Estado vegetativo

¿Qué había encima de la cama del hospital?: La prolongación de las máquinas que lo rodeaban; aquello que cerraba el círculo; lo que les daba sentido. ¿Pero que sentido tenía ése cuerpo más allá del movimiento del diafragma, o de los espasmos rítmicos del corazón?: Hacer crecer el pelo, las uñas; alcanzar un punto de desarrollo; degenerar y desaparecer. Y en ése proceso:¡Luchar!; luchar como él lo había hecho; como todos lo hacemos. Pero ¿porqué!: Porque nada es lo que parece.

Nuestros padres murieron cuando tenía 14 años. Desde entonces, mi hermano 7 años mayor, se hizo cargo de mí. ¡Ahí empezó su lucha!. Al principio se lo tomó de manera estoica, siempre ha sido una persona muy responsable; aunque bastante rígida. Por eso le sacaban de quicio mis innumerables fallos de carácter, y mi debilidad. Con el tiempo, le invadió un estado de cansancio, de indiferencia hacia mí, o eso creía, lo que me puso de inmediato en alerta. Entonces, mis debilidades y mis males se acentuaron: ¡Tenía que hacerle reaccionar!.
Llegó la fecha que tanto temía.  Tenía que exponer en clase mi trabajo sobre los faraones. Es un tema que me apasiona, y lo había preparado a conciencia; pero tener que hablar delante de todo el mundo………………me produce ardores de estómago con sólo pensarlo.
– ¡Venga Manuel, arriba!, ¡levántate ya! – insistió mi hermano.
– No me siento bien Miguel.
– Hoy tienes la exposición en clase ¿no?; pues mira, haz lo que quieras, estoy cansado de tus tonterías.
Los ardores en el estómago se convirtieron en retortijones, que me tuvieron encerrado en el baño  3/4 de hora.
– ¿Quieres salir de una vez – gritó mi hermano aporreando la puerta – ¡tengo que entrar!.
– Perdona – le dije al salir – tengo descomposición. Será mejor que me quede en casa.
– Tú verás – me dijo cerrando la puerta del baño.
El portazo fue como un bofetón por mi cobardía; aún peor.
Miguel se fue a trabajar, dejándome sólo en casa. Puse la televisión para distraerme. Empecé a sentirme mejor, aunque sabía que era sólo una tregua; una tregua que duraba ya un par de años………….: Desde la muerte de mis padres. No quería pensar en ello, pero la sensación de huida se hizo insoportable.
«Se ha  cansado de mí,…………me dejará pronto…………» – pensaba al recordar el portazo. Me levanté del sillón y me puse a deambular por la casa. Sin saber porqué, entré en la habitación de mi hermano. Estaba perfectamente ordenada, como es él. En su escritorio, había un periódico doblado por la sección de anuncios; lo cogí con indiferencia, pero al ver que tenía marcados con rotulador rojo varios anuncios sobre alquiler de pisos, mi corazón se desbocó. Me entraron ganas de vomitar, y fui corriendo al baño, donde mi estómago desahogó su angustia de rodillas, delante del inodoro, como si fuera un altar, lleno de culpa y temor. Me arrastré hasta el sofá y llamé por teléfono a Miguel.
– ¡Miguel!, ¡estoy muy mal!, acabo de vomitar, y todo me da vueltas.
– Tranquilo hombre, que no es nada; descansa un poco y verás como se te pasa.
– ¡ Pero Miguel!, ¡Creo que me voy a desmayar!.
– ¡Venga!, ¡no seas exagerado!. Túmbate en la cama y espérame. Cojo el coche y estoy en 20 minutos.
– ¡Ven cuanto antes!.
Colgué, el teléfono. No podía pensar, y menos sentir, en otra cosa que no fuera la terrible agonía de mi cuerpo. Y ocurrió el fatal accidente que le dejó en coma: Un reventón, una curva, un barranco…………

No me separé de su lado desde entonces. ¡Tenía que decirle que yo era el culpable de todo!; ¡qué lo sentía muchísimo!; ¡qué cambiaría!; ¡que lucharía como él!; ¡contra mis miedos!; ¡contra el mundo!; ¡contra quien sea!; ¡pero con él!; ¡a su lado!; ¡juntos!;…………………………
Elena, la novia de Miguel desde el instituto,  venía a recogerme al hospital para llevarme a su casa. Me encontraba en un estado próximo a la catalepsia.

Han pasado 3 meses; Miguel sigue igual, sólo las máquinas mantienen lo que queda de vida en su cuerpo.
– ¿ Saldrá de ésta? – le pregunté un día a Elena, mientras miraba hipnotizado el goteo del suero.
– No lo sé, era………….bueno, es un luchador. ¿Sabías que estaba buscando un piso más grande?. Teníamos idea de tener un hijo, y el de tus padres se quedaría pequeño, ya que contigo seríamos 4.
– ¿Conmigo?.
– Pues claro, ¡no te dejaría por nada del mundo!.
Cuando me quedé solo con Miguel, tuve la certeza de que nunca me habría abandonado, pero que era yo el que le tenía que dejar. Así que apreté el interruptor de la máquina, que apagó una vida: La suya; y encendió otra: La mía.

Miguel abrió los ojos; se arrancó las ventosas del pecho, los tubos que le llegaban hasta los pulmones y el estómago, las sondas y la agujas; y se fue. Tenía mucho que hacer.
Primero fue a casa de Félix, un compañero de trabajo. Había sido el responsable del accidente de coche, al inutilizar los frenos. Hacía tiempo que la tenía tomada con él, desde que le ascendieran de puesto en su detrimento. No pensaba que llegaría tan lejos su rencor. Cogió un bidón de gasolina, y regó con él la sala y el pasillo de su casa. Luego encendió una cerilla, la tiró y se fue, mientras su sombra oscilaba a la luz de las llamas.
A continuación, se dirigió a casa de Elena. Dormía de lado, en posición fetal, como tantas veces le había visto. Se agachó sobre ella; puso la mano en su vientre y cerró los ojos. Una nueva vida se empezó a formar dentro de ella.
Una vez concluidas todas las acciones que cerraron el círculo: Se fue.

Rous
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