Estación Copilco

 

 

 

 

 

Escribo la presente relación con la esperanza de que algún otro sobreviviente pueda encontrarla y, de ser posible, reunirse conmigo. Bajo las circunstancias actuales; éste podría ser mi último escrito. En los últimos tres días no he sabido nada de mi esposa e hijos, ni he visto a ningún otro ser vivo.

 

En este momento, las 13:55 del 16 de Abril de 2036, me encuentro en lo alto de la pila se escombros que fue todo lo que quedó de un enorme edificio. El montón resultante del colapso de esta construcción debe tener unos quince metros de altura; y yo los escalé con el propósito de poder ver algo que me permita orientarme; pero la obscuridad que me rodea es completa. Solamente puedo percibir, aquí y allá, el resplandor anaranjado de grandes incendios y los túmulos de cascajo de lo que fueron casas y edificios. He perdido toda nación de orientación, pues todo lo que conocía ha desaparecido; el sol apenas es visible. Afortunadamente localicé los restos de lo que fue un gran almacén y he podido hacerme de alimentos, agua, y un poco de abrigo. Sin embargo, debido  a la gran cantidad de polvo y humo que hay en el aire se hace difícil respirar. Creo que esto podría matarme en algunos días; pues una tos seca, prolongada y desesperante, se ha apoderado de mis vías respiratorias. Los accesos de este malestar, cada vez más frecuentes y largos, me dejan prácticamente sin aliento. Supongo que son un síntoma de asfixia. Paulatinamente los gases van derrotando a mis pulmones, y llegará el momento en que no podré respirar. De allí la urgencia de buscar alguna región con el aire menos contaminado.

 

Hasta hace tres días, de acuerdo con el fechador de mi reloj de pulsera, me desempeñaba como velador de la estación del metro Copilco; que está ubicada en el barrio viejo de Coyoacán y es una de las más profundas del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la ciudad de México. Empecé mi turno aproximadamente a las cero horas del 13 de Abril; y nada me indicaba que fuéramos a tener algo excepcional esa noche. Acompañé a un empleado del metro para cerrar con candado todos los accesos a la estación. Yo soy ¿o era? empleado de un servicio privado de vigilancia. Fui a mí puesto de trabajo, situado dentro de un cuarto blindado y equipado con cinco pantallas de televisión que me permitían observar los principales accesos del paradero, así como los andenes. Protegido por muros de concreto armado de 50 centímetros de espesor, puerta de acero, circuito cerrado de televisión, teléfono a la mano, y varios botones de llamado a agencias de emergencias como bomberos, policía, y protección civil. Yo siempre pensé que hacer las rondas del velador era totalmente innecesario; pero eran parte de mi obligación.

 

Unas dos horas más tarde salí del cuarto de vigilancia para echar un vistazo directo a aquellas zonas que no estaban cubiertas por los sistemas de video. Estaba en el punto más lejano de mi recorrido cuando el terremoto azotó la ciudad. Jamás en mi vida había yo sentido uno tan fuerte, largo, y violento. Fue tal la energía del sismo que en el primer instante estuvo a punto de arrojarme a las vías electrificadas del metro. Permanecí en el piso, en el mismo lugar donde caí; pues hubiera sido tan inútil como peligroso intentar ponerse en pie. Sentía las fuerzas atravesar mi cuerpo, escuchaba los ruidos de de cristales y plafones al despedazarse, el crujir de muros, trabes, y castillos; miraba el baile loco de las lámparas antes de que muchas de ellas se desprendieran de sus soportes y se hicieran pedazos contra el piso. Pude ver como las vías del tren, a la sazón me encontraba en el andén oriente, se torcieron pasando de ser rectas a formar una “S”. Fue en ese momento que la mayor parte del plafón que ocultaba el crudo cemento del techo cayó, cubriendo de un polvo blanco todo lo que estaba abajo, dando al aire un aspecto nebuloso.

 

Me resultó evidente que los daños infringidos a la estación ameritaban accionar la alarma de sismo; y usar el teléfono para alertar al puesto de control central de la avería en las vías. Me puse en pie para ir al cuarto de vigilancia; pero apenas había adelantado un par de pasos cuando se cortó la electricidad. “Y retiembla en sus centros la tierra”, pensé, echando mano a la linterna que por reglamento debía traer en el cinturón. Caminé, sorteando todo tipo de obstáculos, unos cincuenta metros para llegar al cuarto de vigilancia; más cuando quise abrir la puerta simplemente no pude. Forcejé con el escotillón por unos pocos minutos, antes de comprender que una falla estructural lo dejó permanentemente clavado en su posición. De haberme encontrado en el interior; el cuarto de control hubiera sido la tumba donde habría sido sepultado vivo. Ya presa del pánico, me dirigí a la salida más cercana; pero las escaleras se habían derrumbado. Además recordé que yo mismo había supervisado que fueran cerradas con gruesos candados.

 

Me senté en el piso para examinar la situación con calma. Ya no tenía duda de que la estructura de la estación había sufrido daños mayores; y dada la magnitud del seísmo cabía razonablemente esperar una replica que muy bien podría terminar de derrumbar la maltrecha estación. Se volvía urgente encontrar una manera de salir. Con las puertas cerradas por candados, solamente podía abandonar la estación caminado por las vías  hasta la estación siguiente; un recorrido de unos tres kilómetros en la más completa obscuridad que no resultaba muy atractivo; pero no se me ocurrió una mejor opción.

 

Inicié la caminata rumbo al sur, esperando llegar a la ciudad universitaria, donde el metro deja de ser subterráneo; sin embargo no llegué a recorrer más que unos 150 metros antes de encontrar que el túnel estaba totalmente colapsado y no había manera de pasar. Volví sobre mis pasos, pasé por la estación Copilco, y continué rumbo a Miguel Ángel de Quevedo. Es esta dirección los muros y techos del túnel se veían en mucho mejor estado, aunque había desprendimiento de materiales del techo en varios puntos. Unos trescientos metros más adelante encontré una salida de emergencia, misma que decidí explorar. Los mecanismos de apertura funcionaron correctamente y pude salir del túnel. De acuerdo con mi reloj eran entonces las cuatro de la mañana.

 

Salí a un mundo destrozado. La primera impresión que me golpeó al alcanzar la calle fue que el único sonido que escuchaba era el lejano crepitar de incendios que no alcanzaba a ver. El humo y el polvo me provocaron el primero de muchos accesos de tos. Mi linterna no podía penetrar esa combinación de gases. Esperaba oír la expresión de angustia de una ciudad de 28 millones de habitantes: sirenas, vehículos de emergencia, bomberos, policías, soldados, millares de voluntarios dirigiéndose diligentes y presurosos a las zonas más castigadas por el siniestro; pero solamente percibía el sordo rumor de incendios y explosiones lejanas.

 

No estoy seguro de mi ubicación actual; pero cuando salí del túnel del metro he de haber estado a unos 150 metros al norte del acceso a la estación de Copilco. Con esta información en mente, y mi intuición como guía, empecé a desplazarme por una avenida bastante ancha; tuve la impresión de que era la Avenida Universidad y me desplazaba rumbo al sur. Definitivamente quiero abandonar la ciudad. Me resultó extremadamente fatigoso recorrer unos pocos metros porque la visibilidad que tengo es muy limitada; y el terreno por el que debo desplazarme sumamente áspero.  El polvo dificulta el uso de la linterna; los cascotes desparramados por el suelo impiden una marcha regular. Además empiezo a acusar los efectos de estar aspirando humo y polvo.

 

Solamente los carriles centrales de la anchurosa avenida se encuentran libres de cascajo, las pocas edificaciones que se mantienen en pies están incendiadas; y me impresionó mucho el no haber visto a nadie, vivo o muerto, en las tres horas que estuve fuera del túnel. Varias veces traté de utilizar mi teléfono móvil para llamar a mi esposa, o a mi jefe; pero solamente he obtenido la indicación de que en la zona en la que me encuentro no hay servicio por parte de este proveedor. Igualmente he probado utilizar la radio que me dio la empresa de vigilancia para la que trabajo; incluso utilicé el modo de emergencia para transmitir simultáneamente por todas las bandas del aparato; y no logré respuesta alguna.

 

No sabiendo a donde dirigirme, me llevé al subterráneo cuantos alimentos y agua pude cargar. También tomé frazadas y ropa de abrigo para poder tolerar el frío que se hace a cada momento más intenso. No logro explicarme porque no he encontrado a nadie, ni he recibido señal alguna de vida en una ciudad de este tamaño. Alguien más tuvo que haber sobrevivido. No ceso de especular acerca de lo ocurrido ¿Habrá estallado uno de los enormes volcanes que rodean la ciudad, lo que la destruyó por completo? ¿Tal vez la explosión de una bomba atómica?

 

Pasé los siguientes dos días adecuando un lugar donde dormir. Aquí abajo, en la estación Copilco, el aire es mucho más respirable que afuera. No sé cuánto tiempo tardaran en llegar los socorros; pero ya están muy retrasados. Mientras, rebuscando en los restos de la estación, encontré un puesto de periódicos. El titular de un tabloide llamó mi atención; dice: “Apofis, un gigantesco asteroide, en ruta de colisión con la Tierra”. Leí de los pavorosos efectos que tendría para el planeta, y en consecuencia para la humanidad, el impacto de un asteroide de ese tamaño: terremotos como el que había presenciado, humos y polvos en el atmosfera que provocarían cambios climáticos impredecibles, millones de muertos. De hecho…ahora somos una especie de vías de extinción.

 

¿Seré el único sobreviviente de una catástrofe planetaria? Con sinceridad no lo creo, Es por esta razón que empiezo a colocar banderas alrededor de mi refugio, indicando mi ubicación e invitando a cualquiera que las halle a reunirse conmigo en el subterráneo. Espero que alguien las encuentre y venga en mi búsqueda. A medida que los días vayan aclarándose, yo haré excursiones cada vez más lejanas den busca de otros sobrevivientes. Marcaré mi camino con banderas que me servirán para volver a Copilco, mi nuevo hogar; a la vez que señalarán el camino a algún otro superviviente.

 

No dejo de pensar en la suerte que hayan podido correr mi esposa y mis dos hijos. Deseo correr en su auxilio; pero no podré abandonar mi refugio en muchos días. Ruego a Dios porque se encuentren a salvo.

 

 

 

 

Daniel Lopez Monterrubio
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6 Comentarios

  1. Luis Miguel Rubio Domingo dice:

    Me ha gustado el pulso narrativo, la capacidad de síntesis y el sentido del espacio. Hay muy buenas descripciones. El párrafo final da a entender que el relato continúa, bien porque tiene una segunda parte o porque es el capítulo de una novela. Buen trabajo

    1. Daniel López M. dice:

      Don Luis:

      Agradezco tus amables comentarios. Tienes razón; «Estación Copilco» era originalmente el inicio de un trabajo más extenso, tal vez una novela corta en el tenor del Robinson Crusoe de Defoe; pero mientras Robinson albergaba todos los días la posibilidad de un rescate, mi narrador no; y aunque ésa es una novedad en el tratamiento; yo no he podido decidir un final. Así que por lo pronto duerme en el baúl de los proyectos inconclusos.

      Te Saludo
      Daniel

  2. Kaitlin A. Merced Malavé dice:

    Saludos, hago un trabajo sobre su texto y como parte de este, debo agregar una breve biografía suya. Además, me gustaría saber con cual movimiento literario usted se identifica. Si me pudiese ayudar con esta parte del trabajo, se lo agradeceré eternamente. Gracias, espero su pronta respuesta.

    Kaitlin A. Merced Malavé

    1. Danilo dice:

      Kaitlin:
      Primero que nada debo agradecerle que se haya interesado en mi relato. Debo confesarle que soy, apenas, un escritor debutante y no tengo muchas publicaciones hechas. Así que mi biografía será extremadamente breve. Por lo pronto continuo con la labor que asumí hace ya varios años.
      Con respecto a identificarme con algún movimiento literario…Creo que los que escribimos otorgamos nuestra atención a la documentación y al teclado…dejando la taxonomía a críticos e historiadores, eso si acaso llegamos a merecer la atención de estos señores. Los escritores en la actualidad no nos reunimos para fundar corrientes literarias; pues la sensación más común es que muy probablemente estaríamos poniéndonos una camisa de fuerza que a la postre sería muy difícil de remover.
      Le enviaré el ensayo biográfico al correo electrónico que me proporciona su mensaje.

  3. Kiara N. dice:

    Buenas noches. estoy muy interesada en su cuento. Si de alguna manera se puede comunicar estar muy agradecida. Estoy haciendo un trabajo sobre el y no tengo suficiente informacion. gracias

    1. Danilo dice:

      Kiara:
      Especifíqueme, por favor, qué información requiere. ¿Cuál es la naturaleza de su trabajo?

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