MEMORIAS DE BENICIO

Solo él conocía la anónima pieza de cristal de Tibur, que los índigos llamaban biblo. Algunos la confundían con una lupa de aumento, otros con un espejo. Pero si se sostenía de sus bordes pulidos y turquesas, símbolos maravillosos brotaban en la lengua indescifrable de las hadas, que ya no se habla ni se conoce. Benicio entendía esa lengua y así supo que narraba una fábula, la del origen maligno de los faunos. Arrojó la pieza para que se astillara contra el suelo. Entre sus restos vio reflejar su verdadera apariencia. Los ojos de un fauno nunca se pueden ocultar.

Maria Eugenia Izaguirre
Últimas entradas de Maria Eugenia Izaguirre (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada