A la hora señalada. Capítulo 7.
- publicado el 14/12/2012
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Los dioses
Los dioses
Un día el hombre le dijo a Dios
-Yo no creo en vos.
Dios le contestó:
-Yo tampoco creo en vos.
Todo se quedó en silencio, desde lejos llegó un canto muy tranquilo, se acercó lentamente, venia con el agua. Era el río.
-Yo soy Dios. Alimento con mi sangre a todas las vidas soy el origen de los arcoíris y les doy formas a las todas especies para que puedan flotar-, dijo el río moviendo sus venas con todas sus fuerzas.
Un árbol que estaba escuchando la conversación, interrumpió la charla y dijo:
-Yo soy más Dios que todos ustedes porque estoy en la tierra y estoy en el cielo.
-Pero yo estoy más arriba-, dijo el cielo, que estaba empezando a ponerse gris.
-¡Momento! Los perros somos lo mejor que hay.
-Esperen una cosa-, dijo la luz. – Me parece que aquí tenemos que discutir y llegar a un acuerdo, porque como viene la cosa, a mi me tienen que respetar, porque aparte yo vengo del sol.
Y el sol los miró a todos y dijo:
-A mi no me rompan las pelotas, que yo no molesto a nadie.
La discusión siguió viajando hasta la galaxia Ántrax ubicada entre las dos primeras estrellas de la constelación Orión, más conocida como “Las tres Marías”. Todos se iban desdoblando cada vez en la discusión hasta llegar a confines infinitos. Las algas, los granos de sal, el zumbido de los astros y los celulares, todos los seres y los que creían tener algún tipo de esencia como los peines, desfilaban sus opiniones por el TODO absoluto.
A esta altura la discusión había tomado ribetes energéticos, y se enmarañó de tal manera hasta convertirse en un enorme murmullo.
De repente a pesar de las vueltas que daban las luces, los fuegos y las sensaciones sonoras y espirituales, una sola información pudo condensarse. Esa información fue recibida por todos, más allá de que no se tenía muy claro de donde venia exactamente, la información se pronuncio en forma de voz y dijo:
-Aquí todos somos dioses.
Tras esa afirmación, las cosas se pusieron un poquito más dilatadas.
Lo que giraba para un lado comenzó a girar para el otro, los movimientos de las energías luminosas se quedaron quietos con apenas pequeñas vibraciones en el lugar.
Suspendidas y titilantes las estrellas de la constelación Orión, entregaron su mirada más tierna al mundo, los charcos le devolvían un reflejo gentil. Los sapos cantaban melodías antiguas a la noche que se refugiaban en el escuchar de los hombres.
Había una paz establecida sin establecer, y un frescor que traía aromas extraños pronunciados por el viento, que le daba a todas las casas el clímax ideal para soñar con algo supremo pero al alcance de la mano.
Desde ese día reinó la paz, la vida latía en su unidad perpetua, el corazón con las estrellas, los peces con las olas del mar, el mar con la tierra y ella con un giro tranquilo como bailarina siguiendo los paso de la armonía del cosmos.
Tiempo después, muchos dijeron que al oír la voz, la situaron en el mu de una vaca que veía el movimiento de las estrellas, en las tierras de los valles de Tucumán en el norte de Argentina.
Todos los dioses se reían. Siguió la vida.
- Los dioses - 16/12/2013