El descampado

Solo son diez minutos desde que te sumerges en la más absoluta oscuridad y desolación hasta que llegas a la parada del bus. Pero si no cruzase el descampado, viviría incomunicada y abandonada por los medios de transporte urbanos.

En un pequeño promontorio, se alza una urbanización de casas, y allí está la mía, al fondo. Y al lado, las carreteras construidas hace mucho pero solo estrenadas por perros abandonados y algún visitante nocturno.  Y tras ellas, mi parada de bus, la civilización, la esperanza de la luz de una farola que alumbre esa oscuridad que parece infinita.

Comienzas a andar. Y ves luces a lo lejos, y resuena el eco de las voces que una vez te dijeron que por allí no es bueno pasar, que los sitios abandonados a su suerte y tristeza atraen la maldad nocturna. Que acechan violadores y asesinos en los lugares oscuros como éste.

Pero necesitas coger ese bus. Sigues andando.

Tu sombra desaparece. Frente a ti se extiende la ciudad, tan lejana, tan ajena de tus temores. Y el viento sopla, gime con fuerza, te grita que huyas, que te salves, que no cruces.

Pero no puedes evitarlo. Tienes que coger ese bus.

Ahora solo las estrellas son testigos de como te aferras desesperadamente a tu idea de cruzar, y tus piernas andan más deprisa que nunca, pero la oscuridad parece no acabar nunca, nunca… Crees ver una sombra, te asusta una luz a lo lejos. Oyes algo parecido a un silbido. ¿Qué será? Te preguntas.

Y tus piernas pesan demasiado, sientes que no vas a poder cruzar, que te caerás ahí en medio. Debes coger ese bus a tiempo.

El miedo se aprovecha y se adueña de tu mente con palabras de los temores más profundos de otros. Sigues avanzando. Te tropiezas. Caes al suelo. Y te preguntas si no te habrá empujado alguien, si de verdad esa sensación de persecución será real. Empiezas a correr, con todas tus fuerzas, deseando salir de esos diez minutos sin luz, sin nadie más que la soledad.

Coger ese bus. No hay nada más en tu pensamiento. Pero tu corazón te avisa del peligro, de los susurros del viento, de la luz que te alumbra por detrás. ¿Será verdad? Y corres más que nunca, corres, porque no quieres que te alcance, que llegue hasta ti. Pero ese foco te persigue, y es más veloz, más ágil que tú.

Tus piernas comienzan a fallar. Ves la naranja farola, ves el primer edificio. Y cuando llegas, te giras. Un coche se da la vuelta, silencioso. Y tienes la sensación de haber jugado a las cartas con el destino y con la muerte al mismo tiempo. Tu corazón no palpita, el miedo le empujó fuera del cuerpo a mitad del camino.

Tu bus abre las puertas, y prometes volver a echar otra carrera.

 

Elia
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