...¡ERES BUENO!
- publicado el 03/04/2014
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La saca
El abuelo era guardagujas, vivía en “la casilla”, una pequeña vivienda propiedad de la compañía ferroviaria, con su mujer y sus diez hijos. Esta se encontraba a tres kilómetros del pueblo y a unos quinientos metros del monte. Por las noches, mi abuelo permanecía atento al ronroneo del motor del camión que subía al monte desde la abarrotada cárcel provincial. Cuando lo oía se levantaba sigilosamente, a los pocos minutos sentía las descargas de fusilería, se santiguaba y volvía a la cama. Amaneciendo subía al monte para reconocer a los fusilados de esa noche. En su vieja bicicleta se dirigía al pueblo para dar aviso a los familiares de los ajusticiados con el fin de que fuesen a recogerlos para darles sepultura. Jamás hablaba de esto; lo supimos por el testimonio de los vecinos del pueblo que nunca olvidaron el tributo de agradecimiento hacia ese hombre que hoy, anciano, guarda en la retina de sus cansados ojos la imagen de la sinrazón de unos hombres contra sus semejantes.
Doa
Sada 17 junio 2011
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