El bailarín

La gente decía que el bailarín danzaba con la muerte. Que se movía sobre las aguas como un pez de la tierra, y que flotaba en el cielo como un pájaro sin alas. También decían que no usaba el arte de la espada, sino que su brazo era de hierro afilado, o que su cuerpo completo era un arma de doble filo, y en parte tenían razón, aun sin saberlo.

A través de las habladurías, el bailarín tomó mil formas distintas y mil nombres distintos. Puede que un día se llamase Kay el bailarín de fuego, y empuñase una gran hacha forjada en el mismísimo infierno, tuviese el cabello oscuro y montase un semental  negro, pero al día siguiente, ya todos le conocían por Enol, el maestro de las Sombras, y según afirmaban, sus ojos azules condenaban a vagar eternamente a cualquier humano que osara mirarle fijamente, así que en realidad, nadie sabía quién era aquella persona de la que tanto hablaban.

Nadie excepto Aisha. Ella sí le conocía bien, ¿cómo no hacerlo? Ella era la que difundía todos aquellos nombres y extrañas habilidades. Un día en una taberna, otro en una plaza, por las calles, en los palacios, en las montañas, incluso en pleno mar abierto había inventado y explicado historias de un extraño hombre que no dejaba rastro, una pesadilla demasiado real, un asesino, un ladrón, el mejor caballero, un salvador.

Y al acabar de explicar, callaba y sonreía a la espera de reacciones, siempre muy diferentes. Dejaba que resonara sus últimas palabras en las mentes de sus oyentes: “Y ahora, sabiendo lo que sabéis, elegir contar lo que deseéis”. Después se volvía a cubrir el rostro con una capa negra y desaparecía entre la gente, en un callejón, o les daba la espalda y continuaba su camino hacia un nuevo lugar donde contar la historia del bailarín.

noa
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2 Comentarios

  1. Irene Sanchez dice:

    Muy bueno.

  2. Dani San dice:

    Me gusta. Buen relato.

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