LA CIUDAD BLANCA
- publicado el 16/12/2013
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La Cámara
Fue un horrible zumbido dentro de sus propios oídos lo que le despertó. El zumbido, y aquel fuerte dolor que se extendía desde su cabeza, hasta recorrer todo su cuerpo.
Estaba magullado por completo, y el aturdimiento apenas le permitía abrir los parpados. Podía notar el peso de aquellos estantes de acero sobre su espalda.
Varios de ellos habían desprendido sus cajas, y estas esparcían su contenido por todo el habitáculo. El panel de fluorescentes se había desprendido de su base, y se mecía de un lado a otro, con el par de ellas que aun permanecían intactas tratando de hacer notar su presencia, mediante leves e intermitentes destellos que buscaban el vigor que no encontraban para hacerlas brillar de nuevo.La habitación se había convertido en un inquietante paisaje de claroscuros, que solo permitían imaginar el caos en que se había convertido aquel sitio. Lejos del casi cegador brillo que molestaba cuando entró.
Un espeso humo, acompañado de un amargo y desconocido sabor, inundaba todo. Tan blanquecino, que incluso permitía apreciar las motas de polvo suspendidas en el ambiente.
No sabía cuánto tiempo lo había estado respirando. Notaba la sequedad en su garganta. Restos sólidos, fruto de la explosión, incrustados en ella, que actuaban de lija al tragar. Pero había algo más. Aquel humo de olor y sabor irreconocibles, dejaba una agria textura, también desconocida, en sus entrañas. Toser al sentirse ahogado, no hacía sino acrecentar aquella asfixia que provocaba a sus ojos enrojecidos y vidriosos, para que expulsasen el caudal que se agolpaba en ellos.
¿Qué coño había pasado? ¿Cuánto tiempo había transcurrido? No podía detenerse a pensar en ello. Debía centrarse en salir de aquel lugar.
Arrastrándose, sintiendo el peso de los estantes recorrer su cuerpo, aprisionándolo y arañándolo… , tratando de acallar su esfuerzo apretando los dientes, para que aquel humo no encontrase mayor cavidad, y menos resistencia por la que huir.
Cuando lo logro, apenas percibió un alivio que no terminaba de recompensar el dolor que seguía impregnado en él. Sangraba por algún lugar en su sien derecha. La sangre, mezclada con el polvo que de repente había invadido aquella impoluta cámara, recorría su rostro. En su brazo derecho, a la altura del bíceps, y en su rodilla izquierda, también apreciaba la viscosa humedad que empapaba sus ropas, y de cuyo núcleo manaba una sensación de ardor que se elevaba sobre el fruto de sus magulladuras.
Consiguió alzarse, y buscó recuperar el pulso de su cuerpo. Las vertebras del cuello crujían al ladear su cabeza, dejando como poso un gesto torcido. Se quito la chaqueta del traje. Del único traje que tenia, y que quedaba reservado para una ocasión muy diferente de aquella, pero cuya utilización fue necesaria para conseguir llegar hasta aquel lugar. Se arrancó la camisa, con una mueca de sufrimiento cuando la tela se desprendió de una herida a la cual la sangre y el polvo la habían adherido. Su camiseta blanca de tirantes adoptó,casi al instante, un color grisáceo.
Ponerse la mano en la boca no impedía ahogarse. Respirar era como buscar una burbuja de aire que quedara incrustada entre dos motas de polvo. Mover el brazo como prueba, tampoco fue muy buena idea.
Observo la cámara.
Los flashes que le iban ofreciendo aquellos oscilantes destellos, dejaban apreciar que, ni uno solo del más de centenar de estantes que conformaban aquel lugar, dando cobijo a las cajas, empotrados en aquellos muros tan especiales, había quedado en pie. Todos se amontonaban esparcidos por la estancia, convirtiendo el lugar en una enjambrera de metal, que daba cobijo a miles y miles de millones de dólares, repartidos ahora por el suelo en múltiples variantes; Oro, joyas, acciones, valores,…y por supuesto dinero. Muchísimo dinero.
Lo único que, curiosamente, permanecía en su sitio, era el reloj de la cámara. El gigantesco reloj de aguja que había al fondo de ella, y que solo presentaba quebrada su esfera. Incluso el jodido cristal había aguantado. Pero no le indicaba cuanto tiempo había pasado. Como el del Titanic, se había detenido a la hora exacta en que había ocurrido la segunda explosión.
Era fácil saberlo, porque recordaba la hora en la que una vez encerrado allí dentro, pudo escuchar una primera detonación.
Algo había sucedido en el exterior, que había logrado incluso hacer tambalearse aquel lugar. Una cámara de seguridad acorazada, construida en un sótano, del mismo material que los cimientos y vigas que la aislaban del resto del edificio. Capaces de soportar un ataque de misiles centrado, única y exclusivamente, en aquella localización. Y no solo fue el temblor, sino que el mero hecho de poder percibir la explosión de forma tan clara dentro de aquel lugar, hacían difícil calcular las dimensiones de lo ocurrido.
Aislado, desconocía todo lo acontecido desde el mismo instante en que la puerta comenzó a cerrarse.Lo último que recordaba, antes de que la puerta se cerrara, ante la mirada, cada vez más próxima, de su inútil carrera, fue gritar a lo lejos, al final de la escalera, a su estúpido compañero, <<¡Tu, joputa, no toques ese botón>>
Y un disparo que siguió a esa frase.
Entrar y salir
***
-¡Es fácil, tío! Entrar y salir. Nadie imagina que pueda hacerse de esta manera.
-¿Te estás escuchando? ¿Sabes a quien intentas dar el palo? Lo mejor que podría pasarte es que te trinque la policía.
-Es dinero fácil. Lo necesitas. Nadie lo sabrá jamás. ¿Quién iba a sospechar de mí y de ti? ¡Mírate por dios, estas hecho un asco…! ¡Y ese curro que tienes…!
-Es un trabajo honrado.
-Un trabajo que no te va dar lo que necesitas. Puedes conseguirlo. Y luego desaparecer de aquí. Los dos. Nadie os echará en falta.
***
Y es cierto que lo necesitaba. Hasta el punto de verse involucrado en aquella locura.
Tras lo de la puerta, se quedo expectante hasta que de nuevo se abriera. Esperando que detrás, en el mejor de los casos, un ejército de uniformes azules actuara como comité de bienvenida. Aunque tenía claro que no era en comisaría donde acabaría precisamente. Lo peor durante ese rato, era de nuevo el sentimiento de frustración, la amargura de haber vuelto a fallar. Pero no había otra manera. No existía otra forma. Hubiera dado su vida por ese dinero, si hubiera existido otra manera.
Lo comprendería. Tenía que comprenderlo.
Entonces llegó la primera explosión. La tensa espera aislado allí dentro, sin que se produjera ningún movimiento aparente al otro lado.
Hasta que unos veinte minutos después, ocurrió. Una nueva explosión, acompañada de un fogonazo de color purpura que llego a penetrar en la estructura de la cámara, hizo que esta, que todo el edificio, pareciera retorcerse sobre sí mismo.
Desconocía el tiempo transcurrido hasta que despertó.
Recordó que allí abajo no estaba él solo. Una joven guarda de seguridad, cumpliendo el protocolo, le había acompañado hasta el lugar, antes de dejarle solo en otra habitación, fuera de la cámara, donde el supuesto cliente pudiera operar con su caja de seguridad de forma intima y discreta. La buscó, agarrándose un brazo, y arrastrando una pierna, mientras con esfuerzo trataba de que su articulación se calentara, y le permitiera andar de manera un poco más ágil.
Entre el amasijo de acero la localizó.
La chica había tenido suerte.
Varios estantes se la habían venido encima, pero con la fortuna de haber quedado apoyados contra la pared, creando con esta un ángulo de unos 45º, bajo el cual se encontraba el cuerpo de la muchacha. Sangraba de la coronilla, impregnando el cabello rubio que mostraba su cabeza sin la gorra. Debió golpearse con la pared, al recular tratando de evitar la avalancha.
La ayudo a reaccionar. Como él, la joven, aturdida, parecía ahogarse incluso más al respirar de forma consciente, que estando desmayada.
-Procura no toser. Es peor. ¿Estás bien?
La joven permanecía totalmente desorientada. Su rostro denotaba sus dudas,tratando de situarse.
Aquel hombre calvo, de mediana edad, con un cuerpo que, aun entrado un poco en carnes, anunciaba claramente que había tenido tiempos mejores, y no muy lejanos, la miraba desde aquellos vidriosos y pequeños ojos marrones, ofreciéndole su mano para ayudarla a salir de allí abajo, mientras una sonrisa no hacía sino trasladar aun más el dolor de su cuerpo.
-Gracias señor…
-Francis, Trevor Francis.
-¿Que…? ¿Qué ha pasado?
Trevor, una vez comprobó que la joven estaba bien, la dejó, y comenzó a buscar entre el mobiliario esparcido en la habitación.
-Pues no lo sé, señorita. Pero dadas las circunstancias, permita que no me quede a averiguarlo.
La joven seguía profundamente confusa.
-¿Qué…? ¿Que circunstancias…?
El hombre la ignoraba, y proseguía su búsqueda.
Entre la primera y la segunda explosión, Francis se entretuvo llenando las bolsas del dinero, bajo la sonrisa estúpida de la Barbie policía. Los dos sabían que después de cerrarse la puerta, aquello ya no iba a salir bien. Pero necesitaba despejar la mente. Evitar pensar en aquello que le llevo allí, y que tan mal le estaba haciendo sentir en aquellos instantes. Sabían que si aquella puerta se cerraba, ninguno de los que estaban en aquel banco podría abrirla de nuevo.
La joven, apoyada en una pared, trataba de lograr respirar aquel ambiente congestionado, que parecía expandirse en su interior, asfixiándola de forma lenta, pero constante. Entre los destellos cristalinos que provocaba la luz al brillar sobre el humo, pudo ver al hombre recoger dos bolsas negras con mucho esfuerzo, y, sin mirar atrás, buscar la salida por el punto en que entro la luz. Entonces recordó que Trevor Francis, era el nombre del hombre al que había acompañado hasta la cámara.
“Clic”
El sonido de un arma al amartillarse, era claramente reconocible para él. Una pesada mueca de hastío le invadió al cerrar los ojos.
-No voy a dejar que se lleve ese dinero señor Francis. Aunque dudo que ese sea su verdadero nombre.
-Simon -Dijo el hombre, girándose lentamente, sin soltar las bolsas- Me llamo Simon Drake. Y créame si la digo, que para evitarlo va a tener usted que dispararme. Yo ya estoy muerto si no salgo de aquí. Con dinero…, o sin dinero. Da igual. ¡Así que usted misma…!
-¡Simon Drake! ¡Yo he oído antes ese nombre!
A la joven la temblaba el pulso, a pesar de sujetar el arma con las dos manos.
-Tenga cuidado de no hacerse daño…, o de hacérselo a alguien.
El hombre volvió a ignorar a la joven y, con las bolsas, sorteo unos estantes, atravesando otros, hasta encontrar la enorme grieta que la explosión había hecho en la pared frontal de la cámara.
-¡Joder…!
Fuera, la imagen no mejoraba. Parte del edificio se había venido abajo, y el espeso humo amenazaba bajo el rojizo efluvio de las luces de emergencia que aun tenían una pared o viga en la que asirse. Las escaleras a la planta superior, eran sustituidas ahora por una rampa formada por escombros de diferentes alturas, como la plataforma de un videojuego. La alarma sonora del banco, provocaba en los tímpanos un efecto ensordecedor. Pero sin embargo, allí seguía sin haber nadie esperándole.
La joven, al salir, se limitaba, sorprendida ante lo que se encontraron, a seguir a Drake con la pistola colgando de su mano. Sin apuntarle, mientras con la otra seguía tratando de filtrar el aire que entraba a sus pulmones. Sentía cada miligramo rasgarse contra las paredes secas de su garganta.
Ascendiendo a la primera planta, Barbie, no tan estúpida como podía parecer en un primer momento, y en mejor estado físico sin duda, le adelantópara esperarle arriba con su arma.
-No voy a dejar que salga de aquí con ese dinero.
Simon desprendió una agria sonrisa.
Todo aquello era muy extraño. ¿Dónde estaba la policía? ¿O los bomberos, al menos? Estaba convencido de que había pasado bastante tiempo hasta que despertó. Tal vez aquella explosión, capaz de remover aquella cámara de seguridad, provenía de otro lugar que requería mayor atención. Nada parecía normal.
Varios metros por debajo, observaba a la chica, que ya había accedido a la planta superior. O a lo que quedaba de ella.
Entonces, una extraña luz amoratada, que impregnaba el polvo suspendido de un aspecto inquietante, pareció iluminarla desde algún punto. Enfocándola. Pudo verla girarse, y como a pesar del humo y la oscuridad, una mueca de horror invadía su rostro.
Al instante, un ruido, un gruñido, un zumbido o algo, pareció abalanzarse sobre ella a gran velocidad, atravesándola. Dejando una estela de aire empobrecido que llego hasta Simon, varios metros por debajo. Instintivamente se arrojó al suelo, acurrucándose bajo un saliente entre los escombros, quedando oculto bajo aquella especie de cornisa, y las bolsas que se encontraban frente a él.
Durante unos minutos que parecieron una eternidad, estuvo convencido de escuchar una respiración. Tan profunda, que ahogaba la suya propia en su intento de respirar aquel ambiente viciado. Las luces moradas se movían enfocando a diestro y siniestro, como linternas. Cuando desaparecieron, aun permaneció un tiempo allí agazapado, hasta que entendió que su destino estaba demasiado claro como para quedarse allí quieto, escondido como un conejo, en una madriguera rodeada de cazadores.
Salió lentamente de su escondite, hasta comprobar que fuera lo que fuera, ya se había ido. Incomprensiblemente, de nuevo, allí seguía sin haber nadie. Con las bolsas, llego a la parte superior. Allí encontró el cuerpo de la joven guardia de seguridad. Algo la había partido en dos. Como un cuchillo atraviesa un trozo de mantequilla por la mitad. Y no había rastro de la policía. Tal vez, los dueños del dinero, habían decidido ocuparse del asunto, y mantenían a las patrullas alejadas. Pero, ¿y las explosiones? ¿Por qué cargarse a la joven, si se supone que trabaja cuidando su dinero?
Nada era normal desde el mismo instante en que despertó.
Ahora se encontraba en un edificio semiderruido. La alarma del banco se hacía eco del resto de ellas que podían escucharse en el exterior, mezclando aquel abominable sonido que golpeaba los tímpanos de mil maneras, todas simultaneas. Pudo reconocer el cuerpo de su compañero, aplastado bajo una viga. Todo aquel que se encontraba en el banco yacía destrozado, salpicando todas las ruinas. Cuerpos prácticamente vaporizados por la deflagración, otros aplastados por los escombros, pero alguno de ellos, como el de la joven, mutilado de forma extraña.
Sea como fuere, tenía el dinero, y debía salir de allí.
Lo había conseguido. Lo habían conseguido.
Obnubilado por lo que se encontraba a su alrededor, no se percato de aquello que mostraba un techo y unas paredes derruidas. No hasta que salió.
-¿Pero que cojones…?
Todas las alarmas de los pocos edificios de la avenida comercial que aun quedaban en pie, alborotaban desordenadas creando una sinfonía de destrucción. Unidas a las de los vehículos que, incomprensiblemente, seguían intactos en una calle cubierta de llamas, y socavones que se asemejaban a trincheras en un campo de batalla. El cielo estaba teñido de un perturbador tono rojizo, tiñendo las motas de polvo que invadían la atmosfera.
El sol se ocultaba, creando la noche en pleno día. Destellos eléctricos azulados salpicaban de forma intermitente el cielo, como avanzadillas de poder desatar algo aun peor.
Aquel humo extraño, con aquel extraño sabor, se fundía con el humo y las cenizas del caos. Entre aquellas brumas de muerte, distinguía restos humanos de los que ya no manaba siquiera un hilo de vida.
Simon Drake dejo caer las dos bolsas, con el dinero, al suelo…
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