La máquina del olvido
- publicado el 16/12/2013
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ROSA AZUL
El cielo se encontraba despejado. Ese día parecía ser el día perfecto para dar un paseo. Cercana a la ciudad de Aomori, una joven dama de cabello largo y rubio, tez clara y ojos azules, se alejaba. Llevaba puesto un vestido azul tan fuerte como el azul del cielo le llegaba apenas a media pierna. Unos encajes blancos adornaban la falda. Parte del pecho era tela blanca sedosa. En la cual se observaba un escudo un águila dibujada en símbolos antiguos con su estuviera a punto de levantar el vuelo, con una rosa en el pico. Botas negras cubrían sus pies hasta un poco antes de sus rodillas, con adornos que parecían gasas de moños. Llevaba consigo una espada en vaina.
Todo el lugar estaba rodeado por árboles, salvo por los pequeños caminos que parecían desaparecer en las profundidades del bosque.
—Aun que todos estén en mi contra, lo haré. Todo sea por mis antepasados. Suspiró mirando hacia atrás. Mirando aquel castillo que se ceñía en el medio de la ciudad, cuyos edificios se veían altísimos desde esa distancia. El muro que protegía la ciudad contaba con cañones de maná. Cuya energía era más explosiva y destructiva que la pólvora misma. Recordó entonces la historia que su padre más de una vez le contó. La leyenda de cómo había sido fundado aquel reino. Lugar donde las rosas azules nacían de forma natural.
Años después de que la luna y el sol ocuparan su lugar en el cielo. Vivió una bella doncella cuya adoración eran aquellos prados verdes de lo que hoy era Aomori. Se contaba que tenía un corazón duro y frío, que ensordecía sus oídos a cualquier palabra de amor que pudiese escuchar. Capricho, su forma de ser o mero resentimiento, nadie lo sabía. Nadie se había preocupado por tal cosa, aun así muchos habían sucumbido ante tanta frialdad.
La doncella siempre había sido acompañada y cortejada por un joven caballero. Quien día a día le contaba lo mucho que sentía por ella. Lo cuanto suspiraba al pensar en ella y lo mucho que deseaba estar con ella y de hacer de todos los días, una maravilla. Hasta que un día, aquella doncella, cansada de escuchar lo mismo de siempre y endureciendo su corazón más y más. Propuso a aquel caballero, que si en verdad la amaba que debía demostrarlo. Antes de que pudiera oír lo que tenía que hacer, aceptó felizmente, pues estaba seguro de lo que sentía, sabía que por aquel sentimiento no podría fallar y que al final, la doncella terminaría reconociendo su amor.
—Si en verdad me amas. Lograrás lo que te pido. Lo que deseo es que apagues el sol.
Cada palabra penetró como fechas llenas de veneno al corazón del caballero, pues se había sorprendido ante tal petición, pues sabía bien que era algo imposible de lograr. Lleno de coraje y valor respondió.
—Espere a mi regreso mi señora. No me importa cuánto tiempo me lleve hacerlo. Pero juro que por este sublime sentimiento, que cumpliré con vuestro deseo.
Fue así que emprendió su viaje, iba en busca de alguna forma para lograr apagar el sol. No sabía si era posible o si quiera si había una posibilidad de lograrlo, solo pensaba en su objetivo principal, demostrar lo mucho que la amaba. Pronto pasaron los días, esos días se hicieron meses y con el tiempo se convirtieron en años. El caballero siguió sin encontrar la manera de lograr aquello que se consideraba imposible. Eso era justo lo que la doncella deseaba y se había realizado justo como lo esperaba. Que era alejar a aquel a quien consideraba una molestia por siempre de su vida.
Sin nadie que le confesara su amor, la vida de la doncella volvió a la tranquilidad que ella esperaba. Sin nadie a quien rechazar ni sentirse incomoda. Un día inesperado, aquel caballero, apareció frente a ella de nuevo. Al ver su aspecto andrajoso y descuidado, lo primero que pensó, era en que había llegado a darse por vencido.
—Disculpe que la haya hecho esperar por mucho. No consideró digno que alguien como yo merezca su tiempo. Espero que me regale una última tarde a su lado en aquel campo en el que le gusta pasear.
La bella dama juzgó al caballero por la expresión en su rostro. Ya que seguramente no había conseguido su objetivo. Estaba ahí para disculparse y marcharse para siempre de su vida. En el trayecto al lugar iba pensando en lo que haría. Recriminarle su fracaso, hacerlo sentir mal, una y mil cosas más que pudieran destrozar el corazón. Entonces llegaron al campo.
—Desde un principio cuando su majestad me hizo la petición. Sabía bien que lo hizo porque creía que jamás la lograría. Sé que lo hizo porque buscaba alejarme de usted durante mucho tiempo. A pesar de todo eso acepté porque esperaba cumplir con su petición y que demostrarle con eso de que en verdad le amo.
Una burlesca sonrisa apareció en aquella dama. Pues según para ella las palabras del caballero. Eran las de alguien que se daba por vencido y que estaba ahí para despedirse.
—Lamento decepcionarla. Pero si he encontrado una manera de apagar el sol. Aunque solo podré hacerlo una vez y no durará mucho tiempo.
Justo en ese momento, el sol que brillaba en lo alto apagó su luz, el caballero había logrado cumplir su prueba. Ante el asombro de la doncella quien se quedó perpleja ante lo que sucedía frente a sus ojos
—Aun cuando todo este tiempo ha tratado de demostrar que es una persona muy dura y fría. Yo sé que siempre lo ha hecho porque en el fondo es alguien muy frágil. Esa siempre fue su manera de defenderse. Solo quiero que sepa que comprendo muy bien porqué lo hacía y no le guardo ningún rencor por ello.
La bella dama enmudeció. Sus ojos demostraban que había entrado en estado de shock, pues era la primera vez que alguien le hablaba de su verdadera forma de ser.
—La razón por la que solo puedo apagar una vez el sol, es porque para hacerlo, debo pagar con mi propia vida. La doy de corazón para demostrar que en verdad la he amado como usted no imagina.
Explicó con lágrimas en los ojos, al ver que su cuerpo comenzaba a desaparecer y puesto que sabía era la última vez que veía a su amada le dirigió unas últimas palabras.
—Solo recuerde que una vez existió alguien que la amó mucho y que lo dio todo por usted.
Dijo finalmente con una sonrisa en su rostro, su cuerpo desapareció totalmente y entonces la luz del sol volvió a encenderse. La doncella cayó de rodillas ante el campo, había sido su primera reacción, inmediatamente empuñó sus manos, tomando el pasto entre sus dedos. Y sin más y por primera vez en su vida, por sus ojos recorrieron lágrimas, era la primera vez que lloraba. Cuando las gotas que rodaban por sus mejías tocaron el suelo, se cuenta, que todo comenzó a tornarse azul, mientras eso sucedía recordó unas de las muchas palabras que alguna vez intercambiaron cuando discutían. Donde aquel caballero le había dicho que él soñaba con un campo azul y rosas azules, había sido ella quien siempre le había reclamado que eso era imposible. Su alma se desgarró y quebró en pedazos en aquel sitio, eso creo el jardín de rosas azules, al cual le conocen como Aomori.
La princesa volvió a abrir sus ojos. La ciudad cuyos antepasados fundaron años atrás seguía delante de ella.
—El viento guía mi destino. Nada me podrá detener. Yo Juliett Heinlen
Brunested demostraré de lo que está hecho mi corazón.
Corrió al bosque en busca de su primer aventura.
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