Serendipia
- publicado el 22/01/2020
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El Reino De Las Ranas
Lo que en realidad sucedió con el reino galo de Lavergne fue lo siguiente:
Estando muy enfermo el rey, mandó a buscar a su única descendiente, Leyda y le exigió que antes de esa semana debía encontrar un pretendiente para que la desposara y le diera un sucesor varón al trono.
El problema residía en que la princesa Leyda tenía un aspecto desagradable y ningún hombre de la comarca se hubiera atrevido a desposarla, aun con la promesa de un reino. Tenía la nariz muy grande, ojos azules pero bizcos una enorme verruga en medio de la frente y además lucía un peculiar bigote de pelos enmarañados.
La princesa se puso muy triste, pues sabía lo imposible de cumplir aquella orden y se fue al bosque a llorar su desventura. Se sentó bajo un árbol en la orilla del río y allí una melodiosa voz interrumpió su llanto:
-¿Qué os acongoja, mi bella princesa? ¿Acaso algún amor contrariado? ¡Bien sabe el cielo, que en realidad es este, su humilde vasallo, cuyo corazón palpita solo con que se digne usted a mirarle!
La princesa miró en derredor no tan solo sorprendida por el elegante timbre de la voz, sino por las galanterías exquisitas a las que no estaba acostumbrada. ¿“Bella princesa” le había llamado? Pero, ¿será posible? ¡De seguro que era una broma y en cuanto le pusiera las manos encima haría que su padre le hiciera desollar vivo!
Tras una brizna de pasto vió que su interlocutor era… ¡una rana! Una delgada y huesuda rana verde que la miraba con ojos de enamorado y con un lirio blanco en las patas. Fue saltando de a poco y se posó a los pies de la princesa y le ofreció la flor. La princesa Leyda hizo una mueca de asco y poco faltó para que mandara a volar a la rana imprudente de un puntapie.
-No me desprecies por mi aspecto, mi bella dama – replicó la rana enamorada – mirad que fui victima de una injusticia atroz y es solo por ello que estoy condenado vagar por el mundo en forma de rana.
La princesa comenzó a mirar a la rana de un modo distinto y puso atención a lo que tenía que decir pues le resultaba muy interesante.
-Mi nombre es Isander y soy el legítimo heredero del reino de Livornia. Mi tío, el malvado mago Lok, por medio de engaños me hizo tomar un brebaje y me convirtió en rana. Mi padre, el rey, murió de congoja por mi desaparición y como yo era su único hijo, el reino pasó a manos de mi tío. ¡Ah, pero eso sí, la venganza será mía, pues solo necesito de tu ayuda dulce dama, para recuperar mi reino!
La princesa puso mucha atención a las palabras de Isander:
-Escuché en las cercanías del reino que tal maleficio como el que me ha acaecido, únicamente puede ser roto por el beso sincero de una hermosa princesa. ¡Al saberlo, crucé valles y ríos, montañas y llanuras para encontrar al reino vecino, el tuyo dulce princesa, y héme aquí, con el corazón en la mano, declarándote mi amor franco, pidiéndote humildemente, no solo que me ayudes a recuperar lo que me pertenece, sino que te cases conmigo y unifiquemos nuestros reinos y vivamos felices por siempre, oh, excelentísima dama!
La princesa se puso colorada de rubor. Como nunca nadie le había hablado con tanto ardor y pasión se levantó de un salto y tomando a la rana con ambas manos, le estampó un beso tan sonoro que se escuchó hasta dentro del castillo.
Y justo un segundo después, cayeron ambos al suelo, con la única diferencia de que la princesa también acabó convertida en una rana verde un poco más pequeña que el mismo Isander y con una enorme verruga en la frente.
Isander nunca supo el porque no se quebró el maleficio, pero siempre sospechó que debía tener que ver con el hecho de que su princesa no era todo lo que se puede decir hermosa, pero esto no le importó, pues en el instante de ver a la princesa convertida igualmente en rana quedó enamorado locamente de esta y se dió cuenta de que la belleza solo está en el ojo del que la mira.
De más está decir que fueron felices por siempre, pues eso ya lo supone el lector. Lo que este no sabe es lo que sucedió luego.
Sucedió, que tiempo después, el reino de Livornia fue invadido, resultando en que todos los soldados y su falso rey, pusieran pies en polvorosa al verse atacados por una horda de ranas bigotudas de ojos azules y bizcos. Luego continuaron con su sed de conquista y anexaron al suyo el reino vecino.
Y una vez lograron su cometido, se dice que comenzaron a cantar con una tonalidad tan alegre, que se hubiera podido decir que muy bien eran los herederos legítimos del trono de Lavergne.
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