me dice que la contraseña es incorrecta, cuando siempre he puesto la misma… ¡podrías decirme como puedo hacer?. Gracias.
Victoria.