Callejón sin entrada
- publicado el 12/01/2014
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Oscura City
Cristian R. Salas
Septiembre/18/2013
En ocasiones podía sentir que cruzaba las fronteras imaginarias que dividían mi realidad de este lugar del que tanto hablaban mis amigos de la central de abastos. Describían este lugar con tanto énfasis, que hasta me lo podía imaginar si cerraba mis ojos. La ciudad durante el día mantenía un silencio abismal, como si un embrujo ancestral le hubiera azotado de manera inclemente. Similar a la atmósfera que se percibe en un pueblo fantasma, o a las ruinas de una civilización antigua en un planeta inhabitado. Podía imaginarme que la ciudad se encontraba abandonada y que solo la habitaban sombras espectrales. Después, me figuraba que la zona en la que se encontraba localizada la ciudad, era afectada por un gran agujero en la capa ozono, cuestión que hacía casi nula la actividad diurna. Aquellos pocos que se aventuraban a recorrer sus calles durante el día, lo hacían únicamente durante las horas de lluvia cuando el cielo se encontraba cubierto por las nubes, aun así siempre con temor de los caprichosos rayos del sol que se podían asomar en cualquier momento. Lo que muchas personas no alcanzaban a entender de Oscura City, era su casi constante neblina por la noche, precisamente esto era lo que alejaba a cualquier turista extraviado de sus alrededores. Aunque para los que buscaban esconderse era el Gueto perfecto. Independientemente de lo que creyera o pensara del lugar, mis amigos decían que aquel que ponía un pie en esta ciudad, nunca lograba abandonarla completamente. Al escuchar esto, las rodillas me temblaban y presentía que este monstruo de asfalto y hierro cobraba vida una vez llegada la noche,
Llego el día en que me anime en visitar este lugar, necesitaba dejar de imaginármelo, verlo con mis propios ojos. Cuando por fin llegué a Oscura City, después de un largo viaje como polizón en uno de los remolques de mis camaradas, corrí a sentarme en una de las bancas del transporte público. Ahí relajado, observé como los habitantes comenzaban a recorrer sus calles en ese incesante tumulto de las grandes ciudades. Crimen, prostitución, corrupción, narcotráfico, vagancia, vándalos, todo estaba a la mano. Automóviles, contaminación, el murmullo de las personas y los establecimientos donde los individuos bebían sus bebidas psicoactivas, todo al alcance del que tuviera la plata para pagar por ellos. Las calles de la ciudad eran bellas desde un punto de vista estético. Con alumbrado clásico de ciudades rurales, como si la fachada de los edificios se hubiera detenido en el tiempo; quizás en una época entre los 20’s y los 40’s del siglo pasado. Si se llegaba a ser bastante observador, se podía decir que el lugar era muy similar al Chicago de aquella época. Hasta los mismos habitantes de la ciudad parecían haber regresado en el tiempo. Su vestimenta, su forma de hablar, su manera de expresarse, sus modales y toda su actitud como comunidad; reflejaba la sociedad idílica del mundo del hampa cuando el “Moonshine” (Licor clandestino) se traficaba de manera ilegal. Los teléfonos públicos eran con cabina y en ocasiones dentro de ellos pasabas cosas más intrigantes que una simple llamada telefónica. Encontrabas a algunas prostitutas que les gustaba ejercer sus prácticas dentro de ellos. Escondido entre las sombras de los edificios estaba el chulo con su traje y corbata, su sombrero de gran elegancia y esa apariencia de seductor, encendía un cigarrillo y fumaba desesperadamente mientras esperaba en la esquina a que estas concluyeran sus actividades para después asaltar a la clientela. En los callejones oscuros veías como grupos de maleantes y pandilleros se reunían para planear sus atracos a bancos y centros comerciales mientras los gendarmes eran sobornados con unos cuantos billetes.
Al pasar a un costado de los antros nocturnos, escuchabas la música Jazz que salía hasta las afueras para tentar a los transeúntes a adentrarse en el interior de sus paredes. Una vez dentro del establecimiento, lo primero que llamaba la atención eran las mesas VIP donde los políticos corruptos se daban la buena vida. Rodeados de mujeres bellas, botellas de licor y los jefes más peligrosos de las pandillas locales. En un incesante consumismo, la ciudad se desenvolvía como si tuviera vida misma, como si el vaivén de los automóviles en las calles fuera el flujo sanguíneo de un ente vivo en estado de reposo.
Después de pasar varios años dentro de la ciudad me di cuenta de cosas más importantes, de ese tipo de cosas a las que uno no les toma importancia, pero que ahí están. Como que el desarrollo económico y cultural, era obviamente el tráfico de sustancias ilícitas. Me aterraba ver que todo giraba alrededor de las actividades de las pandillas que gobernaban en secreto las inmediaciones del centro de la ciudad y sus comercios. El ánimo de los habitantes era poder ser parte, o relacionarse con este mundo lo más posible. Todos querían tener conexiones con lo ilícito, o añoraban vivirlo de cerca. Había la gente que no quería involucrarse con esta inmundicia. Bueno, pues estas personas eran las victimas principales de la ciudad, eran el ojo en el centro de la diana. No importa cuán grandes fueran sus esfuerzos por salir, terminaban resignados aceptando la crueldad de su destino y envueltos en los crímenes más atroces, o eran víctimas de los más sanguinarios homicidios.
Si nos retirábamos un poco hacia los suburbios de la misma podíamos sentir la decadencia que se respiraba gracias a esa neblina misteriosa que rodeaba todo el lugar. En Oscura City, nada crecía de forma natural. Aquí, los cultivos morían desde el momento mismo que se introducían en la tierra. Las mujeres eran infértiles, nadie era nativo de esta ciudad. Todos y cada uno de sus habitantes fueron visitantes que al paso del tiempo se volvieron residentes. La vida en este lugar no se podía germinar, sin embargo en cualquier momento, de la manera más absurda, la gente perdía la vida en Oscura City.
En los límites de la ciudad se encontraba la central de abastos donde los vehículos comerciales suministraban los productos básicos del diario vivir, los camiones nunca se iban vacios siempre llegaban cargados de víveres y se marchaban llenos de sustancias que se repartían por toda la nación. Quizás podíamos pensar que los conductores de estos camiones eran los únicos capaces de salir de la ciudad, pero esto era una gran mentira, por que se habían transformados en adictos de la ciudad. No pasaban más de dos semanas fuera de ella cuando una ansiedad enorme les consternaba y tenían la necesidad de volver a ella aunque no fuera en auras laborales. Eran los consumidores principales de la ciudad. Eran las prostitutas, las drogas ilícitas, el poder que regalaba el crimen, o los crímenes que se cometían sin consecuencia alguna, lo que los hacía volver una y otra vez, hasta que terminaban atrapados dentro de ella sin deseo alguno de salir de sus límites. La ciudad los tenía atrapados en ella como cuando amarras a un perro salvaje con una cadena larga para hacerle creer que es libre; pero nadie, absolutamente nadie tenía la voluntad para quitarse el lazo.
En cuestiones tecnológicas el lugar era bastante avanzado, algo que se le podía realmente alabar a esta ciudad era su tecnología de punta de tercer milenio. Podíamos decir que era un curioso contraste con su apariencia, pero muy pocos eran conscientes de esta tecnología. El tránsito de las calles, el alumbrado púbico y el sistema de gobierno está todo registrado por sus grandes servidores y súper computadora. En todas las esquinas y los semáforos, un poderoso sistema de vigilancia controlaba las calles y sus habitantes las 24 horas. Redes sociales que se conectaban a todo el mundo y que disfrazaban el narcotráfico como comercio legal se distribuían virtualmente desde los subsuelos de la ciudad. Toda esta tecnología transmitía una imagen muy diferente a la que realmente era. Ayudaba a la ciudad disfrazar cada una de sus actividades pero en realidad tenía un record de cada uno de los sucesos oscuros que ocurrían en ella, un registro de cada baja, de cada entrada y de cada salida de los habitantes o turistas de la ciudad. El ciberespacio que controlaba se extendía a nivel mundial y la ciudad estaba conectada con cada uno de los países de su continente y la mayoría de los que se encontraban en el otro lado del mundo. La red de terrorismo mundial estaba anexada a sus servidores y desde aquí se planeaban cada uno de los golpes de terrorismo. Era bastante obvio que la ciudad tenía múltiples rostros y que su capacidad de corromper alcanzaba varios niveles. Desde el nivel individual, hasta el más complicado y refinado enlace mundial. La ciudad era evidentemente un cáncer que se había implantado para destruir a cada uno de los individuos de este planeta, o por otra parte desde un punto de vista más lógico, la ciudad era el sistema inmunológico del planeta que se quería deshacer del cáncer que representaba la raza humana y era a través de nuestros más oscuros placeres la forma en que nos destruía. Si, efectivamente al igual que las demás personas, nunca pude escapar de la ciudad. El consuelo que me queda es que aquí, dentro de todas estas historias, la mía también quedaría plasmada. Mi nombre es Eugenio Noir.
“La vida en este lugar no se podía germinar, sin embargo en cualquier momento, de la manera más absurda, la gente perdía la vida en Oscura City.”
- Oscura City - 18/12/2013
Hola Cristian, te recordamos que si quieres participar en el concurso tienes que editar tu relato y cambiar el género «Ciencia Ficción» por «Concurso de Ciencia Ficción 2013». Un saludo.
Winston, muchas gracias por el dato, igual un gran saludo.